La riqueza de La Gaiba continúa desprotegida; habitantes viven en la miseria

El país recuerda esta laguna por la denuncia que comprometió hace 30 años al régimen de García Meza en la explotación ilegal de piedras semipreciosas. Un naufragio destapa la miseria. El único centinela que tenía La Gaiba murió ahogado. La pobreza es tan cruel que para enterrarlo tuvieron que sacar las tablas de su casa para hacer el ataúd. En La Gaiba tampoco existen los beneficios de los bonos Juancito Pinto y nunca ha llegado el programa Operación Milagro, el plan de alfabetización Yo sí puedo ni el seguro de salud materno infantil.

image Vestigios. En las playas de la laguna quedan restos de rieles a través de los que se sacaba carga en otros tiempos



Roberto Navia Gabriel, El Deber

La riqueza de La Gaiba continúa desprotegida

Realidad. El país recuerda esta laguna por la denuncia que comprometió hace 30 años al régimen de García Meza en la explotación ilegal de piedras semipreciosas. EL DEBER la visitó y verificó su descuido

La única vez que el Estado marcó una fuerte presencia en La Gaiba fue en 1980, cuando el Gobierno de Luis García Meza entró a la zona a explotar ilegalmente las piedras semipreciosas guardadas en el vientre de sus colinas. Treinta años después de ese saqueo, aquel punto geográfico ubicado en la provincia Ángel Sandóval, a 700 km al este de la ciudad de Santa Cruz, en la misma frontera con Brasil, es un lugar caliente donde el Estado casi no existe, donde los caminos quedan anegados con una lluvia leve, donde navegar por la bahía significa jugarse la vida y donde llegar o salir en una avioneta es un lujo y hasta un tema de ciencia ficción. 

La Gaiba es una laguna ancha y larga entre Bolivia y Brasil que forma una frontera acuática de 10,8 km. Ese espejo de agua está tendido en la ‘colita’ del Pantanal y cuenta con una superficie de 98 km², la mayor parte (52 km²) está en Bolivia.

Pero La Gaiba es más que eso. Informes del Gobierno revelan que ahí existen no sólo piedras semipreciosas, sino también la posibilidad de encontrar diamantes. Eso sí, tan grande es la reserva y abandonada como está, que el Gobierno no sabe cuánto de esa riqueza se está explotando en la actualidad.

Lo que sí se sabe es que existe esa reserva de piedras semipreciosas instaladas en el estómago de varias montañas y donde actualmente por lo menos cinco concesiones mineras del empresariado privado las explotan y las exportan al mercado de China.

La Gaiba también es el refugio de Aparecida Sosa (45), una viuda con sus 14 hijos y sus tres nietos y el recuerdo de su esposo, Pedro Aponte (58), que naufragó hace tres meses aguas adentro.

EL DEBER llegó hasta la misma falda de la laguna, se metió en ella y caminó por los rincones de esa región, que está a 150 km de la carretera bioceánica (que conecta a Puerto Suárez con Santa Cruz), pero, irónicamente, alejada de los servicios básicos del mundo moderno y donde ingresar en época de lluvia es imposible. EL DEBER también se metió a los socavones, evidenció cómo se explota las piedras semipreciosas y habló con un empresario y con esos hombres que llegaron a trabajar alejados de lo que ellos llaman el mundo civilizado.

La noche anterior había llovido y el barro negro acumulado en algunos rincones de la ruta de tierra -desde El Carmen Rivero Torres hasta La Gaiba, (150 km)- se convirtió en una muralla infranqueable.

Cuando esto sucede, la gente de la zona ya sabe que uno de los pocos que consigue pasar triunfante aquel lodo negro es Jairo Menacho, ese hombre macizo que con su jeep Suzuki, blanco y sin asientos traseros, sale airoso de todos los 35 pozos ‘pantanosos’ que hay a lo largo de la ruta. Jairo maneja con las dos manos apretadas en el volante y cuando aparece una brecha apunta con la derecha: “Por allá se va a una mina donde hay las famosas piedras”, dice y después de seis horas de bregar en el camino se topa con una tranca de palo y con dos soldaditos que llegaron de zonas heladas a una caliente.

Son los hombres de la Fuerza Naval que están ahí desde hace cinco semanas después de una notable ausencia militar en aquella frontera.

En realidad, los hombres que custodian La Gaiba son 13 uniformados. El alferes Javiner Noriea Barriga dice que el Gobierno ha instalado esa base para impedir que el contrabando de madera, de mercadería y el narcotráfico siga circulando libremente y para evitar que pescadores furtivos dañen el ecosistema de la laguna.

