Mario Vargas LLosa, el Premio Nobel cercano a Bolivia

El Nobel de Literatura 2010 vivió sus primeros nueve años en la ciudad de Cochabamba. Allí estudió en el colegio La Salle, en un curso del que salieron personalidades de la talla del poeta Edmundo Camargo. Allí aprendió el placer inmenso de la lectura y el sabor de las salteñas. Pero los nexos del escritor con nuestro país se consolidaron después cuando se casó con una cochabambina, que además era su tía.

La Razón

Texto: Liliana Carrillo V. Fotos: Gentileza de Carlos Carrasco, AFP, EFE



Cochabamba, 1945. El cuarto de primaria del  colegio La Salle, que reunía a  50 niños de pantalón corto, estaba destinado a hacer historia. De ese curso salió el primer científico boliviano que trabajó en la NASA (Carlos Brockman); el primer diplomático delegado de Bolivia ante la Unesco (Carlos Antonio Carrasco); un asesino precoz (cuyo nombre es mejor guardar en reserva) que  cobró su primera víctima a los 12 años y antes de los 15 falleció en su propia ley. Y, entre todos, dos escritores: el sucrense Edmundo Camargo y el arequipeño Mario Vargas Llosa, Premio  Nobel de Literatura 2010.image

Cuarto curso La Salle 1945. En este retrato del estudio cochabambino Foto Einsestad aparece Mario Vargas Llosa. A su lado derecho, Carlos Brockman y a continuación Carlos Carrasco; debajo de éste el pequeño Edmundo Camargo.

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A los nueve años, pocos descifran su destino. Camargo, “ese muchachito delgado, débil, introvertido” —como lo recuerda su condiscípulo Carlos Carrasco—  no era aún el poeta que marcó la literatura boliviana con un único libro —Del tiempo de la muerte (1967)— y que murió joven, a los 28 años. Y Vargas Llosa, lejos de ser el autor de La ciudad y los perros, Conversaciones en la catedral o Pantaleón y las visitadoras, era sólo “Llosa” o “Llosita”, “un chico peruano con dos dientes delanteros salidos, que no confraternizaba mucho”. Así lo describe, su compañero Carlos Brockman.

Ese 1945, excepcionalmente, La Salle acogía a alumnos de otros colegios que se  habían cerrado a causa de la II Guerra Mundial. “Yo iba del Alemán y en La Salle me encontré  con chicos diversos: extranjeros, de provincia y todos ocupaban un rol porque la escuela es un microcosmos de la sociedad”, dice Carlos  Carrasco, diplomático y doctor en ciencias políticas que describe al futuro escritor como un chico “de piernas largas y dientes casi conejunos, tímido y de mirada taciturna”.  “Llosita no era  extrovertido, no descollaba, más bien tenía un perfil bajo; ahora creo que tenía una madurez prematura. Recuerdo su acento diferente y que hicimos la primera comunión con todo el curso”.

Carrasco se reencontró con el escritor 53 años después de ese 1945, en que cursaron juntos el cuarto grado. “Era 1998 y estábamos en París y coincidimos después de una conferencia suya. Ahí le mencioné que éramos amigos de la Salle. Él se emocionó mucho y empezamos a hablar de los profesores y los compañeros. Yo diría que además de haber cambiado físicamente como era obvio, también había cambiado anímicamente”.

En la casona cochabambina

Su niñez en Cochabamba fue el primer nexo de Mario Vargas Llosa con Bolivia. Vargas Llosa  llegó con su familia materna en 1937, cuando tenía un año. “El abuelo firmó un contrato de diez años con la familia Said para ir a trabajar unas tierras que ésta acababa de adquirir en Bolivia, cerca de Santa Cruz —la hacienda de Saipina—  donde quería introducir el cultivo del algodón”, cuenta el Nobel en sus memorias El pez en el agua (1993). Los Llosa se instalaron en la Llajta en una casona  de la calle Ladislao Cabrera y allí Marito vivió sus primeros nueve años abrigado por el cariño de su madre, sus abuelos y tíos y creyéndose huérfano de padre.

“ (La casa cochabambina) tenía un zaguán de techo alto y combado que devolvía las voces, y un patio con árboles donde, con mis primas Nancy y Gladys y mis amigos de La Salle, reproducíamos las películas de Tarzan y las seriales que veíamos los domingos, después de la misa del colegio, en las matinales del cine Rex”, describe Vargas Llosa en su biografía.

“Era un niño travieso y llorón, pero inocente como un lirio. Y devotamente religioso. Recuerdo el día de mi primera comunión como un hermoso acontecimiento; las clases preparatorias que nos dio, cada tarde, el hermano Agustín, director de La Salle, en la capilla del colegio y la emocionante ceremonia —yo con mi vestido blanco para la ocasión y toda la familia presente— en que recibí la hostia de manos del obispo de Cochabamba, imponente figura envuelta en túnicas moradas cuya mano yo me precipitaba a besar cuando lo cruzaba en la calle o cuando aparecía por la casa de Ladislao Cabrera (que era, también, el Consulado del Perú, cargo que el abuelo había asumido ad honorem)”.

A fines de 1945, la familia Llosa en pleno volvió a Perú. Mario, su madre y sus abuelos se instalaron en Piura. Y apareció Ernesto J. Vargas, el padre desconocido por una década con quien el escritor nunca tendría una buena relación. “Había perdido el edén infantil de Cochabamba”.

