A Dios o al César


La promoción y defensa de la justa libertad se inscribe en lo que se debe a Dios y a la sociedad.

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José Gramunt de Moragas, S.J.*

No es de extrañar que en este comentario vuelva a las sabias y oportunas palabras dichas por el Cardenal. Esta vez, para aclarar a quienes, desde altos cargos oficiales acusan a monseñor Julio Terrazas de entrometerse en política. Aquellos señores, con unos conocimientos escriturísticos macarrónicos, hacen mal uso de las palabras de Jesús, “Dad al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios”. Cuenta el Evangelio de San Mateo (22.23) que Jesús pronunció esta sentencia en respuesta a la pregunta capciosa de los fariseos que trataban de que Jesús se declarara a favor o en contra de los impuestos fijados por el gobernador romano Poncio Pilato. Si Jesús declaraba a favor de los impuestos, le acusarían de lo que hoy llamaríamos colaboracionismo al imperio Si, por el contrario, afirmaba que no había que pagar los impuestos, le acusarían de partidario del corrupto rey Herodes. Hay que tener en cuenta que los judíos contrarios a la dominación romana, se negaban a pagar al invasor porque Dios era el único Señor absoluto del pueblo de Israel. Los “colaboracionistas”, cuya cabeza era el corrompido Herodes, consentían el impuesto del cual obtenían sus propios beneficios.

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El paralelismo que García Linera y otros masistas pretenden establecer entre la disyuntiva que explica el Evangelio de San Mateo (22.23) es forzado y equívoco. El Cardenal conoce muy bien cuáles son las competencias legítimas del Estado y cuáles son aquellas a las que la Iglesia tiene derecho irrenunciable. Pongo por caso, la libertad de educación. Éste es un derecho al que la Iglesia no puede renunciar, pues en su ejercicio va comprometida la formación religiosa, moral, e incluso decisiva de los niños y jóvenes. El Estado tiene la obligación de crear las condiciones para que ese ejercicio se realice en el marco de una leal cooperación. Hay más. La Iglesia tiene como su principal misión predicar la verdad enseñada por Jesucristo. Empezando por la paz que no es compatible con la injusticia. Así pues, a la Iglesia le corresponde colaborar al fortalecimiento de la justicia ordinaria, con el fin de que haya paz social. Alterar, manosear, el orden universalmente admitido de la autonomía del Poder Judicial —tal como lo recuerda el Cardenal— y evitar la supeditación de los tribunales ordinarios a la voluntad del caudillo, es otra parte fundamental de la misión de la Iglesia en el mundo y, en particular en Bolivia.

El don más estimable legado al ser humano por Dios creador es la libertad. La libertad de los hijos de Dios”, dice San Pablo. (Cap. 8). El ciudadano tiene el derecho a elegir libremente a quienes quiere que rijan la sociedad. La promoción y defensa de la justa libertad, se inscribe en el capítulo de lo que se debe a Dios, al mismo tiempo que se debe a la sociedad. No cabe la pregunta capciosa que los fariseos hicieron a Jesús.

Tengo por cierto que más de un lector preguntará en cuál de los dos campos habrá que situar el repugnante caso de los pederastas: ¿En la competencia de la Iglesia o en la justicia ordinaria? Simplifico, dado por establecido que la pederastia es pecado grave. La Iglesia tiene sus propios tribunales que deciden qué debe hacerse con esta clase de pecadores. Al mismo tiempo, siendo éste un pecado grave, también es un grave delito. En consecuencia, los tribunales ordinarios tienen así mismo su propia competencia. No hay disyuntiva entre lo dispuesto por la ley de Dios y lo promulgado por las leyes temporales. Espero que, con lo dicho sea suficiente para demostrar que el Cardenal no se “metió en política” sino que expuso de modo que toda persona bienintencionada comprendiera lo que se debe a Dios y lo que se debe al César. O a los dos.

*José Gramunt de Moragas (La Razón)