El arte de parir

Fernando MolinaHace poco la norteamericana Marni Kotak hizo una performance que saltó a las tapas de los periódicos: dio a luz a su bebé Ayax en una galería de Nueva York. De este modo, el hecho natural por antonomasia se presentó, y con ello pasó a formar parte de la actitud más cultural (anti-natural) del ser humano: el arte. Una paradoja que vuelve a tensionar las definiciones muy controvertidas que recibe éste, y hace fuerza sobre los límites que servían para apartarlo de todo lo demás.De hecho, vuelve cierto lo que dicen los vanguardistas: “es arte todo lo que se muestra como tal”. Vamos a un museo moderno o presenciamos las obras de una bienal como el Siart y podemos encontrar, bajo este rubro antes asociado a “la belleza” y “lo sublime”, toda clase de cosas: fotos retocadas, objetos estrambóticos, telas mal pintadas a propósito, marionetas tiradas al piso de cualquier manera, actores desnudos o que se desnudan, garabatos, mucho blanco, una cantidad impresionante de espacio vacío, un hombre caído sobre el piso como si acabara de encontrar la muerte, fuego, humo, agua, polvo, ruidos tecnológicos que atacan al espectador desde poderosos aparatos de reproducción audiovisual, el retrato de una mujer muy vieja, impúdicamente retratada, un joven con plumas de pájaro y los genitales descubiertos, y un gran número de alusiones sexuales.Carlos Monsiváis se fijó una vez en que nada hay en el arte actual (incluyendo la literatura) más visto que los genitales. El lazo que unifica el batiburrillo es la infaltable teorización de eso que se muestra al espectador, que se ha convertido, a falta de cualquier otro requisito o referencia, en la clave clasificatoria. Es arte todo lo que es teorizado -y lo que se teoriza a sí mismo- como tal. Por eso la pregunta “¿qué sentido tiene su trabajo, qué pretende lograr con él?”, que hubiera dejado sin habla a Velázquez o a Rembrandt, no sorprende a ningún muchacho que está haciendo sus pinitos y que, caramba, puede explayarse por horas respondiéndola.El primer paso de cualquier artista actual es saber exactamente qué es lo que se propone con su “obra”. Una vez que tiene claro esto, ya puede comenzar a trabajar. Claro, porque al definirse estéticamente cumplirá con la “ceremonia de paso” que ahora se le exige para convertirse en artista. No que domine una técnica expresiva, como pedía el racionalismo estético, o que sea capaz de arrebatar al espectador y hacerle sentir a la misma emoción que bulle en sus venas, como planteaba el romanticismo. Nada de esto: sólo que, como Marni Kotak, para en la galería, pero no un bebé sino un “concepto” ingenioso que le permita ser recibido y apreciado por las adecuadas instancias culturales. Con lo que llegamos al punto interesante. Es evidente que la definición “arte es todo lo que se presenta como tal” resulta conveniente para alguien, esto es, para quien se encarga de dicha presentación. Hablo, por supuesto, de las élites culturales, de los críticos, periodistas, marchantes, burócratas de museos y galerías y, sin duda, de los artistas famosos o “vacas sagradas”.Élites mediadoras entre el artista y el público las ha habido supongo desde el tiempo de las pinturas rupestres, que los sacerdotes de entonces encargarían y bendecirían. Sólo que ahora han incrementado su poder y se han dotado del “derecho de investidura”: no sólo valoran qué está “bien” y “mal”; también definen “qué puede entrar y qué no”, puesto que el público ya no puede discriminar esto directamente.Por esto es que todos salimos de la galería o del museo de la misma manera: perplejos. ¿Acaso ese cuadro de 20.000 dólares no era igual a las rayas que un escolar garabatea sobre su hoja? ¿Qué vuelve valioso ese cuadro, entonces, lo que es (su materialidad y potencialidades), o que alguien diga que hay que pagar 20.000 dólares por él? ¿No se ha invertido la secuencia y primero viene la crítica y a continuación sigue la obra? Sobre este tema uno puede leer con provecho la comedia Arte, de Jasmina Reza, que no por casualidad rompió la taquilla en varias de las capitales más sofisticadas del mundo.Página Siete – La Paz