…te seguimos esperando aquí” dice la canción de la película documental con la que el padre Eduardo Pérez Iribarne rinde homenaje a su amigo y compañero jesuita Luís Espinal Camps, asesinado el 22 de marzo de 1980, en la ciudad de La Paz. Vil como todos, ese asesinato fue el anuncio de los tiempos que se avecinaban: “tiempos de oscuridad”, diría Hanna Arendt.
“Lucho San Pueblo” es el testimonio de un amigo, a su amigo. Me conmovió, y la vi dos veces, para recordar los tiempos de compromiso militante por la democracia, la justicia social y tantas utopías aún pendientes. Y me fue revelador aquel estribillo de la canción: “Lucho San Pueblo, te seguimos esperando aquí … por los pobres, por más pan y por más techo… te seguimos esperando aquí”. Interpelador verso, de una hermosa canción, letra y música de José “Pepe” Lijeron, con arreglos musicales de Glenn Vargas, y cantada por Peko’s. Ellos contribuyen a que la película del padre Pérez sea un digno homenaje a “Lucho San Pueblo”. Me sacudió también otra frase: “siempre unidos te seguimos esperando aquí.”
¿Unidos? Muchos podrán corroborar al vocero del gobierno, Iván Canelas, amigo de Luís Espinal y ex periodista de radio Fides, quien expresó que con este gobierno, Bolivia está haciendo realidad los ardientes deseos de ese tiempo: la restauración democrática y la igualdad social. Si nos quedáramos solo en una de las múltiples determinaciones que hacen a la totalidad, es decir, en la visibilización, inclusión y empoderamiento de algunos pueblos indígenas, sobre todo aymara, tendría que decir que sí. Pero la totalidad como concepto dialéctico, la articulan múltiples determinaciones, para a ser síntesis “unidad de lo diverso”, Marx, dixit. Esa diversidad que los hombres del oficialismo no ven, porque ‘no hay peor ciego que el que no quiere ver’. Porque reconocer diversidad sociocultural, pluralidad política, respeto a los otros diferentes y a sus DD.HH. son principios democráticos que no conjugan con la pulsión de dominación totalitaria-autoritaria de Evo Morales y el MAS. Así no puede haber unidad.
“Lucho San Pueblo” habla de la vida de “un buen hombre ¡vaya que era un buen hombre” dice el Padre Pérez. Narra su arresto en la noche tardía y silente del 21 de marzo del 80; detalla su calvario en el matadero, los suplicios, luego el asesinato con 4 cuatro tiros de metralla, para luego tirar en un basurero el cuerpo torturado. ¿Por qué Lucho? se pregunta el padre Pérez. Y él mismo se contesta: la muerte, que es negra, se convierte en luz, si es por el pueblo. Me conmovió.
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El 22 de marzo de aquel año estábamos en un seminario sobre “Desarrollo Regional” en San José de Chiquitos. A las 17.30, Guillermo Capobianco, dirigente del MIR cruceño, comunicó su asesinato. Ahí presentimos que la lucha seguiría siendo a muerte: en junio vino el atentado a Jaime Paz Zamora, del que sobrevivió con la manos y el rostro quemados de por vida. El 17 julio fue el golpe a Lidia Gueyler, con sus horrores, los muertos y el dolor a cuestas. En enero del ’81, el asesinato a ocho dirigentes del MIR, sacudió al país.
No andábamos “con el testamento bajo el brazo”, como amenazaba Arce Gómez. Lo recordé saliendo del cine: en el primer aniversario de la muerte de Lucho Espinal, los jesuitas celebraron una misa en La Merced, a la que solo debían ir mujeres. Ahí estuve con otras y algunos universitarios, entre ellos, Micky Bustos, con quien me encontré, la primera vez. Hubo corre-corre policial, pero salimos de misa pensando en Lucho y en seguir luchando, como ahora…
(El Deber-7-XI-10)