Pablo Javier Deheza
A más de cinco años del inicio del proceso de polarización política del país, agravado tras la primera victoria electoral de Evo Morales, el balance de esta estrategia de las elites es negativo. No sólo no ha servido para crear un proyecto alternativo, sino que además ha impedido satisfacer anhelos y demandas reales de la población.
Desde hace por lo menos cinco años que Bolivia vive un proceso de polarización política. Este ciclo, además de desgastante y nocivo para la unidad de los bolivianos, funciona a modo de opio que nos impide ver los problemas de fondo y que hacen a la construcción de un país posible. Los de uno y otro bando encuentran su cohesión y su discurso en la confrontación. Un posible paralelismo con la novela 1984 de Orwell no es casual. Se esmeran, ambos bandos, en presentarnos un escenario al borde del cataclismo si es que no nos unimos en torno a cada cual; es ya una forma de manipulación masiva.
Pero la realidad, que siempre guarda más de una sorpresa, nos muestra no sólo que la polarización es insensata, sino que ya no tiene asidero. Ambos bloques en pugna se han fracturado. Ambos bloques han sido rebasados, como no podía ser de otro modo, por una realidad mucho más diversa que sus discursos únicos. Se ha fragmentado tanto la “media luna” como también el MAS.
Desaciertos de las elites
Maggy Talavera no necesita de mayores presentaciones. Más de veinte años en el ejercicio de un periodismo serio y crítico le dan crédito sobrado para hablar acerca de cómo vamos. Volviendo a los orígenes de la actual polarización, Maggy señala que “resulta ser un buen ejercicio mirar en retrospectiva y contrastar los hechos que rescatamos de ese repaso con los que estamos viviendo ahora. Sólo así es posible verificar cuántos desaciertos han sido cometidos por las elites políticas; tanto de parte del oficialismo, al tratar de imponer un proyecto inclusivo en el discurso pero excluyente en los hechos, como del lado de la oposición, al no ser capaz de entender y asimilar que estábamos frente a un proceso de cambio irreversible, al que no supo contrastar con una propuesta alternativa viable”.
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Continúa e indica que “en el repaso de los años pasados, sin embargo, es importante considerar también a otros actores que no están encasillados ni en el oficialismo ni en la oposición, aunque alimentan a ambos y terminan justificando sus actuaciones, por acción u omisión. Hablo de millones de hombres y mujeres que tampoco han sido capaces de entender la realidad que viven a diario, y menos aún de percibir los retos y las oportunidades que ofrece este proceso de cambio que, está claro, no es hechura del MAS. Esa alienación individual y colectiva es también responsable de que como sociedad estemos perdiendo una oportunidad extraordinaria para construir un país mejor”.
Si bien la polarización tuvo su momento –momento muy real por cierto y hasta cierto punto entendible en el inicio de la gestión del MAS–, seguir hoy en día con esa lógica ya no ayuda. Lo que la polarización nos está entregando son liderazgos absurdamente confrontacionales; liderazgos para los que, en lugar de hacer gestión y generar políticas públicas sensatas, es más importante el intercambio de exabruptos. Sobre esto, Maggy afirma que “por supuesto que vivir en la confrontación no ayuda, ni aquí ni en ningún otro lugar del mundo. Sirve sólo de pretexto para que las partes que confrontan evadan la realidad que les demanda gestión. Esto se traduce en ausencia de respuestas claras y efectivas a los problemas cotidianos de la gente. Porque una cosa es que la confrontación de ideas o proyectos sea útil y necesaria al momento de definir propuestas y otra, muy distinta, es recurrir a ella para disfrazar incompetencias al momento de administrar un país o una región. Por lo que vemos, eso es lo que se da hoy en Bolivia. En nuestro caso, creo que con una agravante: que esa confrontación entre liderazgos aparentemente opuestos no es tal. Es decir, me parece que hay en ciertos casos una forzada confrontación entre opuestos que más parecen pares que dispares. Me atrevería a decir que un ejemplo de ello es el curioso tire y afloje que andan presentado últimamente las cabezas del Gobierno central y de la Gobernación cruceña”. Gira la cabeza y se pregunta: ¿Me estaré equivocando?
