Los niños del Tipnis

Mónica Oblitas

OBLITAS La mayoría de los indígenas que participaron en la marcha contra la carretera en el Tipnis y que abordaron las naves del TAM para regresar al Beni, jamás se habían subido a un avión. Ésta fue, sin duda, una más de las experiencias que nunca pensaron vivir cuando empezaron la marcha contra la apertura de la carretera por el Tipnis. Pero si los adultos estaban sorprendidos, imagine a los niños y niñas que jamás habían salido de su aldea. Para ellos esta experiencia marcará su vida por siempre.

Desde la salida del hogar, la represión en Yucumo, la llegada a la nieve y de ahí a la ciudad más grande que ellos jamás soñaron, donde miles de personas les daban comida, les mandaban besos y les sacaban fotografías, estos niños se han convertido a la fuerza en una generación muy especial, que imagino que cuando crezca tendrá un recuerdo no muy agradable de lo sucedido y una visión diferente de su país.



¿Por qué participaron estos niños de esta marcha? Porque siguieron a sus padres y a sus madres, que tenían y tienen la firme intención de defender su territorio ante el avasallamiento que constituiría una carretera en medio de esta Área Protegida (no olvidemos que el Tipnis es un Área Protegida por ley). Un afán absolutamente loable, e incluso hay quienes han empezado a difundir que podrían ser nominados al Nobel de la paz.

Pero nos estamos olvidando de algo fundamental: no debieron haber llevado a sus hijos pequeños ni los dirigentes permitir eso o que marchen mujeres embarazadas. Ésta es mi opinión, y sé que contraria a lo que muchos arguyen. Ante ella he recibido respuestas como que no podían dejarlos con la “niñera”, o que la esencia cultural y sociológica de estos pueblos es la de llevar siempre a la familia completa, sea donde sea que se vaya, e incluso hay quien asegura que los niños quisieron voluntariamente participar en la marcha, como pequeños guerreros.

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Eso no es cierto. Obviamente un niño no puede escoger si se queda o no con papá y mamá porque siempre querrá estar con ellos, pero es responsabilidad de sus progenitores cuidar de su bienestar en todo aspecto y ante cualquier situación.

Más de 600 kilómetros de marcha, en condiciones cada vez más difíciles, con el ojo del Gobierno encima y con la sombra del malestar violento de los cocaleros-colonizadores (para mí son lo mismo, así que desde hoy los llamaré cocalizadores), además de la terquedad insultante del presidente Morales, que hizo llegar a los indígenas hasta la misma puerta de Palacio para darles lo que desde un principio pedían, y encima les hizo una fiesta, no es definitivamente la mejor forma de preservar a estos niños.

Con este precedente, la próxima marcha, sea cual sea el motivo, también incluirá niños y embarazadas, y estos se convertirán en lo que al final fueron los más débiles de la marcha del Tipnis, una suerte de escudos humanos.

Tengo la suerte de conocer las aldeas yuracarés y a las personas mayores, abuelas, tías, etc., son piezas fundamentales en la familia, así que gran parte de los niños podían haberse quedado en sus aldeas a salvo. Y si no había con quién dejarlos, yo particularmente no me sumaba a la marcha y dejaba que mi marido, hermano, primo, lo haga. Pienso que hay convicciones y prioridades.

Dos niños murieron, y una mujer abortó. Poco se dice de estas víctimas. Ellos eran también bolivianos, sólo que no escogieron estar donde estaban ni la lucha que, sin querer, luchaban.

Los Tiempos – Cochabamba