Las amenazas de China

Álvaro Vargas Llosa

AVLL Obama ha tomado la decisión capital de política exterior de su gobierno: plantar su cara geopolítica a China en su propia zona de influencia. Acaba de anunciar la apertura de una base militar en Darwin, en el norte de Australia, donde alguna vez MacArthur fijó cuartel general para lanzar la ofensiva contra Japón a inicios de la Segunda Guerra Mundial; participa este fin de semana, por primera vez, en una reunión de países del este asiático, un intento por frenar las matonerías de Beijing en el Mar del Sur de China, que el gobierno comunista ve como su lago; y Obama acaba de relanzar la idea de un bloque "transpacífico" que excluye a China (pero en cambio incluye a países como Perú y Chile).

Una década después de los atentados del "11 de septiembre", Washington desplaza, pues, el eje de su política exterior de Oriente Medio a Asia, donde el agigantamiento económico chino viene aparejado con el aumento descomunal de sus pretensiones geopolíticas. Hasta ahora, Estados Unidos ha sido melancólicamente incapaz de contrarrestar a los chinos en los terrenos donde se le ha enfrentado. No ha conseguido, por ejemplo, que Beijing revalorice el yuan y, ahora que el superávit comercial chino ha caído drásticamente, lo logrará menos. Tampoco ha podido, con misiles retóricos, impedir que Beijing maltrate a los países que le disputan ciertos territorios insulares del Mar del Sur de China, especialmente Filipinas y Vietnam, a pesar de que Manila y Hanoi han rogado a Washington protección. Y ha visto con cierto sentido del honor ofendido cómo China intimidaba a Japón, su viejo aliado, y a India, el nuevo socio.



Razones internas (una campaña electoral con el telón de fondo de la presión republicana), externas (Estados Unidos se niega a dejar de ser una potencia del Pacífico) y económicas (la cuarta parte del comercio que fluye por el Mar del Sur de China es estadounidense) han obligado a Obama a tomarse en serio el peligro amarillo. En cierta forma, es un triunfo de Hillary Clinton, que llevaba un par de años susurrando esta urgencia en el oído de su jefe sin que el mandatario reaccionara.

Dicho lo cual, no es seguro que el can norteamericano tenga tantos dientes como prometen sus ladridos. Los gestos enumerados son por ahora simbólicos. La base en Darwin se limitará a una rotación de no más de 200 "marines" cada seis meses por un buen tiempo. En el contexto de recortes drásticos en la Defensa de Estados Unidos (más de 400 mil millones de dólares en los próximos años), China calcula que el tiempo está de su parte. El acercamiento de Washington al sudeste asiático choca con el hecho de que se trata de países muy disímiles, entre los cuales hay democracias, monarquías y dictaduras unidas por el miedo a Beijing y poco más. Y el "bloque transpacífico" en ciernes de entrada plantea el interrogante de si en un mundo donde el crecimiento lo aporta China excluirla es un lujo que los miembros se pueden dar. Para Washington, esta será, a mediano plazo, la gran prueba de fuego. Se elucubra con fruición acerca del declive americano. El juicio es prematuro, empezando por el hecho de que, militarmente hablando, China, con un único portaaviones, es todavía un pigmeo frente a un Pentágono que representa más del 40% del gasto castrense en el mundo. Pero nadie en sus cabales imagina que dentro de pocos años las cosas seguirán como lo estuvieron desde el fin de la Segunda Guerra Mundial. Hay un nuevo matón en el barrio y es inevitable entenderse con él.

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El Diario Exterior – Madrid