“Mientras estuve en Bolivia, hasta fines de 1945, creí en los juguetes del Niño Dios, y en que las cigüeñas traían a los bebés del cielo, y no cruzó por mi cabeza uno solo de aquellos que los confesores llamaban malos pensamientos; ellos aparecieron después, cuando ya vivía en Lima (….)”, confiesa en El pez en el agua.

El amor, de Bolivia

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Una instantánea de Varguitas con su esposa, la boliviana Julia Urquidi (sentada) tomada en 1955 en Lima.

El segundo nexo importante del Nobel peruano con Bolivia tenía una simpatía a prueba de fuego. La cochabambina Julia Urquidi Illanes (1926-2010) —tía política de Mario, divorciada y diez años mayor que él— fue su primera esposa.

La hija menor de la familia Urquidi Illanes había estudiado en el colegio de las Esclavas del Sagrado Corazón de Jesús, conocido en la Llajta como “colegio irlandés”. “Era una chica llena de vida, alegre,  muy positiva y gran bailarina; tenía un encanto especial”, recuerda el abogado paceño Mario Salinas, amigo de infancia de Julia y abogado en sus dos divorcios.

Cuando Urquidi conoció a Vargas Llosa, precisamente en la casa de la calle Ladislao Cabrera, ella era una bella joven de 19 años y  él, un pequeño “caprichoso” de nueve. “Mario —escribió Urquidi en su biografía Lo que Varguitas no dijo (1983)— era un niño debilucho, engreído y antipático; toda la familia vivía alrededor de él y él tenia conciencia de su privilegiada situación y sabía cómo aprovecharla. Marito, como le decían en la calidez del hogar, estaba rodeado del amor de su mamá, abuelitos y tíos. Fue este niño el que se educó entre las gruesas paredes del colegio La Salle de Cochabamba, junto a los Hermanos de las Escuelas Cristianas”.

Se reencontraron en 1955, en Lima. Él era un curioso estudiante de Literatura y Derecho en la Universidad de San Marcos y ella, una recién divorciada que viajó a visitar a su hermana Olga, esposa de Luis Llosa, tío de Mario. “Cuando reencontré a Varguitas —cuenta Urquidi en sus memorias— en modo alguno llegué a sospechar que, a su lado, habrían de transcurrir los años más felices e intensos de mi vida y también los momentos de mayor tristeza, desencanto y amargura que cualquier mujer pueda soportar”.

Tía y sobrino se enamoraron y, para escapar a la reprobación de la familia, huyeron para casarse en un pueblo peruano. Después, cuando se aplacó el escándalo, se instalaron en Lima y, dos años después, partieron a París, donde Vargas Llosa había ganado una beca. Nunca más volvieron juntos a Bolivia.

El matrimonio terminó en 1964, cuando el escritor confesó que estaba enamorado de su prima hermana Patricia Llosa, quien también era  sobrina de Julia. “No había más, todo había terminado y yo volví a Bolivia, a refugiarme en mi familia y en el trabajo”, relató Urquidi quien, a su retorno de París se instaló en La Paz y desde aquí tramitó el divorcio.

“Todo el papeleo se realizó en las mejores condiciones y en términos cordiales. Él cedió a Julia los derechos de su primera novela La ciudad y los perros”, cuenta Mario Salinas, quien conoció al escritor sólo años después del proceso. “Cuando yo era cónsul de Bolivia en Santiago, Varguitas y su esposa fueron invitados  al estreno teatral de su obra Pantaleón y las visitadoras. Después, el embajador del Perú ofreció una recepción donde me presenté a Vargas y le cobré mis honorarios por el divorcio; pero claro que en tono de broma”, contó el abogado.

“Cuando Vargas Llosa sacó La tía Julia y el escribidor, ella quiso contar su versión de los hechos, aunque estaban novelados y escribió Lo que Varguitas no dijo que se publicó en Bolivia y en Perú”, comentó Mariano Baptista, quien dirigía la colección Biblioteca Popular Boliviana de Última Hora que sacó el libro, que fue reeditado en marzo por La Hoguera. Julia Urquidi falleció el pasado marzo, a los 84 años en la ciudad de Santa Cruz.

La sorpresa del Nobel

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El jueves 7 de octubre, el mundo de las letras latinoamericanas festejó el Premio Nobel de Literatura para Mario Vargas Llosa.  En Bolivia, también celebró la gente que conoció en la Llajta personalmente al escritor. “Sólo podría comentar que mi Tía Julia consideraba que Mario debería haber sido Nobel de Literatura por mérito… hace bastante tiempo”, dijo ante el requerimiento de Escape el sobrino de Urquidi, el ingeniero Raúl Zegarra Urquidi.

“El Nobel ha sido un galardón injustamente postergado para Vargas Llosa. Lo que yo más admiro de él, es su pasión por el trabajo —valora Carlos Carrasco, su condiscípulo—. Es increíble cómo Vargas Llosa no ha descansado de escribir y su disciplina ya se notaba en La Salle”.

Esos años, Varguitas no los ha olvidado. Tras el galardón escribió en su columna de El País, lo primero que se le vino a la mente  fue su casa de la infancia en la calle Ladislao Cabrera de Cochabamba.

Texto: Liliana Carrillo V.    Fotos: Gentileza de Carlos Carrasco, AFP, EFE