Trasplante de pulmón «me dio 20 años más con mi marido»

El doble trasplante le llegó cuando le quedaban horas de vida.

Kirsty Mills tenía apenas 21 años cuando un trasplante de pulmón se convirtió en su única esperanza de sobrevivir. Durante los dos años previos, la fibrosis quística que la había mantenido siempre enferma había terminado por imponerse y le provocaba un rápido deterioro de la salud.

Utilizaba regularmente una silla de ruedas, necesitaba oxígeno para ayudarle a respirar y cada vez pasaba más y más tiempo en el hospital.

En esa época, Kirstie se había enamorado de Stuart.



Lo había incorporado a sus dosis diarias de medicamentos, a sus infecciones del pecho y a sus visitas al hospital, todo como parte del cruel régimen de su incurable enfermedad.

Pero muy pronto ese régimen cambió para peor.

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«Tenía un ascensor instalado para subir las escaleras y mi cuarto de gimnasia se había convertido en una sala dedicada al tratamiento, llena de medicamentos y aparatos para ayudarme a respirar. Sabía que el tiempo se me estaba acabando».

Enfrentados a la perspectiva del poco tiempo que les quedaba juntos, planearon casarse en Chipre, sólo para trasladar la boda a Somerset, en Inglaterra, debido a que Kirstie estaba demasiado enferma para viajar.

«Nos casamos tres semanas antes de mi trasplante. Había allí mucho personal médico también. Stuart tenía una tarjeta que decía «No la resuciten» en su bolsillo, porque si me hubiera desmayado no debían ponerme en un respirador, caso contrario, no podrían hacerme el trasplante.

«Fue el mejor día de mi vida, pero pensamos que iba a ser el último también.»

Kirstie dependía de una máquina que imita el funcionamiento pulmonar para seguir viva.

Agonía de la espera

Dos semanas después, Kirstie fue transportada por avión al Hospital de Haresfield, en Londres, para esperar su trasplante, una operación de último recurso que puede extender la esperanza de vida, pero que entraña altos riesgos.

Kirstie le dijo a la BBC que la espera para el trasplante fue el peor tiempo imaginable para su familia y su marido.

«En algún momento traté de rogarles que apagaran las máquinas que me mantenían viva, pero debido a que me habían hecho una traqueotomía, nadie me entendía.

«Era toda una agonía, me sentía en un permanente ahogo, me sofocaba. La cantidad de tubos instalados en el cuerpo era tan grande que no podía moverme, no podía hacer nada. Me sentía desesperada.

«Creía que mi trasplante no llegaría nunca, y si llegaba, sería demasiado tarde porque estaba ya muy débil.»

Con su vida pendiente de un hilo, Kirstie recibió, finalmente, un par de nuevos pulmones en julio de 2011.

«Me salvé por un pelo,» dice. «Me quedaban sólo horas de vida.»

El período postoperatorio estuvo lejos de ser fácil. Cuando Kirstie despertó, se sentía muy enferma y todavía estaba atada al respirador.

«Me habían sometido a una operación muy grande y tenía que empezar todo desde cero. Pensé que se trataba de un mal chiste. Todavía sentía que me estaba muriendo.»

Antes del trasplante, Kirstie posa con su marido, Stuart, y el cómico Russell Howard

De vuelta a la salud

Los nuevos pulmones de Kirstie necesitaban tiempo para funcionar apropiadamente y eso significaba dolor constante y una dieta de analgésicos que duró varias semanas.

Una rehabilitación intensiva la devolvió a su mejor forma, respirando por sí sola y, con Stuart a su lado, Kirstie sabía que se recuperaría.

El funcionamiento de sus pulmones está ahora al 100%, lo que tiene muy contentos a los médicos de Kirstie.

Ella afirma que todo se debe a la cantidad de ejercicio que incluye en su vida, seis clases de buen estado físico a la semana y cuatro horas de gimnasio, lo que es fundamental para que los pulmones trabajen bien.

Kirstie tiene muchas ganas de volver a enseñar. Entre sus planes inmediatos, están pasar la Navidad con su familia, por primera vez en años, y tomar parte en un viaje en bicicleta de 270 kilómetros para recolectar dinero para una institución de caridad.

Sin embargo, está muy consciente de que el trasplante no significa curación.

«No puedo tener la misma esperanza de vida que otra gente, pero el trasplante me dará tal vez unos 20 años más. Tengo que controlar mi enfermedad de la mejor forma posible.»

Mientras tanto, Kirstie y Stuart están disfrutando la libertad de tener de vuelta la salud de la primera – y su vida.

Fuente: bbc