El glotón…


cayetano-5Entre paréntesis…. Cayetano Llobet T.

La glotonería es un instinto natural de la política. Todo lo que huele a poder abre el apetito de una manera incontenible. No es extraño que, en las sociedades democráticas, se busquen los modos y los mecanismos para evitar que el glotón se coma todo. Se crean instituciones verdaderamente representativas, órganos legislativos independientes que se dedican sólo a lo suyo: elaborar las normas que sirven de referencia al ciudadano; se establecen instancias para juzgar que no obedecen otras órdenes que los de la conciencia de los magistrados, los fiscales no están pendientes de lo que dice un ministro, las fuerzas armadas y de seguridad cumplen con un papel estrictamente profesional, no deliberan y no tienen nada que ver con la política.  Los glotones son mal vistos y sufren porque les resulta imposible comer todo lo que quieren. Son sociedades donde el poder es flaco, pero con muy buena salud.

Nosotros vivimos en una sociedad con un poder gordo y super glotón. Ha logrado preparar un plato donde está todo: legisladores, jueces, fiscales, magistrados, contralores y todo el sistema de comunicación del Estado.  Además, no hay nadie que pueda compartir la mesa con él. Hay que admitir que este último punto no es mérito exclusivo del glotón. Los que deberían compartir mesa y mantel en calidad de eso que las democracias llaman “oposición”, han hecho todo lo posible e imaginable para consagrar una suerte de inutilidad irremediable que terminó convirtiéndose en complicidad con el glotón. En sus versiones partidarias y en sus versiones regionales no supieron hacer otra cosa que preparar y aderezar sus platos para regalárselos al glotón.



Hoy las cosas se han puesto feas, muy feas, porque el glotón está agresivo. Ha decidido que es hora de que sus fiscales y jueces actúen y, según las propias versiones gubernamentales, hay un menú con cientos de procesos ya listos. Unos se fueron del país ante la evidencia de condenas previas a los juicios  -“es un delincuente casi confeso” dijo el Vicepresidente de uno de ellos, introduciendo en materia jurídica la extraordinaria figura de la “casi confesión”-, algunos cometieron la ingenuidad de pensar que sus bases iban a salir furiosas a la calle, y otros esperan con más o menos resignación la hora del verdugo.  Desde luego, y no podía faltar, alguno de los perseguidos de hoy se arrepiente de haber sido fiel compañerito y parte del banquete, sin haber abierto la boca para defender a los perseguidos de entonces. ¡Eran tiempos en que podían comer sin miedo!

No hay la imagen de la violencia represiva de las dictaduras y la justificación del abuso es sencilla: es cuestión de los jueces, no del gobierno. Conste que esto tampoco es un invento del gobierno de Evo Morales.  En el relato que hace un defensor de los derechos humanos, Abelaziz Nouyidi, nos cuenta del régimen de Marruecos: “Cuando se trata de algo político la independencia de la justicia es igual a cero”. Pero mucho más precisa y afortunada es la fórmula que un fiscal marroquí le confesó al embajador estadounidense: “Otros países recurren al ejército o a la policía para controlar la política, pero en Marruecos nos resulta suficiente el sistema judicial”… Cualquier semejanza, es mera coincidencia.

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El hambre de poder es insaciable. Es natural que mientras se tenga la fuerza y los platos suficientes se pueda comer y comer. Sólo después se saben las consecuencias. Quizá se deba a eso aquella famosa y tardía reflexión de Napoleón que del tema sabía mucho: “El poder muere de indigestión”.