Precaria eternidad…

Entre paréntesis… Cayetano Llobet T.

No deja de causarme alguna gracia la convicción con la que la gente del gobierno hace algunas cosas, pensando que nunca, nadie más, venga quien venga, las va a cambiar. Creen que están atornillando las cosas de tal modo, que cualquier cambio de régimen va a respetar escrupulosamente lo que ellos piensan dejar. Tampoco es original el pensamiento, pues todos los caudillos están convencidos de que su huella es imborrable. “Dejo todo atado y bien atado”, decía con suficiencia aquel caudillo “por la gracia de Dios”,  Francisco Franco, y resultó que más de un nudo quedó flojo.

Cuando uno ve y escucha a la gente del gobierno de Evo Morales siempre da la impresión de que todo lo que están haciendo es la obra para el resto de la historia. Y ya debe haber más de un ingenuo candidato al  próximo “Tribunal Supremo de Justicia” que cree que tiene asegurado su puesto por los próximos cien años. No tiene la menor idea de que cualquier cambio  de régimen lo va a sacar de su escritorio sin ninguna contemplación, le va a dar una patada en el culo y lo va a mandar a su casa…  como ha sucedido a lo largo de toda de nuestra historia.



Desde luego, hay de todo en el variado mundo del oficialismo. Están aquellos que han llegado por primera vez al poder y que, básicamente por ignorancia, creen que uno de los atributos de ese poder es la eternidad. Están los que ya tienen alguna práctica y saben que nada es eterno en política. Son los que aprovechan al máximo en el menor tiempo posible: hacen compras, adjudican obras, colocan a parientes y amigos, compran bienes que normalmente no están a su nombre, renuevan amantes y marcas de auto y gozan con fruición su nueva condición de privilegiados. También están los grandes, los grandotes, que saben de historia, que no tienen un pelo de tontos y que han logrado una proyección que va más allá del limitado horizonte de su escritorio eventual. Me imagino que alguno de ellos ya debe tener asegurada alguna cátedra en Europa y algún otro el cargo adecuado en un organismo internacional. Ellos sí saben que el poder no es eterno… ¡otra cosa es que su discurso predique la eternidad del poder!

La historia de Bolivia es una sucesión de nombres con aureolas eventuales en la que cada uno de sus protagonistas ha actuado convencido de que todo lo que está haciendo es lo inédito, lo nuevo, lo que nadie había pensado antes y que, además, su obra es indestructible. Es una historia de pobres construcciones con aires de castillo que nunca han aguantado la siguiente temporada de lluvias, porque aquí los adobes se hacen con discursos. Con el agravante de que en Bolivia, la política siempre ha sido una época muy lluviosa.  

Cuando vengan otros, no importa quiénes  -porque en Bolivia tampoco se pregunta quién viene, sino ¡quién se va!-  estarán listas las filas de los nuevos “servidores públicos”, la nueva legión que acabará con los anteriores.  Y no se trata de un castigo al actual gobierno y a su partido, sino que siempre ha sido así.  Somos un país con mala construcción: nuestra historia política es la de los edificios fáciles de construir pero muy difíciles de conservar. Nos encanta ver cómo se van elevando los sucesivos pisos pero sólo se trata de un pequeño placer previo al placer mayor: la contemplación del derrumbe.

Contemplar a los ideólogos de este momento es conmovedor. Están extasiados con su obra suponiendo que están construyendo la escalera al cielo. No tienen la más remota idea de que aquella eternidad que creen estar edificando es, como nuestra historia misma, una eternidad precaria…