Pero hay algo más que motivó a que la institución militar marque su huella en esa zona casi inhóspita: evitar que las barcas que surcan la laguna se lancen a las aguas sin los debidos instrumentos de navegabilidad. 

El viernes 3 de septiembre, a las 11 de la mañana, una lancha a motor fuera de borda fue derribada por una ola y sus seis ocupantes (guardaparques) cayeron al agua. Cuatro de ellos murieron y de sólo dos encontraron sus cuerpos. Uno de los que perecieron fue Pedro Aponte, el padre de la única familia que vive a orillas de la laguna, esa que tiene 14 hijos y tres nietos.

Su familia es el fiel reflejo del abandono estatal. Don Pedro Aponte, hasta antes de morir, era el único centinela de la patria. Con su canoa a remo patrullaba las aguas, sin que alguien se lo pida, para evitar que pescadores llegados de Brasil y del interior de Bolivia saquen la riqueza animal. Cuentan sus hijos que observaba en silencio cómo el tráfico de sustancias ilícitas navegaba las aguas hasta perderse en Brasil. Pero a cambio, de Bolivia no recibía nada. Más bien, el Gobierno de Brasil es el que les continúa regalando cada tres meses alimentos que en La Gaiba son difíciles de conseguir. 

Desde la muerte de don Pedro, en La Gaiba flamea la bandera nacional y la wiphala, pero los barbechos continúan de pie en la pista de 700 metros por donde, según datos de 1980, se sacaban cada día 4.000 kilos de piedras semipreciosas en seis avionetas que iban rumbo a Puerto Suárez y a Corumbá.

Los vestigios de aquella presencia militar están presentes en las tres edificaciones de ladrillos que siguen de pie en una superficie plana a unos 100 metros de la playa de la laguna. Una de esas casas ha sido refaccionada y ahí duermen los soldados, en otra que aún está en ruinas han hecho su comedor y al frente queda la que se encuentra en peor estado: sin techo y con la fachada hecha jirones. 

La familia de don Pedro Aponte no siente aún los beneficios del puesto militar. Los 14 hijos, cuya edad van desde los 25 años hasta un año, siguen comiendo una vez al día y curándose con infusiones de hierbas medicinales. Lauro (25), el hijo mayor, pasa sus días acostado y alucinando en una cama precaria. Su madre dice que está enfermo de la cabeza desde hace dos años y que han optado por dejarlo como está porque un curandero les dijo que el muchacho ya no tiene cura.

Hugo Marancenbaun vive a nueve kilómetros de la laguna. Él trabaja en la agricultura y en la actividad minera. Desde hace tres años dice que está explotando la mina Yurutí, un cerro de 110 metros de alto y del que cuando el yacimiento está en producción mensualmente saca 20 toneladas de material, y afirma que lo está haciendo conforme a ley, regido por el Códido de Minería.

En La Gaiba cada quien carga con su propia cruz. El empresario Marancenbaun, para sobrevivir en esa espesura olvidada, se abastece con comida y materiales de trabajo antes de que lleguen las lluvias.

Aparecida viuda de Aponte  y sus 14 hijos están desabastecidos todo el año y las pirañas son el único alimento seguro que tienen y desconocen que debajo de sus pies, en las profundidades de la tierra, está guardada una riqueza minera incalculable.

   La cifra   

4.000

Es la cantidad de kilos de piedras semipreciosas que se sacaba cada día durante el régimen de García Meza, según el reportaje periodístico de 1980 de Antonio Miranda.

La denuncia de Antonio Miranda

– Investigación. El periodista Antonio Miranda Solís (ya fallecido) denunció en 1981 la explotación ilegal de piedras semipreciosas por la empresa Rummy Ltda., al amparo de un contrato privado con los ex miembros de la Junta de Comandantes: Gral. Luis García Meza, Vicealmirante Ramiro Terrazas Rodríguez y el Gral. Waldo Bernal Pereira.

– Destacado. El premio internacional EFE de periodismo al mejor reportaje del año fue otorgado a Miranda por aquel trabajo publicado el 12 de noviembre de 1981 en Presencia y que se tituló Saqueo de piedras semipreciosas en Chiquitania.

Un naufragio destapa la miseria

Especial. El único centinela que tenía La Gaiba murió ahogado. La pobreza es tan cruel que para enterrarlo tuvieron que sacar las tablas de su casa para hacer el ataúd.

image Necesidad. Chinelas de todo color, pero, sobre todo, rotas. La pobreza en los hijos de don Pedro Aponte se ve refleja en los pies. Ellos calzan sandalias brasileñas

A las 16:00 del 3 de septiembre, Pedro Aponte les dijo a los cinco náufragos que flotaban en las aguas de la laguna La Gaiba, que estaba agotado y que ya no aguantaba más… luego se dejó llevar por el agua y por la muerte.

