Álvaro Riveros Tejada
Es por demás conocida la estrategia de los comunistas de ocultar o disimular sus males, como la enfermedad o expiración de sus líderes; así como su afición por la necrofilia y todo aquello que tiene que ver con la muerte, fórmula que fue introducida desde su advenimiento en el escenario político mundial, con el fallecimiento de Lenin; Stalin y otros dirigentes que fueron pulcramente embalsamados, para venerar su memoria.
Luego de la caída del muro de Berlín y cuando la Glasnost y la Perestroika comenzaron a mostrar al pueblo soviético los problemas económicos y sociales que la nomenclatura comunista había ocultado o minimizado durante 70 años, tales como las feroces purgas del estalinismo, el desabastecimiento de alimentos, la pésima calidad de las viviendas, la corrupción gubernamental, el alcoholismo y otros, era imposible detener la derrota del sistema, ya que la capacidad del gobierno central de imponer su voluntad sobre las repúblicas había quedado reducida a nada.
Sin embargo, y ante el asombro de la humanidad, pese a tamaña derrota, aún quedaron reductos de esa deplorable experiencia en países como Cuba y Corea del Norte donde las mañas y subterfugios también permanecieron intactos, como la consabida campaña de publicidad y propaganda sobre los adelantos médicos y ese proceder críptico sobre la salud de sus dirigentes. Epidemia que se viene poniendo de moda en países del ALBA.
Así como la Unión Soviética nos distrajo durante 70 años, con los “prodigios” de una medicina de avanzada, en la “isla de la felicidad” el hambre, la miseria y la falta de libertad se disimulan tras el velo de misteriosas enfermedades de sus líderes o supuestas curas milagrosas propias para embelesar a incautos.
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Los servicios populares de salud de Cuba se encuentran en niveles de atraso similar o peor que los que prevalecen en los países más relegados del continente. Empero, para tratar las dolencias del provecto comandante y de sus adláteres, sabemos que existen centros hospitalarios ultramodernos, operados por médicos españoles, donde el común de los cubanos jamás tendría pisada, al igual que los lujosos hoteles de la cadena Meliá.
Es así que el mico-mandante venezolano, ante las penurias que pasa su pueblo, optó por montar el sainete de extirpación de un forúnculo, cuyo proceso durará el tiempo que los venezolanos deban soportar la falta de luz, agua y artículos de primerísima necesidad. Mientras tanto, como por arte de magia, la isla se ha convertido en exportadora de petróleo (el regalado por Venezuela) cuyo pago es la tragicomedia que los hace vivir.
La imagen del viejo prestidigitador junto a su hermano beodo, visitando al paciente funambulesco, es el retrato más patético de una obra de teatro bufa, que habría cobrado mayor realismo si ésta se desarrollaba en un hospital psiquiátrico. De todas maneras, ella es el reflejo de la caída del mito castrista y del ocaso del funámbulo.