Susana Seleme Antelo
José Mirtenbaum (+) amigo querido al que extraño por su sabiduría y complicidad en nuestras reflexiones político-teóricas, me llamó tres horas previas a su muerte, el pasado 19 de septiembre. Fui la última persona a la que habló por teléfono antes de que su corazón se detuviera para siempre. Sin aspavientos, como era él, me dijo que el gobierno iba a intervenir la marcha de los indígenas del Oriente boliviano, en emergencia contra la carretera que pretendía -y aun pretende- partir en dos el núcleo del Parque Nacional Isiboro Sécure (TIPNIS), hábitat de chimanes, yuracaré y mojeños. “Evo debe estar muy enojado… hace más de un mes su autoridad como máximo caudillo está muy cuestionada” sentenció ‘Josi’ Mirtenbaum. Cinco días más tarde se produjo la represión a quienes marchaban pacíficamente rumbo a la sede de gobierno en defensa de su hábitat y de todas las vidas del reino animal en el TIPNIS.
Ya no está Josi para decirnos cuál fue su fuente, pero hoy sabemos que era fidedigna y que el TIPNIS fue su última preocupación política-antropológica, en su condición de ‘judío-aymara’ –se decía el- nacido en La Paz, afincado en Santa Cruz de la Sierra, partes constitutivas de una Bolivia a la que amaba sin excusas, sobre todo a sus pueblos indígenas del Ande y de los Llanos.
Tenía razón Josi, pues según información del matutino paceño Página Siete -17/XI/11- el plan de operaciones TIPNIS, fue plasmado en un documento el 7 de septiembre -18 días antes de la represión- firmado por la plana mayor de la Policía Nacional. La fuerza policial, señala, actuará ante “denuncia interpuesta en el Ministerio Público” con el argumento de que la marcha “indígena originaria atenta contra la vida y la salud de mujeres, niños y ancianos”. Los únicos en atentar contra su vida y su salud fueron los uniformados y afines al MAS que les bloquearon el acceso a comida, agua y medicinas en varios tramos de la marcha de 66 días.
La intervención se realizó sin orden fiscal y poco importa, pues fue una decisión política del más alto nivel, aunque todas las autoridades, empezando por Evo Morales, digan “yo no di la orden”. El objetivo político era impedir que los marchistas llegasen a La Paz, pero llegaron y fueron recibidos como héroes. Josi hubiera dicho “Evo no los perdonará”, conociéndolo como lo conocía y tampoco se hubiera equivocado. Un Morales vengativo contra los indígenas del Oriente manipula los alcances del término intangible e insiste en que la carretera se construya a pesar de haber firmado la ley que la deja sin efecto, para satisfacer a sus bases cocaleras que buscan la expansión de la frontera agrícola de la coca -materia prima de la cocaína- en el TIPNIS.
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Entre tanto, hace casi dos meses la Fiscalía investiga para establecer responsabilidades por aquella intervención: 500 policías abalanzados contra los marchistas en Yucumo -Beni- con gases, golpes, bocas selladas con cinta adhesiva, manos y pies atados, y quienes resistían la ‘intervención’ eran arrastrados como animales por el improvisado campamento de descanso, mientras los niños huían a esconderse en el monte.
La pregunta obvia es, si como Diógenes, la Fiscalía seguirá buscando en el Estado Pluribochorno un hombre honesto que acepte su responsabilidad. ¿Existirá alguno? Los chivos expiatorios no satisfacen la sed de justicia que reclaman las víctimas y la sociedad.