Qué duda cabe que a estas alturas de su segundo gobierno Alan García Pérez tiene algo de qué vanagloriarse.
A medida que el crecimiento del PBI este mes se acercaba a un asiático 10%, el Presidente destacó que el Perú era uno de los dos o tres países en el mundo cuya tasa anual promedio de crecimiento del último quinquenio ha superado el 6%.
Desde el 2006 el Estado ha invertido S/. 75,000 millones en unas 130,000 obras públicas y la inversión privada ha superado los S/. 200,000 millones, todas cifras sin precedentes.
La pobreza ha bajado, dijo García, del 48% al 34% y calculó optimista, como proyectándose hacia un tercer mandato, que el 2021 no superaría el 10% de la población –inferior al 11.4% que se calculó para EE.UU. en el 2009.
En este alarde de “democratización social con responsabilidad”, no solo resaltó el hecho palpable en el aumento de consumo que la “nave nacional” había logrado sortear la grave crisis económica mundial, sino que dada la reducción de la deuda pública del 37% al 24% del PBI, el Perú proyectaba tener suficientes recursos asegurados para enfrentar nuevas situaciones adversas (a lo que habría que añadir un razonable “depende”).
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En todo caso, el primer aplauso lo arrancó, no con las cifras de disminución de la mortandad infantil, sino cuando, sincronizando mejor con la edad de parte de su auditorio, anunció que los adultos mayores de 75 años que vivan en la extrema pobreza se verán beneficiados de un programa de subsidio directo similar a Juntos, que ya ha repartido unos S/.10,000 millones.
Mencionó que hace poco un 75% de los jóvenes querían emigrar. Ahora las encuestas registran solo un 30%.
En esta ola de optimismo introdujo un “Plan Bicentenario” para un país que hacia el 2021 tendría unos 10 millones de turistas extranjeros y tres megapuertos continentales –incluyendo naturalmente el del Callao que, según él, ya está en proceso de convertirse en el fondeadero ‘hub’ mayor del Pacífico latinoamericano.
Caretas – Lima