Mucho más que un par de artículos

maggy_talavera Maggy Talavera | Urupesa urbana

Parece que los bolivianos estamos condenados a no dormir en paz. Cuando creemos que las aguas ya están calmas, que pasó la tormenta y que, por fin, llegan tiempos de tranquilidad, algo se rompe en la noche y despertamos antes de amanecer, sorprendidos por nuevas turbulencias. Como diría un gran amigo, inspirado en una viñeta de humor: nos mueven el piso… o el eje cartesiano. Esta es la sensación que me acompaña hoy, a pocas horas de conmemorar los veintiocho años de recuperación de la democracia en Bolivia. Poco tiempo, sin duda, para cantar victoria. Pero convengamos, era nomás un buen periodo como para creer que estábamos avanzando hacia el ideal de consolidar el andamiaje enclenque de nuestro sistema democrático. ¡Ay, torpe ilusión que la dura realidad se encarga de matar!

Veintiocho años no pasaron en vano, pero están lejos de ser suficientes como para asegurar que vamos por el camino correcto. Tantos desatinos cometidos en el pasado han dejado marcas profundas en una sociedad que no sólo no se libra de tener que vivir en zozobra, sino que además no logra aprender de sus errores y dar la vuelta por encima. La realidad, otra vez, vuelve a ser la mejor prueba de ello. Seguimos llegando al 10 de octubre con una carga de problemas que nos impide celebrar como debería ser. Nuevamente, con el Jesús en la boca. O como diría un ex militar golpista, “con el testamento bajo el brazo”. Otra vez con esta sensación de peligro ante las amenazas que emergen contra la democracia. Otra vez los atropellos. Otra vez el acoso político. Otra vez el corte a las libertades de pensamiento y de expresión.



Claro, ni todo es tan similar a los años de las dictaduras militares. No hay golpistas de uniforme militar o sin él en Palacio Quemado. No hay toque de queda, ni muchas otras formas tan características de los regímenes de embotados. Quienes gobiernan ahora lo hacen gracias a elecciones democráticas y a la voluntad popular. Pero, ¡cómo se están pareciendo en sus formas a los defenestrados dictadores del pasado! Usan cada una de las herramientas de la democracia para acabar con ella. No han dudado en tomar el control de todas las instituciones del Estado, no para fortalecerlas, sino para anularlas. Buenos aprendices de la condenada “política tradicional”, reeditan viejas estrategias para la manipulación maniquea de la Asamblea nacional e imponer allí la aprobación de leyes al por mayor que sólo sirven como instrumentos del control político.

Una de ellas, la más reciente, es la Ley contra el Racismo y la Discriminación. Quienes leyeron el texto completo podrán comprobar que es una ley contraria a sí misma. O dicho de otra manera, una ley discriminadora y racista. Y no, por favor, no se trata sólo de dos artículos que incomodan por ser amenazas abiertas contra derechos humanos fundamentales como el de expresión y el de prensa. Como ya lo dijeron antes por separado Julieta Montaño y José Mirtenbaum, se trata de una ley cuyo contenido es una violación de principios elementales que afectan a toda la ciudadanía. Revisen, por favor, la “Justificación” de la ley, las “Definiciones” allí contenidas, las atribuciones dadas al “Comité contra el racismo” creado también en la ley, y se darán cuenta que el problema no está en dos artículos, sino en todo el documento impuesto por orden expresa del mismísimo Presidente de Bolivia.

¿Alguien cree que esta y otras leyes son acaso los instrumentos ideales para garantizar la vigencia de la democracia? ¿Alguien todavía duda de la voluntad real del partido de gobierno, poco democrática, por decir lo menos? Son ya demasiadas muestras las dadas por el Poder central como para no sentir que en democracia estamos como el cangrejo (o como la autonomía): para atrás. Pero insisto. Este retroceso no es apenas culpa de los actuales inquilinos de Palacio Quemado. Es culpa también de la vieja y de la renovada clase política, tan carente de ideales y compromisos; de las elites intelectuales y empresariales, vacías de pensamiento y débiles ante las prebendas del Poder central; y, por último, culpa de todos nosotros, sociedad civil indiferente, banal y acomodada. Mientras esta repartija de culpas persista sin variaciones, no habrá quien borre “los diseños de una dictadura coherente en la búsqueda del poder sobre la mente y las almas de los ciudadanos”, como remata Mirtenbaum.

Santa Cruz, 9 de octubre 2010