Pedro Aponte Moreno tenía 58 años de edad y con su muerte La Gaiba se quedó sin su único centinela voluntario. Allá, en esa esquina de la patria, su viuda, Aparecida Sosa, (45), lo describe como un hombre menudo, moreno, de mediana estatura, achinado, risueño y dueño de unos bigotes a lo ‘Shaolín’.  

No era un hombre rico en bienes materiales. Sólo tenía 25 vacas, un espacio de tierra para sembrar yuca y maíz y una lancha a remo en la que se lanzaba a las aguas a pescar pirañas, esos peces de dientes filosos que terminaron comiéndole uno de sus brazos el día de su muerte.

Pero él sí era rico en otra cosa. Fue ‘ducho’ a la hora de traer niños a este mundo. En total tuvo 18, 14 de ellos con Aparecida Sosa, la mujer morena que nació en una finca de Brasil y que empezó a amamantar desde los 20 años y que, incluso ahora, después de haber quedado viuda, lo sigue haciendo, porque Sarita, su última hija, apenas tiene un año de vida.

El sábado 4, al otro día del naufragio, Josué, su hijo de 10 años, caminó nueve kilómetros para pedirle ayuda a Hugo Marancenbaun, el empresario ganadero y minero que vive en la hacienda Mirin.  El domingo, Marancenbaun se montó en una lancha a motor y junto con él subió Josué. Empezaron a navegar a las 7:00 y dos horas más tarde divisaron a dos hombres en calzoncillos que aleteaban con sus manos en una isla menuda. Eran dos de los guardaparques que sobrevivieron al naufragio. Uno estaba con el estómago quemado por la gasolina del motor de la lancha y el otro tenía el mismo problema, pero en una de sus piernas. Ellos fueron los que contaron que don Pedro se había despedido antes de dejarse llevar por el agua y por la muerte. 

Don Pedro era el conductor voluntario de la lancha y con él iban cinco guardaparques a verificar si en la laguna había pescadores furtivos. De los seis tripulantes murieron cuatro. Sólo se encontraron los cuerpos de don Pedro y de Donato Bejarano. Hasta ahora se desconoce el paradero de Eladio Tacuchaba y de Narciso Soliz.

Este último tenía 25 años, vivía en la comunidad La Palma, a 80 km de La Gaiba, y había ingresado a trabajar en mayo pasado. Victoria Centenaro Rodríguez es su madre. Ella tiene 58 años y el día en que le avisaron que su hijo había naufragado se quedó muda. Ahora ya habla pero su voz la utiliza para pedir ayuda para la búsqueda de su hijo al que vio salir de casa el jueves 2 de septiembre con su bolsoncito en la mano. 

La pobreza está metida en todos los rincones de la vivienda del fallecido Pedro Aponte. La situación es tan extrema que para enterrarlo tuvieron que sacar las tablas de la casa para armar un ataúd rudimentario. A él no lo enterraron en La Gaiba porque ahí no hay cementerio y hasta antes de él, que la familia se haya enterado, no había muerto nadie en la zona. Por eso lo llevaron a Puerto Gonzalo, un rancho que está a 35 minutos de ahí y donde sí hay un cementerio.  

En La Gaiba tampoco existen los beneficios de los bonos Juancito Pinto y nunca ha llegado el programa Operación Milagro, el plan de alfabetización Yo sí puedo ni el seguro de salud materno infantil.

Ni la cuarta parte de los hijos de don Pedro sabe leer ni escribir, y tres de los 14 no tienen certificado de nacimiento ni documento de nacido vivo. “Es que a 13 de ellos los tuve en mi casa”, dice Aparecida, la viuda que tiene que alimentar a 14 bocas todos los días. 

Son las 10 de la mañana y Josué, el de 10 años, está chupando una manga que no ha madurado.

Está callado y uno de sus hermanos dice que casi no habla desde el día en que escuchó que su padre, cansado como estaba, decidió dejarse llevar por las aguas para encontrar la muerte. 

   Los hijos y su edad  

Lauro 25

Mario 24                             

Marcelo 24

Eloy  22

Asencia  20

Claudio 19   

Cecilia 15

Martha 14

Josué 10

Jonás 9

Noé 8

Moisés 6

Samuel  2

Sarita 1

Todos ellos son los hijos que tuvo Pedro Aponte con Aparecida Sosa. La familia está a la espera de que las autoridades le otorguen una indemnización por haber muerto en un operativo.