El proceso de polarización implica una reducción binaria de la realidad a una suerte universo de blancos y negros, ángeles y demonios, buenos y malos absolutos. En este camino se abren las puertas a la ceguera para los matices que constituyen la realidad; a la locura del odio hacia la otredad. ¿Es posible empezar a desandar los caminos de la polarización y recorrer más bien los del entendimiento mutuo? ¿Es posible pensar una Bolivia donde no haya bando que se asuma dueño de la verdad? Maggy responde diciendo que “es difícil imaginar una Bolivia donde no haya bando que se asuma dueño de la verdad. Creo que ese es un mal siempre presente en todas las sociedades, lo que no significa que sea un mal sin remedio o un mal que impida la apertura de otros caminos como el del entendimiento mutuo. No sólo es posible soñar con ese otro camino, sino también alcanzarlo. Ya lo hemos visto en otros países, como Noruega o Sudáfrica, e incluso en otros continentes, como Europa, donde el entendimiento sí ha sido posible sin que ello signifique la perfección absoluta. La duda es si los bolivianos seremos capaces de recorrer ese camino del entendimiento mutuo, del verdadero entendimiento. L a respuesta está no sólo en manos de las elites políticas que se disputan nuestra adhesión sino también en nuestras propias manos. Digo, en las manos de cada uno y una que vive en este país. Mientras no seamos capaces de ver que esa construcción es una tarea de todos, tendremos que resignarnos a seguir lamentando la suerte que padecemos hasta hoy, marcada por los desencuentros, las disputas estériles y la confrontación cada vez más violenta”.
Menos polarización y más ciudadanía
Salir de la polarización implica reconocer que no hay absolutos en esta vida. Que ni los unos son la suma de las bondades, ni los otros la suma de las maldades. El sentido del humor funciona también como antídoto contra la absurda solemnidad de ambos. Bajo las enaguas, ambos poderes tienen nomás su humanidad a cuestas. Una cultura ciudadana democrática firme es por demás recomendable. Para Maggy, “hace tiempo que llegó el momento de vivir una ciudadanía que tenga no solamente conciencia de la realidad que le toca vivir, sino también autonomía en su actuación. Lo que pasa es que esto exige trabajo y voluntad para hacerlo, algo que no parece muy atractivo en una sociedad que repite los defectos que critica en su clase política: el de ser más discursiva que efectiva”.
Sin lugar a dudas que los medios de comunicación han desempeñado un papel decisivo en el apuntalamiento del proceso de polarización. Es más, se podría afirmar éste es impensable sin la participación de los medios. Maggy señala sobre este punto que “sería ingenuo y hasta deshonesto de mi parte negar la influencia de los medios de comunicación en este proceso de polarización, de confrontación que padece Bolivia. En parte por inercia y hasta falta de responsabilidad de quienes trabajamos en ellos; pero también como resultado de los intereses que se juegan. Sí, es cierto que son un reflejo de la realidad, pero esto no es pretexto para librarse de una tarea que está al alcance de los medios. Y esa tarea, entre muchas otras, es la de servir de puente para el encuentro y el entendimiento entre partes. Esto no significa callar verdades ni disfrazar la realidad. Si los medios y quienes trabajamos en ellos no somos capaces de darnos cuenta y asumir esa tarea, no sólo estaremos contribuyendo al caos y a la debacle de la sociedad a la que decimos servir, sino que además –¡vaya paradoja!– estaremos pues cavando nuestra propia tumba”.
A título de no romper la cohesión frente al enemigo principal se ha acallado el debate dentro de Santa Cruz. El poder cruceño no ha dudado en hacer listas de traidores con quienes pensaban diferente, con quienes exigieron una autonomía que llegue al ciudadano. ¿Qué tanto de autonomía real tiene hoy en día el ciudadano cruceño como para que haya valido la pena sacrificar el espíritu democrático? ¿Es una autonomía obsecuente y sin pensamiento crítico la que se supone que los cruceños queremos construir? Maggy responde estas preguntas indicando que “nunca me ha convencido el discurso de unidad frente al enemigo principal. Finalmente ¿quién decide quién es el enemigo principal de quién? Ese es un argumento utilizado por las elites políticas que disputan el poder con el único afán de acumular más poder. Es la lógica en la que se mueven tanto los mandamases del Gobierno central como los que están atrincherados en los gobiernos departamentales o municipales. Prefiero optar por otra lógica que llame a la unidad en torno a demandas sociales que son de beneficio común, entre las que bien puede anotarse la de la autonomía, ¿por qué no? Pero por supuesto que no una autonomía obsecuente a un pensamiento único, sino una que sí tenga espacio para el pensamiento crítico tan necesario en la construcción de una ciudadanía consciente de sus derechos y obligaciones, y consciente también de ese otro país posible con el que todavía soñamos, a pesar del quinquenio perdido”.
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