Gas, alimentos, democracia y revolución

daniel-pasquierDaniel A. Pasquier Rivero

Primer año del segundo período del presidente Evo Morales. Las ganas de mandar, la ambición de poder, los sueños de tantos días en vela, una vida consagrada a la lucha sindical y política han marcado su vida desde joven, pero ya está golpeando el medio siglo. Estos días no son los mejores para el de Orinoca. Los que han experimentado el subir a una montaña saben que se tienen menos dificultades en la subida que en la bajada. El esfuerzo no permite pensar y la ilusión de alcanzar la meta tiene suficiente incentivo como para no reparar en el esfuerzo. Si el compromiso es grande, hasta ofrecer la vida parece poco. Al final, alcanzar la cumbre, saborear la victoria, gozar del aprecio a los vencedores, compensa todo lo pasado.

Pero así es la vida. Llega la hora del descenso. Se busca seguridad, alejar los peligros que pueden hasta reclamar la vida. El vértigo de los que miran, hacia abajo, en la montaña. Todo parece confuso. El golpe del 2006 trajo millones de dólares a las arcas del Estado. Pero en solo tres años se invirtieron los papeles. Ahora se busca a las capitalizadas para salir del atolladero. Efectos colaterales: falta de técnicos, se publicita el contratar 211 en YPFB con la promesa de saltarse la Ley de austeridad y pagarles más que al presidente (que gana una ridiculez). Lo peor, una empresa sin horizontes. Gente de confianza, sin calificación profesional. Invertir en energía e hidrocarburos no había sido cosa de tierra y salivita. A las amenazas verbales que deleitaron a los políticos se sumó la inseguridad jurídica en los contratos. ¡No habían servido hippies para redactar la Biblia!



Alimentos, los necesita hasta el más rico. El sector agroindustrial radicado en el Oriente producía casi de todo y suficiente para dar seguridad alimentaria al país entero. Pero se lo identificó con la oposición al confuso socialismo andino indigenista propuesto por el gobierno. Convenía para la estrategia de polarización y para reforzar el apoyo de los acólitos de occidente. Ahora no hay comida, los alimentos se importan y no hay solución a corto plazo. En Palacio Quemado creen que soplando se hace crecer la yuca, el sorgo, el maíz, la soya, la caña, etc. Azúcar importada en avión, ya acostumbrados al lujito del Falcon presidencial.

Las carestías son fruto de una mala gestión. Porque es previsible, hoy sequía mañana inundación. Se evidencia la falta de políticas coherentes respaldadas por conocimiento. Una ministra se puso en su desesperación a vender carne sobre hules (adquirida en predios de familiares); otro se puso el casco amarillo y salió a repartir garrafas para controlar el contrabando; en la Cancillería muestran preocupación por conseguir azúcar para las legaciones diplomáticas extranjeras, y mandan misivas para evitarles a los embajadores el hacer cola; los chanchos meditan sobre qué comer y los pollos deciden poner menos huevos y aportar menos carne. Hoy se vende la yuca a 80 Bs la arroba, y el gajo para plantarlo cuesta 20.

La democracia no es para predica dominical, es una práctica, es una cultura. El presidente probablemente al inicio de su primer mandato, hace cinco años, no lo distinguía muy bien. Y le puso a su proyecto, revolución en democracia. Hoy, las carestías son fruto de una mala gestión.

Evo está en un verdadero laberinto. El tiempo de ascender, en base a resultados electorales, buena propaganda y la ingenuidad de la población se ha agotado. La espera de cinco años tiene que ser justificada y la gente en su mayoría empieza a cuestionarla. El obligado retroceso en la subida a los precios de los hidrocarburos marcó un antes y un después. Como si la confianza, hasta ese momento todavía mantenida, contra toda esperanza, se hubiera acabado. Se exigen resultados: inversiones traducidas en empleos. ¡Basta el despilfarro en propaganda de logros y éxitos que no existen! Hasta los menos informados se preguntan por la realidad de la deuda pública, después vendrá el juicio sobre en qué se ha gastado. Las cifras marean, porque el gobierno acostumbró a la ciudadanía a hablar de miles de millones de dólares que ya danzaban en el imaginario social. Pero, ¿será que cuestan tanto las canchitas polifuncionales inauguradas por el presidente? Porque empresas, empresas en serio, originadas en cuantiosas inversiones públicas, no las hay.

Como el general Simón José Antonio de la Santísima Trinidad Bolívar y Palacios, del Nobel García Márquez, el presidente buscará azorado una respuesta, ¿qué ha pasado? Los próximos no se atreven a decirle la verdad. El pueblo está harto de tanta ineficiencia, de tanta corrupción, de tanta “mala leche” –en términos castizos-. Hasta el Mallku Felipe Quispe lo dice: “no ha existido ese caso de alzamiento, de terrorismo, o sea que no han podido hacer el montaje”; una guerra sin cuartel contra un enemigo que no existió. Lo único que reclama el pueblo es que lo dejen trabajar, sin “el genio” que inventa competencia desleal usando fondos públicos, sin pagar aranceles aduaneros ni emitir facturas.

García Márquez relata de manera novelada el último año del General. Hora de pasiones moderadas. Van quedando atrás los engaños, los conflictos, las traiciones, la lista de amigos y enemigos. La expresión final lo resume todo: Carajos, ¡Cómo voy a salir de este laberinto!