Reinventar la historia

Tapa 342 web SemanarioUno – Editorial

Partir de fojas cero nunca es tarea fácil, ni siquiera en los juegos de niños. Siempre hay elementos de un pasado inmediato o lejano que dificultan el reinicio de una historia, una trama, un negocio, una relación cualquiera, libre de toda carga emocional o material. Hasta en los procesos judiciales la misión se complica, porque por más obrados que se anulen -leáse, papeles- siempre habrá resquicios imborrables en la memoria de quienes alimentan las historias que se ventilan en los vericuetos de la justicia. Ni siquiera la muerte logra liberar de ese pasado a los que la sobreviven. Por eso resulta difícil imaginar cómo logrará el Gobierno central que los cambios que está imponiendo en Bolivia, sean finalmente asimilados por los bolivianos.

¿Recurrirá acaso a las armas que le otorga el nuevo Sistema de Seguridad del Estado para obligar el acatamiento de disposiciones que incluyen, entre otros, el reemplazo de la Bandera nacional tricolor por la whipala que flamean los movimientos sindicales e indígenas, o el de Bolívar y Sucre por el de Túpac Katari y Bartolina Sisa, o el del 6 de Agosto por el 22 de enero como fecha cívica nacional que recuerda el nacimiento o renacimiento de Bolivia? A las armas, coherción, detenciones y más si es necesario, como bien se encargan de recordarlo a cada instante los portavoces oficiales. Pero también a otras acciones de hecho más simples y efectivas, como ya lo ha hecho al desalojar del Palacio Quemado y del ex Congreso nacional las imágenes de Andrés de Santa Cruz y hasta las de Víctor Paz Estenssoro.



El objetivo está claro. Borrar todo vestigio del pasado, pretender que Bolivia vive el año cero, a partir del cual el nuevo Estado reinventa todo desde adentro, nada fuera de él, con un aditamento explosivo: endiosa la figura presidencial para alimentar un mito que persigue, a su vez, su propio propósito. Y éste no es otro que el de hacer pasar por verdades las imposturas sobre las cuales el MAS va consolidando su proyecto de poder, claramente totalitario, como la de pretender ser la encarnación de la diversidad indígena que enriquece a su población. Una diversidad cada vez más ausente de los espacios de poder real (Asamblea, gabinete ministerial, cúpula militar y policia, etcétera), cada vez más marginal y decorativa. Fashion, nada más.

¿Hasta cuándo la impostura? ¿Cuánto más soportará la frágil estructura estatal y la golpeada población? ¿Quién le pone fecha de vencimiento al proceso de aventura (como el turismo de aventura) que el Gobierno impulsa desde espacios tan absurdos como su lógica de poder total, de año cero, de cero historia antes de Evo Morales y del MAS? Las voces oficiales no hablan de menos de cincuenta años, aunque el Presidente abusó de sus audiencias al hablar de otros quinientos años, tan necesarios para que él y otros más curen las heridas que abren una y otra vez al mirar con resentimiento los cinco siglos pasados. Y abusan porque saben que hay un caldo de cultivo en la sociedad boliviana, descontenta con el Estado que le tocó vivir.

Tanto descontento hay y hubo antes, que frente a la arremetida de imposturas que protagoniza el Gobierno, su partido el MAS y sus allegados (o arrimados), poca o ninguna reacción se nota del lado de los disconformes. Es que en el fondo, o en la superficie, como quiera cada uno ver, no hay Estado qué defender. ¿Significa que arrancamos este 22 de enero como año cero? ¿Nuevo Estado, nuevos símbolos, nuevos delitos? ¿Acaso también nuevo dios? ¿Durará, y promete hacerlo de a penas, hasta abril?


Sin Vueltas

Lo que está ocurriendo en Haití es mucho más que una tragedia provocada por un desastre natural. No sólo por el dolor de llorar al menos 200.000 muertes, sino por la desgarradora realidad que golpea a ese país, haya o no terromotos. Una realidad que lo ubica entre los países con poco peso gravitacional en las relaciones globales que se tejen a diario, lo que de hecho está pesando hoy para que la comunidad interancional no sea más generosa y efectiva en sus manifestaciones de auxilio a los millones de damnificados por los últimos temblores.

Ya lo dice el periodista Andrés Oppenheimer en sus columnas de opinión: Haití tiene un peso tan bajo, tan insignificante para los poderes que poblan los pasillos de la comunidad internacional, que es presa fácil del olvido. Un olvido que ahora puede ser más fatal de lo que han sido los terremotos que lo azotan, como lo dejan prever los actos de vandalismo registrado entre víctimas que siguen a la deriva, desesperadas por una ayuda mayor y mejor que no llega.

Sufriendo esta tragedia, una no puede sino preguntarse que sino maldito pende sobre Haití para no permitirle levantar cabeza. Porque si no son los terremotos como el último registrado con millones de víctimas, son los golpes y contra golpes de una disputa política maldita que arrastra a su gente al fondo de la tierra, al fondo del mar, al abismo total. En serio, ¿qué han hecho los haitianos para merecer tanto drama, tantas muertes, tanta violencia? Y pensar que el resto del mundo va por ahí, lanzando cohetes, sin ser capaz de idear una estrategia que permita mirar a Haití no sólo cuando está en situaciones desesperadas, sino desde siempre.

Es demasiado dolor concentrado en una misma gente. Es terror y locura. De verdad, no creo que alguien merezca tantos golpes, dolor y muerte como no cesan de padecer los haitianos, aún con la esperanza de un auxilio urgente que sigue haciéndose esperar.