Carlos TiburcioEl día de finados llegó y se fue sin novedades en el frente. Cuenta la tradición que el 02 de noviembre, desde las 0:00 horas, los muertos vuelven a sus tumbas y por eso hay que mantenerlas limpias y bien arregladas, para que cuando lleguen no se disgusten y renieguen por algo que no les gusta. Es también la oportunidad, dice, que tienen los que partieron hacia el más allá, de reunirse con sus conocidos y familiares que acuden al cementerio en esa fecha. Yo, como de costumbre acudí al campo santo a visitar las moradas de familiares, amigos y conocidos. En todas las paradas que hice, a parte de las oraciones que elevé a Dios a favor de los invisibles, compartí también con las personas que velaban a sus seres queridos. Entre chicha camba, empanadas, dulces y otras exquisiteces culinarias, me pude nutrir de las diferentes charlas que se realizaban al derredor de las tumbas. Se hablaba de los recuerdos del finado o la finada, de cómo habían cambiado las cosas en el pueblo, que antes no se escuchaba música ni lloros en ningún nicho, que el cementerio ya está chico, que Cobija ya no es la de antes, sobre la marcha de los indígenas en defensa del Tipnis, del gobierno nacional, del departamental, del posible gasolinazo, de los votos nulos, de la inseguridad ciudadana, de los precios por las nubes de los alimentos, etcétera. Cuando regresé a mi casa, en mi mente se comenzó a gestar una especie de intriga por saber cuáles serían los contenidos de las charlas que tuvieron los muertos en el cementerio, porque ellos también tienen derecho de opinar, no creo que vengan sólo a escuchar lo que nosotros decimos, soy de la idea de que también arman tertulias y discusiones, generando e intercambiando opiniones de uno o varios pareceres. Me declaro reacio a creer sólo lo que dice la tradición. Por ejemplo, me cuesta aceptar la idea de que los muertos vuelven sólo el 02 de noviembre de cada año y a visitar sus tumbas. Soy más bien de la creencia que desde que desencarnan, están cerca de nosotros, ya por cariño, ya por odio, pero cerca. Creo también que vuelven cada vez que pueden hacerlo para visitarnos sin que lo sepamos o nos demos cuenta de su presencia. Incluso, me animo a decir que muchos muertos son más querendones de su ciudad, que de su propio nicho. A lo mejor, al igual que los vivos, sus charlas eran parecidas, ¿por qué no?, hasta me atrevo a pensar que sus análisis son más profundos que los nuestros, tienen una visión más penetrante, porque los muertos, según se comenta, todo lo ven. De seguro hablaron de sus recuerdos en esta tierra, de cómo era Cobija y Pando cuando ellos vivían, de cómo lo ven ahora, del descontento que tiene una que otra autoridad que fuera en vida al ver el mal manejo de los actuales administradores, de toparse con gentes que cargan sobre sus espaldas la complicidad de haber sido cooperantes de la inoperancia e incapacidad de las autoridades de turno, de la falta de cariño para con nuestra Cobija y de la falta de respeto de los llegados desde otras latitudes con este terruño que los cobijó sin discriminarlos. En fin, muchas cosas más han podido hablar nuestros muertos, pero como imaginar no cuesta nada, me arriesgo a decir que, si el objetivo de los preparativos en los cementerios está dirigido a que los visitantes invisibles lleguen, permanezcan y se vayan felices, por lo menos aquí en Cobija, doy por descartado que los últimos tres años, nuestros visitantes se hayan ido contentos a su eterna morada, simplemente porque encontraron su tumba limpia y bien ordenada. No, eso sería igual o lo mismo que hacen los de la alcaldía y gobernación, en cada festejo de las fechas patrias y cívicas, donde se ve que días antes o a veces horas, comienzan a pintar los pretiles de las jardineras y aceras, cortan el pasto, barren e iluminan las calles, venden combustible y gas para que no hayan filas y descontento de los vecinos, y para que los visitantes (autoridades) llegados del interior, se lleven una buena impresión de la ciudad y se vayan convencidos de que las autoridades regionales están cumpliendo a cabalidad con sus funciones, no, no, no creo que sea así de sencillo. Hoy Cobija, se presenta a cualquier visitante, destrozada, desordenada, sucia, oscura, con calles llenas de huecos, como salida de una guerra. Para los que nacimos y vivimos en ella, casi desconocida. Entonces, a la vista de los difuntos, que fueron igual que nosotros, vecinos de esta tierra bendita, de “A Perola Do Acre”, como era conocida en la época del auge gomero, la impresión que se llevaron, el tercer año consecutivo no ha debido de ser nada halagüeña. Y si, el no limpiar, arreglar, pintar, cuidar, refaccionar, iluminar un cementerio, que supuestamente es la última morada de una persona, se considera una total falta de respeto, entonces, es también una falta total de respeto hacia nosotros, los que actualmente moramos en esta ciudad, que las autoridades no hagan lo que deben, mantenerla limpia, ordenada, iluminada, con calles transitables, como estaba hace tres años atrás, para que volvamos a reconocerla. Estoy casi convencido que los visitantes invisibles se fueron a sus lugares designados por Dios y/o por el diablo, despotricando en contra de los responsables de semejante agravio. Hasta puedo imaginar las palabrotas utilizadas en contra de aquellos que cobardemente apañan el saqueo de los recursos naturales, la humillación y el maltrato de sus hijos y la complicidad con el invasor, que atenta contra nuestro pueblo. Lo que más me apena es que, al final de los reniegos, para nuestros muertos, igualito que para nosotros los vivos, la tristeza y la impotencia será la única compañera. Por más que protesten y digan lo que digan, desde donde se encuentran, nuestros difuntos no pueden hacer mucho para revertir las cosas, nos resta a los vivos sacudirnos de nuestro letargo y comenzar a trabajar en aras de encontrar una salida a esta anomalía. El consuelo que tengo es la certeza de saber que esta “aberración” que estamos viviendo desde el 2008 aquí en Pando, tendrá, como todo en esta vida, un final y que cuando llegue, nuestro compromiso debe ser: recuperar a nuestro pueblo y reconducirlo por la senda del progreso, como ya lo estuvo en algún momento.