Ciudad Juárez, pagar para no morir


Juárez, la ciudad gobernada por narcos
Dos cárteles disputan la ciudad más ‘caliente’ del hemisferio y la narcoguerra hace de la vida un dolor que el gobierno mexicano no puede calmar. Hasta ahí llegó EL DEBER.

juarez 

El hombre que me lleva de la estación de buses a un hotel protegido por guardias civiles me dice que no tema, que a nosotros nadie nos va a secuestrar en el camino porque él, un taxista veterano, cumple fielmente con la cuota impuesta por los cárteles de la droga. La cuota, me explica, es un tributo que paga cada semana para poder trabajar, y sobre todo, para seguir con vida.



Estoy en la mera Ciudad Juárez, en la frontera norte de México, donde los cárteles mataron desde 2008 a más de 6.650 personas aplicándoles técnicas brutales que los sicarios del crimen organizado reinventan cada día: desde cuerpos atravesados con un palo y amarrados a los puentes,  hasta los tradicionales coches bomba.

Aquí, la morgue se colapsa a menudo, y la ciudad tiene 250.000 habitantes menos que hace tres años. Algunos se han ido en ataúdes a poblar los diez cementerios que existen, y otros, marcharon en caravanas al interior de México en busca de una tarea casi imposible: conseguir la paz. Otros, los afortunados, obtuvieron una visa y cruzaron el puente fronterizo que separa Juárez, una de las ciudades más peligrosas del mundo, de El Paso (Texas), irónicamente, la segunda urbe más segura de los Estados Unidos. Entre ellos están algunas autoridades de las que se dice que duermen en camas estadounidenses porque aquí corren el riesgo de amanecer tiesos.

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El caos está declarado. El 2008 el presidente Calderón y su Ejército se propusieron atacar con mano dura al narcotráfico y desde entonces los niveles de violencia alcanzaron alturas inesperadas. En Ciudad Juárez, que se encuentra en el estado de Chihuahua, el terror se amplificó no sólo porque existe un odio a muerte entre el Gobierno y los narcotraficantes. A esta urbe, que está levantada en medio del desierto se la disputan dos de los cárteles más sanguinarios de México, el Sinaloa, también conocido como del Pacífico, que comanda Joaquín ‘El Chapo’ Guzmán, y el cártel de Juárez, que es encabezado por los hermanos Carrillo.

Hacerse del dominio geográfico y conseguir la complicidad de policías y de políticos les permite a los cárteles tener carta blanca para traficar la cocaína que llega de América del Sur, venderla al menudeo en México y hacerla pasar al potente mercado estadounidense. Los millones que mueven son tan abismales que nadie los ha podido contabilizar hasta ahora. El ‘narcoimpuesto’ es sólo una forma de demostrar su poder y su nivel de organización.

El dinero, dice el taxista, es cobrado por los narcos a través de un sistema de listas que les permite llevar la cuenta de quiénes pagan, y quiénes no.
La ciudad es plana y ese lunes 27 de septiembre, a las 10:00, tiene la sensación de estar casi abandonada. Dos camionetas azules que transitan por una avenida ancha le dan  el ambiente fúnebre de una zona en guerra.

En la carrocería de esos motorizados van policías, también de azul, encapuchados, con chalecos antibalas y armas de grueso calibre en posición de alerta. Es la Policía Federal y el taxista agacha su mirada. “No hay que fiarse de ellos. Algunos están infiltrados con los narcos. Pero no se preocupe, que ningún pinche cabrón nos va a secuestrar”, reitera, firme y pegado al volante.

Después, cuatro policías, en la garita de una comandancia, mientras juegan con su arma, acceden a decir su versión sobre cómo es vivir en una masa urbana caótica. “A veces nos topamos con los narcos cuando están ejecutando a alguien y entonces nosotros tenemos que disparar o morir”, dice uno, el más flaco, el ojoso, el que mira desconfiado. Otro, el que tiene cara de cansado, lamenta que las aseguradoras de vida ya estén cabreadas de asegurar a policías, porque ya no les sale costeable otorgarles una póliza. “La indemnización es como de 300 mil pesos ($us 25.000), pero si la mala hora le llega a uno en el trayecto a la casa, ese monto baja a la mitad”, lamenta el más alto, el que habla entre dientes. “He visto a viudas que deambulan exigiendo la indemnización”, dice, y acaricia su arma.

Bajo ese panorama, no es difícil darse cuenta de por qué puede resultar fácil que un narco convenza a un policía para que pase a formar parte de sus filas. En 2007, por ejemplo, los diarios informaron que agentes federales fueron sentenciados por un juez por delitos contra la salud y delincuencia organizada, ya que éstos les avisaban a los líderes del cártel de Juárez sobre los movimientos que realizaría la autoridad para que los delincuentes no fueran atrapados.

