Cronopio mayor

Fernando Mayorga*

fernando_mayorga Queremos tanto a Julio, diría Glenda Jackson, esa actriz británica de mirada penetrante que tanto gustaba a Julio Cortázar, quien tituló un libro (¿su último libro?) con el nombre de un cuento que es un homenaje a esa mujer: Queremos tanto a Glenda.

Y es que en julio hay que recordar a Cortázar, no en agosto que es el mes de su nacimiento porque eso no sería muy cronopio.



Del cronopio, el Julio su inventor, escribiría el Papirri Chazarreta Monroy antes de dibujar una guitarra en el caparazón de una tortuga con tiza de color amarillo en homenaje a. Y recuerdo que amarillo era el color de las flores que adornaban la tumba del gran(dote) Julio en el cementerio de Montparnasse acompañando una figurita de madera apoyada en su tumba de mármol blanco, blanco, y que aparentaba ser un cronopio pero nadie de nosotros se daba cuenta, porque si de algo se trata en esos casos, se trata de hacerse al loco.

Al loco se hizo Cortázar, según mi modesto entender, porque le envié una carta en sobre manila certificada y nunca me mandó respuesta. Ese entonces, yo tenía veinte años, había escrito una variante a Carta a una señorita en París, ese cuento en el que una ñata vomita conejitos, y sentí la necesidad de mandársela para que conociera una versión no original de su cuento, una a/versión.

Eso supuse que había sentipensado él, cierta aversión, porque no me llegó ni acuse de recibo. Y como transcurrían los días y los meses y no me respondía, me dediqué a clavar alfileres en su foto (esa maravillosa fotografía en la que su gato Adorno duerme plácido en sus brazos) tal como lo hace una de sus tías con las fotos de sus sobrinos en otro de sus cuentos (esa tía que clava alfileres, no que duerme como gato). Por puro cariño. Muchos años después me enteré de que cada día llegaban cientos de cartas, misivas, cuentos y poemas al buzón de Julio Cortázar en París, y que él quería contestarlas todas pero no podía.

Entonces se desvaneció el rencor cochala que roía mis entrañas, porque podía ser Julio Cortázar pero qué se creía, pues. Pero era rencor del tipo cronopio, es decir, efímero como suspiro, porque apenas me enteré de que iba a visitar Ciudad de México, que es donde entonces yo vivía, planché mi camisa y me fui trotando a un cine-club universitario para escuchar su voz gangosa y en ritmo de frenillo leyendo, pre-ci-sa-men-te, Queremos tanto a Glenda y un apoyo-logía a la revolución sandinista que, en esas épocas, nos encandilaba con sus guerrilleros poetas.

Uno siempre aprende de los tipos que enseñan estrategias vitales contando cosas que uno quisiera haber escrito o vivido. Con el paso del tiempo, la Maga de la Rayuela fue desplazada en el orden de prioridad de mis lecturas por los cronopios y sus historias con las famas y las esperanzas, quizás porque la esperanza es lo primero que se pierde y la fama es una compañía poco aconsejable, no obstante qué difícil es ser/estar cronopio.

Para tener una idea del tremendo desafío que ello implica, vale la pena recordar este pedacito de literatura cortazariana que describe, es un decir, el canto de los cronopios:

“Cuando los cronopios cantan sus canciones preferidas, se entusiasman de tal manera que con frecuencia se dejan atropellar por camiones y ciclistas, se caen por la ventana, y pierden lo que llevaban en los bolsillos y hasta la cuenta de los días. Cuando un cronopio canta, las esperanzas y los famas acuden a escucharlo aunque no comprenden mucho su arrebato y en general se muestran algo escandalizados. En medio del corro el cronopio levanta sus bracitos como si sostuviera el sol, como si el cielo fuera una bandeja y el sol la cabeza del Bautista, de modo que la canción del cronopio es Salomé desnuda danzando para los famas y las esperanzas que están ahí boquiabiertos y preguntándose si el señor cura, si las conveniencias. Pero como en el fondo son buenos (los famas son buenos y las esperanzas bobas), acaban aplaudiendo al cronopio, que se recobra sobresaltado, mira en torno y se pone también a aplaudir, pobrecito”.

Por eso y por muchas cosas más es preciso evocar estos personajes que no sucumben ante los dilemas de la vida, ni soportan las ínfulas de los poderosos y prefieren dormitar frente a los aburridos avatares de la coyuntura. Porque al evocarlos recordamos cuánto queremos a Julio, y lo queremos tanto que podemos celebrarlo en el mes de su no-cumpleaños.

*Sociólogo

Página Siete – La Paz