Maestro de la metáfora

Carlos Alberto Rosales

Tomas-Transtr-mer-006 Preñado de curiosidad por conocer la obra del poeta sueco Tomás Tranströmer, quien acaba de ganar el Premio Nobel de Literatura 2011, empecé a leer sus poemas, interpretando las imágenes hilvanadas detrás de cada verso y mirando con detenimiento cada estrofa. Al final obtuve la satisfacción de descubrir una poesía exigente, capaz de someter a la inteligencia e imaginación a una especie de lucha placentera, en la que el esfuerzo interpretativo es premiado con el gozo intelectual.

Tranströmer construye imágenes lúcidas a través de las cuales interpreta la naturaleza —en su estado más impoluto— y lo hace de tal modo que quien lee sus poemas no puede dejar de rendirse ante unos versos que se depositan en el alma como el fruto maduro que cae de un árbol.



El poeta sueco coloca uno a uno los elementos del escenario simbólico a través del cual podemos contemplar la naturaleza desasida de atavismos. Como buen cocinero de la poesía, sabe agregar en el momento oportuno los ingredientes adecuados —y de una forma sutil que el lector no lo advierte— que permitan saborear unos versos tan exquisitos que, después de cuajar en el paladar de la mente, buscan su destino final: el privilegiado repertorio de la memoria.

Por ratos, la poesía de Tranströmer también se torna surrealista y no por eso deja de pergeñar adecuadamente —como cincelando con paciencia el mármol— conceptos diversos como el agua, la música, el silencio, la cultura, la muerte, el alma, el bosque, el mar, el tiempo, la oscuridad, la paz, entre otros. Uno no puede seguir siendo el mismo después de leer la poesía de Tranströmer. Sus versos te obligan a redescubrirte y reinventarte, te invitan a viajar por el mundo interior para cultivar el espíritu. La belleza no puede estar mejor homenajeada en la poesía de Tranströmer, porque en ella encontramos altos patrones estéticos.

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Todo un maestro en el manejo de la metáfora, generando unos versos muy ahorrativos. La hazaña del poeta artesano radica en su capacidad de expresar la mayor cantidad de pensamientos, emociones, recuerdos, reflexiones, sentimientos e ideas con el menor número de palabras. Y esa es una característica de la poesía de Tranströmer.

Más allá del alcance y justo reconocimiento al ganador de este premio, también es un homenaje internacional a la poesía. El poeta es un ser especial inserto en la sociedad y que observa todo lo que ocurre a su alrededor de un modo distinto, con una mirada que trasciende lo inmediato, dejando lo mejor de sí en cada verso.

Con él se demuestra una vez más que cuando el talento es fraguado a altas temperaturas creativas puede tener resultados asombrosos. La obra de Tranströmer no necesita presentaciones vanas, habla por sí misma y es capaz de transportarnos a un mundo libre de artificios cotidianos.

La Razón – La Paz