“Buenismo”

Marcelo Ostria Trigo

MarceloOstriaTrigo_thumb1 Recientemente surgió en la jerga de los políticos el término ‘buenismo’. Su uso se extendió rápidamente para “definir ciertos esquemas de actuación social y política”. Aunque no haya partidos o corrientes ideológicas que proclamen esta curiosa categoría, en la práctica –muy cercana a la demagogia– es una política basada en los “subsidios, subvenciones, políticas de discriminación positiva, etc.”. Es, según Amando de Miguel (catedrático emérito de Sociología de la Universidad Complutense), un neologismo irónico que “no tiene nada que ver con el máximo inspirador del materialismo filosófico”.

“Las aplicaciones del ‘buenismo’ corresponden en no pocos aspectos a la necesidad de hacer política de masas… El ‘buenismo’ se desentiende del conflicto porque siempre hay fuerzas exteriores y malignas a quienes atribuirles el mal. El mal de todos no existe, sino el ‘buenismo’: la agresividad es una entelequia porque solo se puede dar la agresión del imperio contra la colonia…”. Es más: “La confluencia de sentimentalismo y vestigios utopistas, a veces empaquetado todo en nuevas versiones del viejo izquierdismo y otras como indicio de idealismos emocionales todavía por definir, ya es un factor de la vida política, y a la vez condimento de la antipolítica. Es decir: ese sentimentalismo expansivo –llamémosle ‘buenismo’– va pasando a ser elemento de estrategias políticas”. “…el ‘buenismo’, al desactivar la necesidad de la política, articula toda una estrategia de amortiguación, escape o dilación… No es un método, sino un estar, y no una forma de ser careciendo por tanto de autenticidad” (Valentí Puig, ‘Estrategias del buenismo’ en ‘El fraude del buenismo’. FAES. 2005).



El escritor y periodista español José Antonio Zarzalejos afirma que la política del ‘buenismo’ es la que sigue el actual presidente del Gobierno de su país, José Luis Rodríguez Zapatero, “un progresista de nuevo cuño que es intitulado ‘buenista’, pugnaz valedor de un nuevo talante para abordar los asuntos públicos, militante en un optimismo antropológico que le haría contemplar los problemas, por complicados que fuesen, como dificultades sorteables o superables y decidido partidario del ‘dialoguismo’. La forma de ser de izquierdas, de practicar políticas socialistas…”. (Un hombre sin biografía. El Confidencial. Madrid, 17/04/2011).

El ‘buenismo’, por otra parte, no posee las connotaciones del ‘Estado de bienestar’; tiene, en cambio, “usos o significados distintos y se considera que es principalmente una categoría empírica para el análisis comparativo de las actividades de los estados modernos” (Wohlfahrtsstaat).

El ‘buenismo’, en realidad, se basa en promesas hiperbólicas y se queda solo en la prebenda. Es, únicamente, una estrategia política para consolidar un esquema, el de los llamados ‘progres’ y populistas, que supone la adulación constante a los sectores populares, a los que, por la vía de las dádivas, se pretende convencer que van a gozar de mejores condiciones de vida.

Pero también en el ‘buenismo’ hay una esencia puramente testimonial. Cuando proclama su empeño y esfuerzo en favor de los sectores desvalidos, se trata solo de una mera estrategia de poder, de conservar prerrogativas, todo en nombre del trabajo para esas capas sociales. Su exponente más conspicuo es el populismo; ese populismo cuya esencia ineludible es la autocracia y el culto a la personalidad del caudillo, así este ya haya llegado a su ocaso.

‘Buenismo’, finalmente, es sinónimo de demagogia.

El Deber – Santa Cruz