Un desierto para los emprendedores


Fernando Molina

fernando_molina Por una serie de razones históricas, Bolivia consiste, profundamente, en una sociedad tradicionalista y cerrada. En estas sociedades todavía se considera que la riqueza equivale a una determinada cantidad de posesiones, una suerte de “tesoro”, que hay que adquirir, administrar y, sobre todo, repartir. De ahí las crónicas peleas por límites, es decir, por el tamaño del “tesoro” que cada uno puede administrar.

Las sociedades abiertas y desarrolladas, en cambio, piensan la riqueza como un flujo de recursos, que primero que nada es necesario crear.



Las primeras le dan la máxima importancia a la política, como arte de distribución de los recursos existentes; y consideran uno de sus principales bienes el prestigio jerárquico, lo que confiere una importancia mayúscula a la condición de gobernante. Estas sociedades son estatistas, incluso cuando carecen de Estado. En las segundas, por el contrario, aunque el Estado sea fuerte, el interés fundamental es la economía, y el prestigio al que se aspira es el del éxito en las actividades creadoras de riqueza.

Estas dos clases de sociedad constituyen dos entornos completamente diferentes para los emprendedores, es decir, para quienes no están dispuestos a seguir el mismo camino que los demás, si éste no garantiza su propio desarrollo personal. Los que desean trazar su propio camino. Estas personas, los emprendedores, se encuentran en todas las actividades de una sociedad; se los reconoce por una cosa: no respetan el paradigma (o modelo) dominante, sino que se esfuerzan por introducir uno nuevo. Los emprendedores son la principal base social de la que surgen las nuevas empresas.

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En primer lugar, en los países latinoamericanos la clase media es más pequeña, por lo que la cantidad de emprendedores, que generalmente pertenecen a este estrato social, se reduce también. En segundo lugar, los emprendedores no pueden combinar sus habilidades y esfuerzos, por la ausencia del “capital social”, es decir, de confianza en los demás. En tercer lugar, no reciben educación adecuada para lograr sus objetivos, porque las sociedades latinoamericanas siguen obsesionadas con la política, la distribución de la riqueza, y sus élites están poco motivadas a tomar medidas que aseguren el éxito económico, entre ellas la transformación del sistema educativo. Y, en cuarto lugar, se enfrentan con un entorno hostil, que ve a los empresarios con desprecio, como un parásito social, siempre dispuesto a aprovecharse personalmente. En las sociedades asiáticas, en cambio, se lo alaba y halaga, porque se entiende que su provecho personal, que lo lleva a innovar, arriesgarse y generar negocios.

Existen, pues, causas culturales para el (sub)desarrollo. Toda sociedad posee un aspecto “generativo”, es decir, relativo a sus valores, creencias, normas y hábitos, algo así como un “ADN” del organismo social, que conserva la “información” de la colectividad y asegura su reproducción en el tiempo. Y también un aspecto “fenoménico”, el conjunto de decisiones y actividades que se cumplen cotidianamente, la suma de los aportes individuales, las coyunturas económicas y políticas, el cambio. A menudo se busca la causa del subdesarrollo en este segundo ámbito, con poco éxito. Es cierto que, de manera inmediata, éste se origina en problemas como la falta del capital necesario para dotar a los emprendimientos de la tecnología que requieren, o la poca educación de los directivos y empleados, o la ausencia de instituciones públicas sólidas y eficientes que se ocupen de resolver estos y otros problemas. Pero subyacen a ellos dificultades todavía mayores, de tipo “generativo”, que residen en la “mentalidad” social.

En Bolivia una de estas dificultades, de enorme importancia, es la carencia de “capital social”, una categoría que según algunos estudios es directamente proporcional respecto al desarrollo. Se llama “capital social” a la capacidad colectiva de cooperar (y no sólo de organizarse, como equivocadamente creen algunos estudiosos); depende de que la población tenga, o no, valores como la confianza en el otro, la tolerancia de las identidades distintas, el respeto a las normas comunes, etc.

Los productores bolivianos no son responsables, confiados ni eficientes; tienden a convertir los medios en fines, desconfían de todos los que no pertenecen a su comunidad, perciben la eficiencia como un menor gasto de insumos antes que como un más veloz y calificado logro de resultados. Este es el aspecto “generativo” del subdesarrollo del país.

Por otra parte, el desprecio y el desinterés por el empresariado, la falta de capital y de recursos humanos, la absorción de toda la energía económica por parte del Estado, todos estos y otros problemas constituyen el aspecto “fenoménico” de nuestro subdesarrollo.

Página Siete – La Paz


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