Colombia: sobre el desastre de Mockus


Andrés Mejía Vergnaud

mejía Esta mañana oigo decir a Antanas Mockus que su resultado es más de triunfo que de derrota: es la actitud normal en un candidato, sobre todo si su aspiración no está ya eliminada de forma definitiva; aún falta otra vuelta, y en el impredecible mundo de la política todas las tendencias pueden modificarse. Pero no hay que llamarse a engaños: vimos un candidato que creó un fenómeno político registrado por la prensa a nivel mundial, un fenómeno que ascendió con rapidez y con entusiasmo; una opción que parecía haber cautivado de modo casi unánime a los jóvenes; una alternativa que contó con apoyo decidido de columnistas y de personalidades, y en fin, un fenómeno tan asombroso, que su propio protagonista llegó a sugerir que podría triunfar en primera vuelta. El hecho de que esta estrella en ascenso hubiera obtenido menos de la mitad de los votos que obtuvo su principal rival, hay que decirlo con claridad, es un desastre colosal.

Difícil será determinar con precisión las causas de tan decepcionante resultado. Mi conjetura es bastante sencilla, tal vez demasiado: Mockus dio lugar a una primera oleada de entusiasmo, impulsada por una imagen de renovador que apareció de manera oportuna en un momento en el cual el uribismo afrontaba cuestionamientos y problemas de toda índole. Se le vio entonces como una alternativa que condensaba valores como la transparencia, la juventud, el conocimiento, y la honestidad. Pero tal imagen no fue suficiente para el electorado, el cual, pasado el entusiasmo inicial, empezó a aguardar de parte de este candidato manifestaciones concretas sobre los problemas nacionales. Lo que encontró el elector —y en esto se incluye quien escribe— fue un candidato carente de preparación, incapaz de responder preguntas concretas, despistado en temas específicos de administración pública, y lo peor, inclinado a cubrir esos vacíos con un recurso casi fanático a cuestiones morales, a cuestiones de principios, y a su discurso de pedagogía, trillado ya por abuso.



Como descomunal paradoja, este movimiento, cuyo candidato es un reconocido intelectual, y en cuyo equipo militan eminentes pensadores, se convirtió en una opción frívola, en cuanto careció de argumentos concretos sobre los temas nacionales, y no pudo dar significación y aplicación convincente a sus principios. Quedó, entonces, reducido a un fenómeno de imagen y de entusiasmo juvenil. Este deslizamiento a la frivolidad, a esa frivolidad disfrazada de profundidad intelectual, tuvo su peor momento cuando el Partido Verde muestra al país, como gran argumento en apoyo de su candidato, una carta firmada por decenas de profesores distinguidos de varias partes del mundo, la mayoría de los cuales, estoy seguro, ni siquiera podrían ubicar a Colombia en un mapa: con una irresponsabilidad que para ellos debería ser motivo de vergüenza, se apresuran a manifestar que una cierta persona ha de ser el presidente de un país, de un país cuyas realidades ignoran porque, en la gran mayoría de los casos, ni siquiera Colombia hace parte de sus temas de estudio. De modo que el Partido Verde, cuyo candidato ni siquiera resultó capaz de ofrecer ideas concretas, resuelve que debemos votar por él porque Jürgen Habermas lo dice.

Aun cuando mis propios sentimientos estuvieron siempre con otro candidato (que no fue Santos), no puedo negar que hubo momentos en los cuales me sentí atraído por la “ola verde”. Pero como manifesté en estas mismas páginas, sentí también temor por la incapacidad de Mockus para ofrecer soluciones concretas y serias a problemas específicos. Debo decir que al respecto sólo hubo una excepción: su entrevista con Yamid Amat en El Tiempo, la cual constituyó tal vez su momento de más brillo. Pero en todas las demás ocasiones, en las entrevistas, y en los debates de televisión, vi a un candidato que no parecía tener mayor idea de los asuntos nacionales de gobierno; vi a un candidato aferrado a un absolutismo moral que por principio rechazo, y el cual, hay que advertir, no es —como Mockus siempre insinúa— la única alternativa a la inmoralidad y a la corrupción. Vi a un candidato cuyas posiciones sobre los temas concretos se asumían deductivamente a partir de ese absolutismo moral, sin que hubiera el más mínimo esfuerzo por considerar los detalles fácticos de los problemas, ni las consecuencias de las estrategias que él proponía. Vi, en fin, a un candidato a quien al parecer no le importaría que el país cayera en una situación ruinosa, con tal de que el gobierno se condujera de acuerdo con los principios morales que él, con un dogmatismo impropio de un filósofo, erige con carácter sacramental.

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Sobre esto puede mencionarse un caso concreto, una consideración que escuché de boca de muchos votantes que abandonaron la “ola verde”: si Mockus está dispuesto a ceder ante argumentos que le parezcan convincentes, por el valor moral absoluto que le concede a la deliberación, bien podríamos estar en riesgo de que las FARC lo convenzan mediante argumentos de otorgarles otro despeje, o de darles su tan añorada asamblea constituyente. Supongo que esos electores se asustaron aún más con lemas que aparecían por todo lado en los espacios electrónicos del Partido Verde, como aquellos de que Mockus ofrecía menos guerra y más lápices, y frases absurdas por el estilo. Y ni hablar de las frecuentes contradicciones en las que incurría: ellas revelaban la ausencia de posiciones concretas y de conocimiento de los temas.

Sobre esto último, nos asustó a muchos su evidente ignorancia de asuntos que ningún gobernante contemporáneo puede ignorar, no importa cuán sobresaliente sea el equipo de asesores que lo acompaña: todo equipo, incluso el mejor, necesita un líder, así como los mejores instrumentistas del mundo no podrían conformar una orquesta sin tener un director. Mockus no convenció al electorado de que él podía ser ese director.

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