Un lector, en la sección comentarios de un diario extranjero, escribió: “Ojalá todo el que tiene algo de dinero lo utilizase para crear un mundo mejor, más igualitario y más justo”. Esto, que es candoroso, suena bien. Pocos serán los que no quieran que esta quimera sea una realidad. Y muchos aplaudirán este buen deseo.
Así es como se van sembrando ilusiones y falsas esperanzas. Regalar es una muestra de la generosidad de los individuos, pero no alcanza para lograr ese noble objetivo de hacer que el mundo sea mejor, más igualitario y más justo, como buenamente desea el citado lector. Y menos aún frente a las dádivas que son parte de la política oficial, asentada en el ‘clientelismo’: ese sistema de intercambio de favores con prebendas, para lograr respaldo y apoyo electoral.
Hay que reiterar: Los problemas de pobreza, desigualdad e injusticia existen, pero no se solucionan con obsequios. Un camino es la creación de empleos dignos, lo que supone una política de incentivos para la producción a través de las inversiones públicas y privadas, nacionales y extranjeras. Esto ya se cuenta como un deber esencial de los gobiernos, que están obligados a empeñarse en elevar los niveles de vida de los pueblos; todo con mecanismos eficientes para asegurar una mejor distribución de la riqueza y, en consecuencia, para ir disminuyendo la brecha que separa a los más favorecidos de los necesitados.
Dedicar supuestos excedentes de las finanzas públicas a los regalos del oficialismo en favor de personas de ciertos sectores de la población, en nombre de un inexistente “Estado de bienestar”, es una acabada muestra de demagogia. Esto va en contra del ya muy conocido proverbio chino: “Regala un pescado a un hombre y le darás alimento para un día, enséñale a pescar y lo alimentarás para el resto de su vida”.
=> Recibir por Whatsapp las noticias destacadas
En nuestro el país, con tanto pescado regalado, pocos aprenderán a pescar.
La urgencia de crear empleos como instrumento de lucha contra la pobreza, ha sido bien caracterizada por el director general de la Organización Internacional del Trabajo (OIT), Juan Somavia: “Es necesario –dice– un mayor esfuerzo para mejorar la productividad, los ingresos y las condiciones de trabajo para reducir la pobreza que afecta cerca de la mitad de todos los trabajadores del mundo. Vivimos un momento de oportunidad e incertidumbre en el cual muchas de las barreras que impedían a las mujeres y hombres desarrollar por completo sus capacidades están derrumbándose, pero en el cual los buenos trabajos que proveen las bases de la seguridad sobre las cuales construir sus vidas son cada vez más difíciles de encontrar”.
Por otra parte, hay efectos conexos al desempleo que están enfermando a la sociedad, como el crimen, el tráfico de drogas y la corrupción, usados como expedientes fáciles –inaceptables moral y legalmente– para salir de la pobreza. En un estudio de Carlos Resa Nestares de la Universidad Autónoma de Madrid, se lee: “Cuanto mayor sea el nivel de desempleo, y por lo tanto peores las circunstancias económicas de los grupos sociales, más probabilidades existen de que se vean implicados los individuos que los componen en actos delictivos”. Y, según se sabe, esto es compartido por los expertos y respaldado por estadísticas confiables.
Diseñar una política solidaria para mejorar la economía de todos los sectores de la ciudadanía, sin exclusiones, sigue siendo la tarea pendiente del oficialismo.
El Deber