Las opciones para los “sin miedo” son claras: o se vuelven a subir al carro del MAS y se resignan a ser su furgón de cola o se disponen a asumir una personalidad propia.
El Jefe del Movimiento Sin Miedo (MSM), Juan del Granado, celebra tras conocer el triunfo de Luis Revilla en la Alcaldía de La Paz y de Rocío Pimentel en la comuna de Oruro, la noche del domingo 4 de abril (Foto Abi)
Una de las preguntas emergentes de los comicios efectuados el domingo se refiere a cual será el camino que elija Juan del Granado, es decir si optará por la oposición o volverá a incorporarse al oficialismo a pesar de toda la campaña desatada en contra suya y su gestión durante la etapa pre electoral.
Se trata de una pregunta difícil de responder si tomamos en cuenta prácticas muy arraigadas en la política boliviana. Ya no resulta sorprendente si alguien, después de un nutrido intercambio de insultos y acusaciones descalificantes, “por el bien del país” deciden cruzar los ríos de sangre.
Juan del Granado experimentó en carne propia que el MAS tiene una concepción totalmente hegemónica de la política; no quiere aliados, por sumisos que estos sean. Quiere servidores que se incorporen plenamente a su proyecto, los cuales, una vez que dejen de ser útiles serán despedidos al más puro estilo Evo, es decir con un puntapié en el trasero.
=> Recibir por Whatsapp las noticias destacadas
Las andanadas que recibió Juan del Granado de parte del MAS fueron nutridas y subidas de tono. Lo sindicaron de acoger a la “basura” del MAS -pero ellos reciclaron la de todos los partidos "neoliberales"-, le dijeron sinvergüenza, corrupto, trataron de opacar sus obras estrella y le amenazaron con mandarlo a hacer compañía a García Meza en Chonchocoro. Sin embargo los resultados de esos ataques son satisfactorios para el MSM y contraproducentes para el MAS. En política eso se llama “efecto boomerang”.
Las victorias obtenidas por el MSM en las capitales de los departamentos de La Paz y Oruro, además de la muy significativa obtenida en Achacachi, cuna de los “ponchos rojos” que era considerado como el inexpugnable reducto del MAS, dan al partido de Juan del Granado una sólida base de sustentación para proyectarse como una fuerza con perspectiva nacional. Todo depende del camino que elijan.
Las opciones para los “sin miedo” son claras: la primera, se vuelven a subir al carro del MAS y se resignan a ser eternamente su furgón de cola o segundo, se disponen a asumir una personalidad propia.
Si se deciden a adoptar la segunda opción se arriesgan a que su labor edilicia en La Paz y Oruro sea permanentemente saboteada desde el gobierno central y por los masistas en el Concejo Municipal. Las amenazas que en ese sentido han lanzado de forma recurrente tanto el presidente Evo Morales como el vicepresidente García Linera no dejan lugar a dudas sobre los verdaderos métodos del masismo.
Si eligen la segunda opción también deberán recoger todas sus palabras y discursos sobre su incondicional adhesión a un supuesto “proceso de cambio” que a la vista de la población se hace cada vez más difuso.
Por otra parte deberán encarar una ardua labor de acercamiento con el oriente del país, donde su obsecuencia con el MAS causó mucha molestia. Otro frente que deberán atender es Chuquisaca y particularmente Sucre, ciudad con la que Juan del Granado se vio radicalmente confrontado por la capitalidad.
Sin embargo Juan del Granado es un político con la suficiente experiencia para percibir que su “alianza estratégica” con el MAS solo sirvio para unas cuantas diputaciones y para relegar a su partido y en cambio, con una propuesta propia obtuvo interesantes resultados que deberá saber aprovechar con proyección hacia el futuro. De uno u otro modo no la tiene fácil, pero nadie dijo que la política es un camino de rosas.