Marcelo Ostria Trigo
En la mañana del 11 de septiembre de 2001, en Lima, Perú, los cancilleres de los países de la Organización de los Estados de los Estados Americanos (OEA) que se reunieron en Asamblea General Extraordinaria, para firmar la Carta Democrática Interamericana, fueron golpeados con la noticia de los atentados terroristas a las torres del World Trade Center de Nueva York y al Pentágono (el edifico del Departamento de Defensa de Estados Unidos), que dejaron un saldo de más de 3.000 muertos, la mayoría civiles. La tristeza y la indignación, seguramente reforzaron la determinación de América de luchar, pese a cualquier adversidad, por la paz y la democracia. Así fue que se adoptó un excepcional documento para el Hemisferio.
A nueve años de la firma de la Carta, hay nuevas preocupaciones y cunde el desaliento. Quizá, el hecho de que el texto recogió con mucha claridad la decisión de evitar los golpes de Estado contra gobiernos democráticos para entronizar dictaduras, ha ocasionado que, al final, se haya dejado de lado otra modalidad, entonces sólo en ciernes: la de los gobiernos que se sirvieron de la democracia para alcanzar el poder, que luego abandonan sus elementos que están reconocidos en ese documento y que, paulatinamente y con persistencia, se orientan a establecer regímenes despóticos.
Por supuesto que el canciller peruano, Javier Pérez de Cuéllar, en la Cumbre de las Américas de Quebec, Canadá, no imaginó que, al lanzar la iniciativa de que los países representados en el Consejo Permanente de la Organización de los Estados Americanos preparen un texto que prevea mecanismos para la defensa de la democracia, la organización continental habría que preocuparse por las dictaduras embozadas que ahora siguen nuevos caminos para desconocer los elementos de la democracia, violando los derechos fundamentales de sus ciudadanos.
Ciertamente, el entonces secretario general de la OEA, César Gaviria, que permanentemente alentó en el Consejo Permanente de la Organización que se cumpliera la tarea encomendada por los presidentes de América de preparar ese documento internacional, tampoco imaginó que a la Carta le iba a faltar las previsiones para los casos de desviaciones antidemocráticas de algunos gobiernos elegidos en comicios libres.
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La Carta Democrática Interamericana está coja; carece de los mecanismos para prevenir o censurar las tropelías de los gobiernos electos que, paradójicamente, la usan como instrumento para justificar la violación de las libertades individuales y los derechos políticos de sus ciudadanos.
En la Carta hay una acertada enumeración de los elementos esenciales de la democracia representativa: “entre otros -dice- el respeto a los derechos humanos y las libertades fundamentales; el acceso al poder y su ejercicio con sujeción al Estado de derecho; la celebración de elecciones periódicas, libres, justas y basadas en el sufragio universal y secreto como expresión de la soberanía del pueblo; el régimen plural de partidos y organizaciones políticas, y la separación e independencia de los poderes públicos”.
Ya es evidente que en la región hay gobiernos, como el de Hugo Chávez y sus aliados, que han convertido el ejercicio electoral en charadas, con las que, con el fraude y la intimidación, pretenden mayorías impensables en una sociedad plural; que es evidente que ya está ausente en todos esos países el Estado de Derecho y “la separación e independencia de los poderes públicos”.
Se va más allá -parece que ya nada asombra-, se está amordazando a la prensa con subterfugios: reglamentaciones absurdas, resquicios en las leyes y, cuando no es el acoso, la agresión a periodistas.
Todo esto está sucediendo en medio de las bravatas de los líderes del populismo. Se amenaza -hasta con cercos- si un órgano legislativo no aprueba el capricho del líder, pese a que ya tiene asegurada la mayoría. Y, lo que es peor, se tejen historias terribles de conspiraciones inexistentes de unos enemigos imaginarios que son frecuentemente acusados, sin pruebas, de ser agentes del imperialismo.
¡Pensar que algunos de esos gobiernos, en todo el proceso de preparación de la Carta, respaldaron las iniciativas destinadas a proteger la democracia y, ahora, se erigen en abanderados de dictaduras, incluyendo la de los Castro y la de los ayatolas!
Por otra parte, es sabido que la creación de Unasur se inspiró en el propósito del populismo de establecer un organismo en el continente, sin Estados Unidos y Canadá, rompiendo, no solo la unidad continental, sino aislando a parte de América Latina, como México y los países de Centro América. Este organismo aún sin existencia legal, pues no alcanzó a reunir las ratificaciones requeridas en su convenio de creación, se muestra muy activo en la defensa de los populistas, pero simultáneamente debilita, al dispersar acciones, la tarea continental de preservar la democracia. No queda clara, entonces, la pasividad del secretario general de la OEA, que solícito asiste a las reuniones de Unasur, cohonestando la desunión y división del hemisferio.
La Carta Democrática Interamericana está coja; carece de los mecanismos para prevenir o censurar las tropelías de los gobiernos electos que, paradójicamente, la usan como instrumento para justificar la violación de las libertades individuales y los derechos políticos de sus ciudadanos.
Es notorio que ahora en la OEA se ha esparcido el propósito de dejar pasar las manifestaciones antidemocráticas en la región. Y por el contrario, se toma partido en los incidentes que se suceden en algunos países, siempre en favor de los populistas, así se trate de las tropelías de los autoritarios. Y no es que se espere de su secretario general una acción determinante, porque, al fin y al cabo, no es el presidente de la organización; es sólo el funcionario internacional de más alto nivel. Fue elegido para cumplir lo que le encomienden los gobiernos, y debe estar atento para informar a los representantes de los países, cuando se ponga en peligro la paz, se violen los derechos humanos, se incumplan las obligaciones contraídas y, finalmente -pero no menos importante-, se abandone la democracia representativa. Ya es notorio que este alto funcionario actúa con un preocupante sesgo. En efecto, hay oportunidades en que se rasga las vestiduras y en otras, quizá igualmente censurables, se queda en un discreto silencio.
América Economía