El sentimiento de los cruceños está herido, nuestra cara está abofeteada, nuestra dignidad mellada.
Si hay algo que verdaderamente nos representa, si existe un símbolo que ha marcado nuestras rebeldías y exigencias, si hay una bandera en alto en cada movimiento cívico, en cada grito de reclamo, en cada monumento de los mártires de la cruceñidad, ésta es la Verde, Blanco y Verde, la que flamea, se alza y se iza por nosotros, sinónimo de Santa Cruz y de su gente noble, sincera, transparente e indomable.
El 6 de Agosto no será la primera vez que intenten humillarnos, no será en nuestra historia la única demostración de la prepotencia de los que manejan el poder y el centralismo, pero sí será la primera vez que en nuestra propia Plaza Principal, escenario de luchas y glorias, se arrie la Bandera Cruceña, se la baje de su centenario mástil para plegarla e ignorarla, complaciendo el pedido malicioso y perverso de circunstanciales huéspedes rencorosos.
Será el momento en que los perseguidos, encarcelados, amordazados, y todos nosotros, quienes queremos libertad, justicia, democracia, autonomía y respeto a nuestros derechos, tengamos la sensación de que la lucha fué perdida, de que nuestros mariscales, a quien entregamos el liderazgo de esa guerra capitularon ante el opresor, de que Santa Cruz bajó los brazos y de que nosotros, los soldados, nos hemos entregado.
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Pero que los pisoteadores no se hagan ilusiones. La bandera de nuestros amores flameará más que nunca en Santa Cruz, se verá en todos los edificios públicos y privados, en los parques, plazas y avenidas. Ondeará en todos los hogares, escuelas y hospitales, en todas las fábricas y en cada comercio. Cada uno de nosotros nos encargaremos de ello, como señal clara de que el pueblo sigue firme, de que jamás nos rendiremos, de que somos y seremos siempre libres y de que nuestros ideales jamás serán arriados.
Marcela Urenda de Leigue