Los discípulos del chavismo observan hoy azorados cómo se tambalea el patrón. La patria de Bolívar merece un destino mejor y los colgandijos del chavismo también.
Jimmy Ortiz Saucedo* (La Razón)
La historia de la democracia está llena de avances y retrocesos. La aparición del mal llamado socialismo del siglo XXI es una de las regresiones más claras de los últimos tiempos.
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Es sorprendente la aparición de un régimen retrógrado como éste en el tercer milenio. Resulta increíble que la mismísima tierra del libertador Simón Bolívar fuera el buque insignia de esta tristemente célebre corriente política. Es paradójica la aparición de un personaje nefasto, como el coronel golpista Hugo Chávez, en una tierra con añeja tradición libertaria.
Y lo peor de todo es que el mal ejemplo hubiese cundido en el continente. Los pésimos regímenes políticos que gobernaron nuestros países dieron pie a la vuelta de corrientes populistas totalitarias salidas del siglo XX. Un pasado que pensamos nunca volvería. Los pueblos hastiados de las clases políticas gobernantes decidieron buscar un cambio que mejore sus vidas y optaron irresponsablemente por dar un salto al vacío en busca de lo diferente. El cambio resultó una caída de la olla a las brasas. Hoy, el pueblo, las instituciones y la clase política sufren las consecuencias de tamaña aventura. Una gran moraleja para el futuro: la democracia requiere seriedad y consecuencia de gobernantes, instituciones y gobernados. La democracia es el bien más preciado de la política.
Lógicamente que el famoso lubricante de los petrodólares hizo su parte, impulso sin el cual no hubiera existido su encanto. De las muchas lacras que tiene el chavismo, me detendré en tres de ellas: su desprecio por la democracia, el pésimo manejo de la economía y su fuerte carga de odio y resentimiento.
Chávez nunca fue un demócrata; su primer intento de llegar al gobierno no fue precisamente por las urnas. El uso la democracia simplemente aprovechó la coyuntura. Violó la Carta Democrática Interamericana con la aviesa complicidad de la OEA, en especial con la de Insulza, que en varios casos fungió como un simple operador del chavismo.
La evidente destrucción de la economía venezolana no requiere mayores comentarios. El populismo jamás fue un buen administrador de la economía. Ella le importa un pito. Ellos no están para cosas de poca monta, ellos están para llevar adelante “las grandes epopeyas”: la refundación del Estado, el renacimiento de una nueva sociedad. Siempre el complejo de Adán, aunque algunos tienen el complejo de Eva.
El odio y el resentimiento son otra clara particularidad del chavismo. El ceño fruncido y los dientes apretados los caracterizaron. Siempre despotricando contra enemigos reales o imaginarios. Chávez no pudo admitir adversarios políticos, siempre vio en ellos enemigos. Así no se construye una patria. El odio es por naturaleza una fuerza destructiva. Y esto es lo que terminará siendo al final, por desgracia.
Los discípulos del chavismo observan hoy azorados cómo se tambalea el patrón. La patria de Bolívar merece un destino mejor y los colgandijos del chavismo también.
*Jimmy Ortiz Saucedo
es agrónomo