Hipocresía y traición

Sergio P. Luís

chavez-gadafi2 Hace ya más de cincuenta y cinco años, en el centro de Europa, un pueblo valiente escucho las incitativas a rebelarse contra un oprobioso régimen. El pueblo húngaro se levantó contra el gobierno estalinista, y el primer ministro András Hegedüs solicitó a la Unión Soviética que intervenga con sus fuerzas armadas para sofocar el levantamiento popular. Los rebeldes repusieron a Imre Nagy como Premier y exigieron seguir su propia línea política, sin injerencia de Moscú. El saldo fue trágico. Esta es una relación escueta: “El Ejército Rojo movilizó 31.550 soldados y 1.130 tanques y el 4 de noviembre de 1956 atacó Budapest. La resistencia organizada finalizó el 10 de noviembre, la revuelta fue aplastada y comenzaron los arrestos en masa, lo que provocó que unos 20.000 húngaros huyeran en calidad de refugiados. El balance final fue de 722 muertos y 1.251 heridos del bando soviético; y una cifra estimada de 2.500 muertos y 13.000 heridos por parte de los húngaros sublevados. Luego serían ejecutadas unas 2.000 personas más. Para enero de 1957, el nuevo gobierno instalado por los soviéticos y liderado por Jànos Kádar había suprimido toda oposición pública”.

Desde antes de que intervengan las tropas soviéticas y aún en los cuatro días de combate desigual en que los tanques, cañones y aviones de guerra atacaban a los alzados prácticamente inermes, no cesaron las incitativas occidentales a resistir, dejando entrever su próxima ayuda para lograr su liberación. Los mensajes de aliento de Radio Free Europe (Europa Libre) fueron constantes. La ayuda nunca llegó. El resultado fue un cuarto de siglo adicional de dominación comunista, impuesta por las armas.



Queda aún la amargura de haber alentado a un pueblo a la rebelión, a pelear por su libertad, sabiendo por anticipado que no se haría nada en su favor, que se lo dejaría a merced de las bien equipadas divisiones soviéticas invasoras. Nada sucedió en las Naciones Unidas. Sólo retóricas protestas desoídas por el régimen títere y por los interventores.

Ahora se presenta la posibilidad de que se repita la historia. La rebelión popular de los libios contra la tiranía del desquiciado Muammar Gaddafi, fue muy pronto alentada por la comunidad internacional, y ahora está siendo ahogada en sangre. Las fuerzas militares, los tanques, los aviones y los mercenarios, avanzan, mientras la polémica de qué hacer y cómo reaccionar, inmoviliza a las N acciones Unidas, a la OTAN, y en general al mundo democrático, para emprender una necesaria acción internacional que evite una mayor tragedia.

Es un hecho usual: siempre habrá quienes se refugien cobardemente en el argumento de que hay que trabajar por la paz, mediante el acercamiento de las partes cuando tienen intereses subalternos escondidos, a sabiendas de que los alzados ya no tienen oportunidades. Acusarán a quien pida una acción internacional de incendiario, guerrista y partidario de la violencia. Entre ellos, se advierten antiguos resentimientos y afanes de “curarse en salud” por si sus pueblos también escogen la rebelión para alcanzar la libertad y la democracia. Estos son los casos de Putin, cuyos antecedentes no son muy democráticos y de los chinos de la masacre de Tiananmen, que sienten los signos de inquietud de un pueblo sometido.

Han salido también otros pretendidos sensatos –lamentablemente Brasil es uno de ellos– reclamando una solución política, sabiendo que no hay posibilidad de ello ante la brutalidad de una satrapía acostumbrada a matar, encarcelar, torturar y causar víctimas inocentes con el terrorismo de Estado.

¿Qué se pretende? ¿Es que se cree en la charada repugnante de Hugo Chávez que, con sus acólitos del ALBA, sale en defensa de un régimen de oprobio con una propuesta tramposa de paz negociada burdamente presentada? En estos tiempos, la hipocresía, ya es traición a la libertad y a la democracia.

El tiempo se está agotando. Luego sólo se lamentará si llega un nuevo infierno para los libios.