Mauricio Aira
Quién no desea adornar las palabras, decir cosas bonitas, cuando está a punto de nacer un nuevo año acompañado de nuestras esperanzas y alegrías porque sabido es que lo último que muere en el ser humano es la esperanza. Sin embargo y porque estamos inducidos nada menos que por el Jefe del Estado, tenemos que volver al tema de siempre. Las hojas de coca y su interminable secuela de incidentes que persiguen al pueblo de Bolivia como una pesadilla interminable.
Difícil precisar cuándo empieza la historia del narcotráfico en Bolivia, porque la hoja es bien conocida desde siempre, desde cuando en el Imperio estuvo dedicada al culto y al consumo de los nobles de alta alcurnia, desde la Colonia cuando los españoles entendieron que el originario se defendía mejor de sus dolencias y resistía el hambre y los largos periodos del laboreo minero. Desde la República, las guerras a las que concurrió el campesino cargando el fusil al hombro y la chuspa de coca colgada al cuello.
La cocaína es algo relativamente nuevo, sabemos que laboratorios Bayer de Alemania la producían para aliviar dolencias estomacales, fue la Bayer que vendió a la Coca Cola el primer producto para fabricar el famoso producto conocido y consumido a nivel planetario y mientras durante los años 70 con la detención de un sobrino de Banzer por la Aduana canadiense, contrabandeando cocaína se visibiliza su presencia y la exportación ejecutada por el “el Rey de la Cocaína Roberto Suárez”. En 1973-74 surgen los primeros programas antinarcóticos asistidos por EEUU consistente en un Plan de Desarrollo Integrado que marchó bastante bien hasta que el golpe de García Meza en 1980 determinó su suspensión dando lugar al interregno de contar Bolivia con un narco-gobierno y con el “ministro de la Coca Arce Gómez” en medio de incidentes vergonzosos de los que mejor no recordarse.
Lo cierto que a partir de la erradicación con herbicidas “gas naranja” que fue resistida por los colonizadores (ex mineros de Catavi-Siglo XX) que se asentaron en Chapare dándole una organización similar a la de los sindicatos mineros que hasta crearon “el instrumento político para la toma del poder” según su fundador y principal activista Filemón Escóbar que logró poner en la silla presidencial al líder de sus federaciones el originario Evo Morales. La violencia institucional que se fue estructurando post dictadura garciamezista, produjo una ola de violencia contestataria de los cocaleros que utilizaron al ya entonces diputado Morales como un ariete para perforar los intentos de militarizar la lucha antidrogas. Llegó un momento en que el crecimiento progresivo de las plantaciones de coca llegó de 25 mil hectáreas en 1975 a 200 mil 10 años después. En 1992 se llegó a sembrar 220 mil hectáreas entre Yungas y Chapare y la erradicación era apenas de 7.000 he./año, se había producido lo que Federico Aguiló llama “el maremoto del narcotráfico” en Shinahota, Villa Tunari, Ivirgarzama, Eterazama, Valle Ivirza, Ichilo y ya para entonces quechuas y aimaras se lanzaron al Parque Isiboro Sécure sobre territorio Yuracaré y para convertirlos en pisacocas o huir de sus territorios originarios. La coca está también Cliza, Toco, Punata, Sacaba, Tiraque, se produce allí sulfato base. Durante otros 10 años se produjeron escaramuzas en la “champa guerra cocaleros Umopar, DEA” con un número notable de muertos, desaparecidos y heridos, algunos de esos incidentes como el asesinato de los esposos Andrade (teniente de policías y su esposa) salpican al propio Evo Morales hasta tanto los incidentes no sean del todo esclarecidos.
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Cuando no habló EM de Chile y el Mar, habló de la coca y del acullico desde Macchu Picchu, presagiando una lucha sin cuartel hasta lograr la “descriminalización de la hoja de coca” lo que no se dará porque no son palabras ni discursos floridos que los 94 países miembros de la Convención de Ginebra que la suscribieron quieren ver sino los hechos (la fakta) en lenguaje coloquial. No existe hasta el día de hoy un informe científico inobjetable de universidad alguna o institución solvente que avale el supuesto “valor nutritivo e inofensivo” de la hoja. Por tanto al anunciar “batalla por la despenalización” sólo se está introduciendo la “violencia germinal”. Factor de peligro para Bolivia que por acción de su Presidente quiere borrar de la memoria colectiva. No podemos advertir entonces en esa actitud, ninguna señal positiva de mejores días.