Pedro Shimose
Sesenta años después de publicar su primera columna, Paulovich, o sea, Alfonso Prudencio Claure (La Paz, 27/08/1927), ha colgado la pluma. Dejará de escribir su celebérrima columna “La noticia de perfil”, obligado por una ceguera que le impide seguir tecleando su vieja Olympia. Ajeno a las nuevas tecnologías, Paulo ha permanecido atento a la actualidad a través de la radio y los periódicos. La televisión le hace daño a la vista por las radiaciones catódicas, espasmódicas, sódicas y prosódicas. En contra de lo que los amigos creíamos y nunca nos atrevimos a preguntarle, no ha dictado jamás sus artículos a ninguna supuesta secretaria porque se niega a convertirse en “dictador”.
No descubro nada nuevo al decir que a Paulo no le gustan los dictadores, sean civiles o militares, nacionales o plurinacionales. Le provocan sarpullidos que él ha sabido mitigar con ungüentos contra la amargura y cataplasmas contra la tristeza. Paulovich ha vivido en un mundo tierno y maravilloso, rodeado del cariño de sus tías imaginarias Encarna, Restituta viuda de Batistuta y Clotilde von Karajan Quiroga, su comadre Macacha viuda de Racacha, sus amigos cochabambinos del Ateneo Pericles, y los yatiris Uayruru, Calimán y Titirico del Club Malena, de El Alto de La Paz, que le leen el porvenir en hojas de coca. Ellos fueron los primeros en adivinar que Paulovich se iba. Paulovich es un maestro del periodismo humorístico como lo fueron, en su momento, Juan Francisco Bedregal, Gustavo Adolfo Otero (“Nolo Beaz”) y Wálter Montenegro (“Buenavista”). La originalidad de Paulo es su lenguaje bolivianísimo con el que retrata a los originarios de los 36 ayllus constitucionales. Está de vuelta de todo. Desde pequeñito ha oído demasiados discursos, ha olido demasiada podredumbre, ha visto demasiados golpes de Estado, demasiadas “revoluciones”, demasiados referendos y demasiados “cambios” al estilo del Gatopardo, ese príncipe italiano que decía que “algo debe cambiar para que todo siga igual”. Eso se advierte en sus artículos recopilados en “Bolivia, typical país” (1960), “Rosca, Rosca, ¿qué estás haciendo?” (1960-1961; 2 vols.), “Florecillas y espinillas” (1973), “Memorias de un joven puro” (1973) y “Diccionario del cholo ilustrado” (1978), entre otros. Abro al azar su libro de florecillas y leo: “Todos quieren vivir a costa del Estado, por eso nos hallamos en este estado” y “Bolivia es un país minero. Suiza es un país quesero. Suiza está llena de dólares a pesar de que el queso vale menos que el estaño”. Y así podría seguir espigando citas “paulovichianas”, pero no. Alarmado por el perfil de la noticia de su despedida, hablé con Paulo. “Mi decisión es revocable, siempre que el ‘referéndum revocatorio’ de mi oftalmólogo me haga cambiar de idea”, me dijo. Le pregunté si vendría a España, “¿Y qué haría yo en España?”, respondió con una pregunta, a la gallega.
Hace 50 años, Paulo dijo: “Nunca pretendí ni pretendo ahora, decir cosas trascendentales. Mi único afán fue y sigue siendo el tratar de expresar lo que piensa y dice nuestra gente con referencia a los problemas que vive. Con sus mismas palabras. Con su mismo acento chungón y, a veces, sentimental”. Así caracterizó su columna diaria este periodista que ahora nos dice: “Hasta siempre”. A lo mejor, un día cualquiera nos sorprende de nuevo con su “Noticia de perfil”, recuperada para gozo del entristecido movimiento social de sus lectores que lo admiran, leen y quieren. Eso quisiéramos.
La Prensa – La Paz