Rentismo a ultranza II

Dionisio J. Garzón M.

minero1 En la entrega anterior sobre el tema, había anotado que del valor de ventas de nuestros minerales en 2011 ($us 3.398 millones), la renta para el Estado (sin contar los impuestos indirectos como IVA, IT, impuesto a la remisión de utilidades, etc.) era del 12,8% del valor. En la misma línea, la utilidad presunta del ejercicio ($us 725 millones) representaba 21,3%. Entre el Estado y el operador minero se recupera el 34,1% del valor de mercado. ¿Dónde se recupera el valor remanente (65,9%) y qué representa?

Como la energía en la famosa ecuación de Albert Einstein, el valor no desaparece solo, se transforma. Para nuestro ejercicio, una importante porción es el costo de producción, parámetro muy complejo, variable y poco disponible en estadísticas. El costo de producir una libra fina de estaño en Huanuni es de alrededor de nueve dólares, más del 90% del precio promedio del estaño en la gestión; mientras que algunas minas de zinc, plomo y plata (con tecnología actual y alta gerencia) pueden tener un costo muy inferior al 50% del precio unitario promedio de estos metales en la gestión.



El valor remanente se distribuye en costos de transporte a los mercados y de comercialización; toda una red de intermediación que no es del caso detallar ahora, reduce el valor de mercado a los niveles y porcentajes finales mencionados. Como operadores o como Estado estamos en la lucha por obtener una mayor renta; sin embargo, la porción mayor escapa al alcance de ambos y se distribuye entre empresas fundidoras, de transporte, de energía, comercializadores, líneas navieras y especuladores del mercado de minerales y metales. ¿Qué deberíamos hacer para escapar a este juego de intereses?

Como apuntaba en esta columna, la minería es un negocio, no un ejercicio de beneficencia. Por muy duro que parezca, el mercado es global, competitivo y de alta tecnología, tres cualidades que obligan a cualquier país a desarrollar ciertas habilidades para jugar en las ligas mayores de la minería global. Lo primero es optimizar la producción, que no siempre significa producir sólo metales, excelente como meta a la que apuntamos hace más de un siglo, sino producir lo que el mercado necesita en la calidad y tiempo que la coyuntura de precios indique. Segundo, desarrollar y controlar la infraestructura productiva y de transporte en relación con las aptitudes regionales y con metas de mercado de mediano y largo plazo. Tercero, entrar en el mercado global minero vía inversiones en ultramar y juego en las bolsas de valores. La idea central de estos puntos es desarrollar una economía de escala que permita el equilibrio costo-beneficio en el largo plazo y sin sobresaltos.

Con un mercado interno tan pequeño como el nuestro, la tendencia actual de centralizar el negocio minero en torno al Estado y a la visión rentista de corto plazo limita, como en el pasado, la transición a estadios superiores de desarrollo minero. Nos estamos peleando por los centavos, mientras el mundo minero hace negocios de escala global.

No importa si es el Estado o los empresarios nacionales los que controlen el 65,9% remanente que hace de este país un enclave de exportación de materias primas y de capitales; lo importante es dar el salto hacia el control total en el país, de los factores de producción e industrialización de nuestros minerales y metales.

La Razón – La Paz