Carlos Cordero*
Durante el discurso presidencial de 22 de enero de 2011, en el marco de la conmemoración del novísimo Estado Plurinacional, vimos al señor Presidente hacer gala de cifras y estadísticas para convencer a los ciudadanos acerca del crecimiento del aparato estatal. El Gobierno no sólo había fortalecido las instituciones preexistentes, sino que orgullosamente mostraba la creación de nuevas entidades estatales que competían y debían competir con iniciativas privadas. El orgulloso Mandatario no sólo enumeraba las nuevas empresas estatales, también las adquisiciones y el movimiento económico que generaban. Emapa, la Empresa de Apoyo a la Producción de Alimentos, como otras creaciones del genio administrativo gubernamental, estuvo presente en el aludido discurso. El tiempo mostraría que la mencionada empresa del Estado Plurinacional, en lugar de resolver problemas, los habría de generar y multiplicar.
Si una omisión tuvo el mensaje presidencial, fue la necesaria conexión entre el fortalecimiento del Estado, expuesto a lo largo del discurso, con la eficiencia administrativa. El Estado fuerte que pregonaba el Gobierno, el tiempo se encargó de mostrar que estaba ausente del territorio, que no atendía las expectativas ni demandas ciudadanas y, más bien, erosionaba la credibilidad e imagen presidencial. Las fortalecidas empresas y diversas reparticiones, existentes y recientemente creadas en el marco del Estado Plurinacional, en lugar de proveer gobernabilidad y confianza ciudadana en el Gobierno, le restaban. A diferencia de anteriores formas estatales, el Estado Plurinacional autonómico se halla acompañado de un gobierno con el orgullo inflado, que tiene conciencia nítida del enorme poder que concentra y que utiliza con notable habilidad para imponer su voluntad a la sociedad que le dio el poder político. Un Estado con evidentes tendencias a engordar y a reproducir la sempiterna ineficacia e ineficiencia en la administración y explotación de los recursos humanos y materiales que tiene a su alcance. Inversamente al proceso de engorde del Estado y al inflado orgullo gubernamental, existe una clara conducta para disminuir la influencia de la ciudadanía, llana y simple, en las decisiones estatales. El proceso que vivimos puede resumirse en el siguiente aforismo: más Estado y menos ciudadanía.
La advertencia, más que una crítica de los defectos o riesgos del proceso de recuperación de la fortaleza estatal, es el preocupante desamparo en el que va quedando el individuo y, por extensión, la ciudadanía.
El Estado Plurinominal fuerte, no significa un Estado eficiente. Las cifras y estadísticas expuestas durante el discurso presidencial reiteran la primera parte del aforismo, más Estado, pero nada dicen de las capacidades del Estado frente a la lluvia. Las manifestaciones de la naturaleza, la sequía, la lluvia y los efectos del agua desbordada, como todos los años, nos muestran la eterna debilidad y precariedad del Estado, sea éste neoliberal o plurinacional.
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Continuamos realizando estadísticas de cuántos damnificados existen por departamento y cuántas vituallas se reparten entre los cientos de familias devastadas por la lluvia. El Estado continúa sosteniendo la equivocada política de crear empresas cuando la historia nos ha dado inocultables lecciones de que el Estado no solamente es un mal administrador sino que dichos emprendimientos estatales son el caldo de cultivo de la corrupción.
*Politólogo y catedrático
La Prensa – La Paz