Carlos Hugo Molina*
Cuando se inició la Marcha por el Territorio Indígena del Parque Nacional Isiboro Sécure (TIPNIS), el 15 de agosto, el Gobierno no imaginó tres situaciones sobrevinientes: que la marcha duraría tanto tiempo como para llegar hasta La Paz, que se produciría la violencia estúpida del 25 de septiembre y que la movilización podría influir tanto en el proceso electoral de las autoridades judiciales. El resultado ha significado la primera derrota política consistente del Gobierno.
El exceso de confianza esta vez no le fue propicia al Movimiento Al Socialismo (MAS). Confió en que podía lograr una modificación de los pedidos indígenas, que los negociadores podían lograr en cualquier momento que la marcha sea suspendida, que la torpeza en el manejo de la información y la violencia estatal podían ser superadas, y que la población repetiría el voto de confianza a favor de las políticas gubernamentales. Fue una secuencia explosiva para producirse todo en un periodo muy corto.
Esta vez, los opositores más eficaces del Gobierno fueron el Presidente y Vicepresidente, que con cada intervención pública, y su repetición como libreto oficial por parte de los siempre entusiastas voceros, generaron una crisis que aparentemente ha provocado una inflexión en el respaldo popular. El hecho que hasta ahora reconozcan esta situación y continúen enfrentándose a quien los derrotó lealmente es una señal de esta confusión entre el análisis y la realidad en la que se debate el Gobierno. Y como el Presidente sigue en la dinámica de entrega de cheques, obras y equipamientos, aplausos y agradecimientos públicos, el escenario es aún más propicio para el autoengaño, inducido, provocado o asumido voluntariamente.
Los indígenas han mostrado cuál es el camino para enfrentar al Gobierno y vencerlo. Claridad en las posiciones, ideas sencillas y comprensibles, firmeza, generosidad, ironía y una dosis de sacrificio y esfuerzo han configurado una fórmula que ha demostrado su eficacia. Entre Fernando Vargas y Justa Cabrera crearon una combinación ajustada al momento y a las necesidades. Y Rafael Quispe, del Consejo Nacional de Ayllus y Markas del Qullasuyu (Conamaq), aportó el equilibrio que necesitaba la visión nacional.
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La paradoja política es que la marcha nunca se declaró adversaria del Gobierno; sus líderes pedían diálogo con el Presidente, a quien reflexionaban por las torpezas de sus emisarios; se referían de manera pausada al poder que los agredía. Y, obviamente, no estaba en sus planes derrocar al “hermano Presidente”. Tanta cultura de paz junta desconcertó al Gobierno acostumbrado a pelear de manera implacable. Como esta vez no había contra quién hacerlo, los manotazos de su propia fuerza lo hicieron perder el equilibrio.
Los rostros adustos del presidente Evo Morales y del presidente de la Cámara de Diputados, Héctor Arce, firmando la ley, quedarán como el mejor testimonio de su derrota política: el incumplimiento del 70% del voto a favor de los candidatos y la suspensión definitiva de la construcción de la carretera por el corazón del TIPNIS. Para un Gobierno acostumbrado a los triunfos políticos y electorales, este trance debe ser muy complicado de asimilar.
Y aquí se abre la reflexión sobre el escenario político: la oposición y las elecciones del lejano diciembre del año 2014.
La fortaleza política del MAS está en la figura del Presidente. El acompañamiento de una gestión de muy dudosa eficacia en la transparencia y en la relación costo/beneficio dejan una sucesión de resultado incierto sin la figura electoral del presidente Morales. Y en un destiempo soberano, entraremos a dos debates previsibles: la interpretación constitucional de que éste es el primer Gobierno, y que por eso estaría habilitado para ser candidato en las próximas elecciones, y, el de mayor complicación, que si el MAS perdiese las elecciones el año 2014, ejercería una oposición demoledora con la gente en las calles.
La interpretación constitucional estará en manos de los elegidos el 16 de octubre, y la sabiduría popular presume el fallo habilitante cuando el Gobierno así lo pida. Y la conducta virulenta del MAS frente a una posible derrota es una situación que merece una reflexión liberadora. Si la propuesta fuese cierta, querría decir que no habría posibilidad de un cambio en democracia y la alternabilidad en el ejercicio del poder quedaría sometido a la legitimidad de las masas.
En democracia, esa hipótesis no es correcta y debe ser firme y sonrientemente desechada.
Si el MAS perdiera las elecciones en diciembre de 2014, tendría que soportar volver a la oposición con todo lo que eso significa después de haber gobernado nueve años. Esta premisa es fundamentalmente válida para asumir la construcción de un centro democrático que no tendría que sentirse disminuido por asumirse reformista y republicano, en medio de la plurinacionalidad y del cambio. Y si ganara el MAS, tendría que profundizar una construcción societaria de la misma naturaleza.
Estos escenarios, conjugados con la semana democrática del 16 y el 19 de octubre, y las extraordinarias lecciones de la marcha por el TIPNIS, abren un reto para los opositores democráticos: la posibilidad de enfrentarse a un Gobierno falible y con posibilidad de ser vencido, que no asimila sus derrotas y persiste en su soberbia. Y demandarían a la oposición una conducta consecuente. Pretender volver al Estado de los terratenientes, los mineros feudales y los cívicos fascistas sería contra natura.
Los próximos tres años van a resultar muy largos de verdad, pero son el tiempo prudente para reinventar la democracia y volver a mirar la política con ojos de servicio público. La oportunidad que están teniendo los que nunca la tuvieron demanda transparencia, compromiso y eficacia. Válido para los que están y los que vendrán.
*Analista político y ex prefecto de Santa Cruz
La Razón – La Paz