Susana Seleme Antelo
Son los hombres y la mujeres con la cara curtida por el sol o los ‘surazos’ del Norte Integrado, quienes encontraron en Santa Cruz “la tierra prometida” o “el lugar del Señor”, dice una de ellas. Son mujeres y hombres que cuentan las “Historias de Migrantes Bolivianos Exitosos en la Agricultura Cruceña”, en una impactante película testimonial, producida por el Instituto Boliviano de Comercio Exterior (IBCE) con el respaldo del Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD).
Son “los artistas sin maquillaje”, dijo el presidente del IBCE, Pablo Antelo el día de la presentación en el Cine Center de esta capital, donde ya se expone la película. Son las personas migrantes de todas partes de Bolivia, que “rascaron la tierra cruceña a puro pulso” dicen, por eso declaran “soy colla y soy cruceño”. Son las mujeres y los hombres migrantes que llegaron a Santa Cruz “con la ropa en el cuerpo y sin un centavo” y encontraron en este oriente lejano “la tierra propia”, tan ajena y sombría que parecía allá, en sus lugares de origen, de donde salieron empujados por la pobreza.
Según dijo Gary Rodríguez, gerente del IBCE, llegaron y triunfaron en Santa Cruz, crisol de la bolivianidad, y con esta película “se salda una deuda histórica, al visibilizar el trabajo que miles de anónimos productores realizan desde hace más de 50 años en pacífica convivencia con los cruceños, aportando juntos al desarrollo del país, sustituyendo importaciones y fomentando otras agro exportaciones, creando divisas, empleos y alimentos para todos los bolivianos”.
Son las mujeres y los hombres, 30 en total, que durante 57 minutos narran cómo llegaron al ‘monte’, sin caminos y cómo encontraron ‘su lugar’ en este Santa Cruz, para tener un medio de vida con “bienestar y para vivir mejor”. Gracias al esforzado pero gratificante trabajo agrícola, ellas y ellos hablan orgullosos de sus hijos nacidos en tierra cruceña, todos educados, profesionales y gente de bien. Se oyen todavía acentos de origen potosino, cochabambino, tarijeño, orureño, paceño o beniano, a pesar de que llegaron hace más de 40 años, pero orgullosas ellas con las ‘polleras’ también de sus orígenes, cortando caña y manejando camiones con rastras, chatas y tractores; con chinelas, zapatos, o descalzas; unas y otros bajo la canícula de cañaverales, arrozales, soya u otros cultivos, o bajo la lluvia persistente.
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Son las y los artistas sin maquillaje de la Bolivia profunda, productiva, inclusiva, donde nunca se sintieron discriminados, en la Santa Cruz calificada por el malévolo centralismo andino, como separatista y racista. Aquí es donde se hace realidad la consigna de Naciones Unidas “Convivir, sembrar paz”, con el propósito de incentivar la “pacífica convivencia”. Esa convivencia democrática rota por la polarización que impulsa la política oficial del masismo que no reconoce derechos ni respetos a las diversidades culturales y étnicas. Esas que, como relatan los y las protagonistas de estas historias, si pueden convivir juntas.
Y lo cuentan dirigidos por un joven director de origen potosino, acompañado de otros jóvenes cruceños, responsables de fotografía, imagen y de sonido, guiados por Gary Rodríguez, arropados por la amable melodía de “Niña Camba”. Son quienes expresan que el ‘patrón de desarrollo productivo cruceño’ es válido, para un país que incluya a todos y a todas por igual como ciudadanos libres, con empleos dignos, ajenos a la droga, al contrabando, a la corrupción. ¡Le recomiendo la película!