Los camiones (micros) son el transporte más barato, el pasaje cuesta medio dólar

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Las avenidas están vacías y el sol se refleja en el asfalto. Los micros, (que aquí los llaman camiones), transitan con poca gente y desde adentro se ve el detalle de los agujeros que hay en las ventanas. “Alguna bala las ha traspasado”, dice el chofer, que habla despacio, y después me reclama que cómo se me ocurre preguntarle sobre esas perforaciones. “Híjole, esto me puede costar la vida, y también la tuya”, dice y sigue la marcha sobre una ciudad caliente, caliente por el peligro que anida en el lugar menos pensado y por el calor que viene del sol y de la arena de ese desierto que hay en sus orillas. El micro pasa por un barrio con viviendas que tienen las puertas cerradas. En Juárez 110.000 casas fueron ya abandonadas porque sus dueños se sometieron al ‘exilio’. Por lo menos 12.000 negocios están clausurados y 170.000 fuentes laborales esfumadas.

Comprar agua mineral para tratar de olvidar el sol no es fácil. Las llamadas tienditas de la esquina están en extinción. En la zona La Morelia todavía queda una, pero su propietario dice que la cerrará en dos semanas porque en los últimos seis meses le saquearon productos a mano armada.  Eso, hasta antes de pagar la cuota: 40 dólares semanales. Otros deben abotonar más. Para las prostitutas de alto vuelo y los propietarios de restaurantes el ‘narcoimpuestazo’ es más fuerte. Dos, hasta tres veces mayor.

En una escuela del centro de Juárez, una profesora dice que  hay 12.000 niños huérfanos y muchos de ellos, quizá por instinto, se tiran de panza al piso cuando escuchan disparos.

El taxista fue el primero que me recomendó lanzarme boca abajo ante el primer sonido de bala. “El pago de la cuota nos protege de los secuestros, pero no de las dosis de plomo”, dice, y se pega al volante.

Administran a control remoto
El Paso (Texas), según las estadísticas del FBI, es la segunda ciudad más segura de EE.UU. Las tasas de criminalidad han disminuido un 36% durante los últimos diez años y hasta julio del 2010 las autoridades registraron sólo dos asesinatos, muy por encima de los 2.000 que hubo en Ciudad Juárez entre enero y septiembre.

A más de cien metros del edificio municipal hay un puente que atraviesa el manso río Bravo y en la mitad de esa estructura de concreto (la línea fronteriza) flamean las banderas de México y de EEUU. Es hasta este último país al que algunas autoridades y empresarios mexicanos cruzan para refugiarse del peligro que acecha con mayor despliegue durante las noches.

Quienes se arropan en la seguridad texana, saben que los cárteles del narcotráfico evitan trasladar la violencia hacia EEUU porque, demostrado está, que en ese país se desata una reacción oportuna en contra de ellos, lo cual entorpecería que se cierre el círculo del millonario negocio del narcotráfico.
Pero la gente de Ciudad Juárez no es la única que sale a buscar refugio a otro lado. El diario Excelsior, en su edición del 1 de octubre, reveló que la inseguridad que vive México por el crimen organizado ha obligado a alcaldes de seis estados a gobernar a “control remoto”.

La nota da cuenta de que decenas de presidentes municipales de Tamaulipas, Michoacán, Chihuahua, Guerrero, Sinaloa y Durango han huido de su lugar de origen y han optado por despachar desde ciudades donde sus vidas no corran peligro. En Tamaulipas, la mitad de los 43 municipios carece de alcaldes de tiempo completo. Los munícipes acuden a sus oficinas de día y salen de sus pueblos para pernoctar en sitios seguros, incluso en Estados Unidos.

Así se ve el muro que divide eeuu de méxico. muchos cruzan para estar a salvo

f101Opinión  

Yo vi vaciar una pistola
Sergio Mesa | analista de la realidad social
El tipo de narcotraficante actual es muy diferente al de hace 15 años. Ahora utilizan a sicarios que son muchachos muy jóvenes y que provienen de las filas de desempleados. A mí me tocó ver a uno, de 14 años, que le vaciaba la pistola a otro de casi la misma edad. La violencia en Ciudad Juárez trasciende los prototipos. Ahora se trata de una opción de vida para mucha gente.
Los cárteles son un poder económico muy fuerte. Hay pueblos enteros que viven de ellos y el narcotraficante es casi venerado. Existe mucho lavado de dinero, empresas que no pueden explicar cómo subsisten.  Es dura la imposibilidad de salir a la calle sin miedo, pero lo más grave es que no vemos una rendijita por donde salga la luz de que las cosas pueden empezar a cambiar.
Esto que estamos viviendo no se gestó de la noche a la mañana. Al Gobierno no le interesa la ciudadanía, y lo más triste, a la ciudadanía no le interesa lo que hace el Gobierno. No hemos querido resolver la ilegalidad, que es el caldo de cultivo de lo que estamos viviendo.

Testimonios   

“Secuestraron y mataron a mis primos”
“Mataron a dos primos míos. Murieron ejecutados. Los secuestraron los cárteles. Pidieron plata a la familia, $us 35.000, pagaron una parte, pero a los tres días los encontramos muertos. La violencia está en su máximo nivel. Ya no sabemos ni qué hacer. Todo viene de la educación familiar”. (Comerciante)

Esto es como estar en una guerra
Prende uno la tele y aparecen puros muertos. Hace dos meses hubo una balacera en mi calle. Yo venía en carro y estábamos parados. Mi esposo estaba operado y tuvo que tirarse al piso  para no ser alcanzado por las balas. Antes mataban puras mujeres, ahora, de todo. (Lupe, ama de casa)

Fuente: El Deber