La imagen del Gobernador de Santa Cruz rodeado de yatiris y amautas vestidos con ponchos rojos celebrando la llegada del año nuevo aymara en Samaipata, tiene una enorme significación que va más allá del gesto de sumisión que algunos han interpretado. La derrota política del principal referente de la oposición regional es un hecho consumado desde que Rubén Costas cedió ante la convocatoria ilegal del Referéndum Revocatorio de agosto de 2008, que marcó la destrucción del bloque contestatario de la “Media Luna”, cuyas últimas manifestaciones están en vías de extinción por la vía de la Ley Corta de Autonomías.
Se puede entender aquella imagen como un hecho simbólico que marca el sometimiento ideológico de Santa Cruz, frente a la aymarización del país, instrumento que usa el MAS para llevar adelante su “revolución cultural”, que no es nada más que la búsqueda de la hegemonía absoluta a través del disfraz indigenista y de la muletilla de “lo plurinacional”, que dicho sea de paso, está comenzando a hacer aguas en una Bolivia que ha entendido ese concepto como la apertura de las tranqueras a la hiperfragmentación social, a la instauración de republiquetas, a la consolidación de feudos y señoríos comunitarios con libertad incluso para matar y dedicarse al contrabando y a la protección de narcotraficantes.
El gesto de Costas puede tener también un lado enormemente positivo, pues acaba de mostrarle al MAS y al resto del país que la cruceña es una sociedad tolerante con todo tipo de manifestaciones culturales, abierta –como ha sido siempre-, a la inmigración y a la integración. Paradójicamente, mientras esto ocurre en la región que se ha constituido como la antítesis del modelo masista, en Uncía le cierran el paso al Estado Plurinacional, le asesinan a cuatro de sus representantes y los indígenas de las tierras bajas amenazan con generarle un tremendo boquete a la “revolución cultural” del MAS y a la plurinacionalidad que enarbola, pues lo que exigen, implicaría desdibujar por completo la estructura político administrativa de Bolivia y llegar a extremos de desagregación que serían inmanejables para un régimen que pretende consolidar un “Estado integral”.
Es obvio que estas interpretaciones son sólo eso y puede que detrás del jolgorio de Samaipata no exista más que el deseo de humillar de unos y el afán de mostrarse condescendientes de otros, con el fin de conseguir las indulgencias de un régimen, en cuyo libreto sólo figura el verbo “aplastar”. El Gobierno se enreda cada vez más en el berenjenal que cultivó con la nueva constitución y no le ayuda mucho atribuir todos sus males a los supuestos afanes desestabilizadores de USAID. La imagen de un Costas amansado y “plurinacionalizado” es más útil a la hora de elevar una popularidad herida.
Detrás de todo puede que exista un acuerdo. La presencia de Podemos en medio de todo esto no deja pensar en otra cosa, pero antes que nada, por el bien del país y de Santa Cruz, en especial, es necesario que se visualicen las grandes oportunidades que se yerguen más allá de las genuflexiones. Los ayllus y todo ese conglomerado de nacionalidades que creó el MAS para destruir la república no lo van a dejar consolidar un Estado. Santa Cruz sí puede darle las garantías, pero antes, el Gobierno tiene que desmontar todo el aparato que edificó para destruir a la región y a sus líderes. Así puede haber entendimiento.
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El Día – Editorial