Entre la moderación y el extremismo


Marcelo Ostria Trigo

ostria A medida que se polariza la sociedad entre opciones políticas radicales opuestas, se aleja la moderación y se llega al extremismo, siempre pernicioso. Esto se advierte cuando en las partes en pugna surge la intolerancia con el prurito de no asumir errores ni reconocer aciertos ajenos y, lo que es más preocupante, cuando se ocultan carencias y eluden responsabilidades.

El extremismo no es una categoría ideológica; más bien es una conducta política que, para dominar, prescinde de principios y deforma los conceptos de democracia y libertad. “Aplicable a cualquier ámbito, el extremismo extremista es una actitud similar a la intransigencia y se contrapone a la moderación…”. Son extremistas –su intolerancia los distingue– los que a toda costa buscan diferencias y establecen trincheras agresivas. Es la negación del ‘espacio social de consenso’, que desemboca en el autoritarismo.



Aceptar la crítica es signo de madurez política, de moderación y de respeto a la libertad de expresión; es también signo de que se acepta la disidencia consustancial a un proceso democrático. Los seguidores del extremismo sólo ven blanco y negro; no las zonas de posible consenso. Abandonan, empecinados en el sectarismo, cualquier proceso democrático al negar la posibilidad de la alternancia en el poder. Esto porque los que proponen nuevas alternativas son presas de la agresión y de la persecución oficialista, por haberse permitido la libertad de disentir. Así, paulatinamente, para diferenciarse, frecuentemente se escoge el extremo opuesto y luego el ‘corsi e ricorsi’ de la violencia.

La visión autoritaria de alinear a todos en una ideología, sistema político o religión ha causado millones de víctimas. La escalada extremista se va haciendo más pronunciada y se expresa en acciones para ‘castigar’ a los que no creen en un sistema. Y ese ‘castigo’ por el derecho a disentir se hace inflexible cuando el extremismo convierte en ley su visión única e inmodificable. El Código Penal cubano establece: “Incurre en sanción de privación de libertad de uno a ocho años el que: incite contra el orden social, la solidaridad internacional o el Estado socialista, mediante la propaganda oral o escrita o en cualquier otra forma… Si, para la ejecución de los hechos previstos en el apartado anterior, se utilizan medios de difusión masiva, la sanción es de privación de libertad de 7 a 15 años”.

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No hay, entonces, libertad para oponerse, por convicción, a ese socialismo. Esto lo dejó claro Fidel Castro, con esta muestra acabada de extremismo: “La prensa de oposición no existe ni existirá… advierto que no existe ni existirá. Eso que ni lo sueñe nadie… Aquí no habrá esa llamada prensa de oposición. Una prensa al servicio de los intereses de los enemigos de Cuba, de los enemigos de la Revolución, una prensa al servicio de la política de Estados Unidos, no hay ni habrá aquí jamás. Debo decírselo con toda franqueza”. (Entrevista para la NBC, La Habana, 1988)

Y hay intentos de disfrazar esos castigos, como sucede en proyectos, como el aprobado por la Cámara de Diputados que pena el racismo y la discriminación, pero que, a la vez, pone en peligro la libertad de expresión.

Qué difícil resulta, entonces, comprender la validez de las justificaciones del extremismo…

El Deber – Santa Cruz