María Teresa Zegada
Me permito rememorar los hitos más relevantes de luchas y conquistas de género como un homenaje al día de la mujer, no sin expresar mi más sentido malestar por la constatación de que los discursos y grandes enunciados, muchos de ellos objetivados en el marco constitucional, son vulnerados por los más importantes protagonistas de la vida política nacional -hombres-, pero también por las propias mujeres de alta jerarquía e incluso por las instituciones de la sociedad civil, que dicen defender los derechos de la mujer pero callan estratégicamente ante aberraciones como el contrapunteo de coplas carnavalescas.
Más allá del origen histórico, todavía confuso, del mito fundante del día de la mujer adjudicado al incendio de una fábrica en 1857 en Nueva York -hasta ahora no comprobado-, lo cierto es que el sentido y contenido político fue otorgado por las luchas socialistas y de liberación de la mujer trabajadora, que empiezan a conmemorarse formalmente a principios del siglo XX, como una estrategia de reconocimiento y reivindicación alentado por personajes como Clara Zetkin, que se expande a varios países de Europa y a Estados Unidos.
Más adelante, en la legislación internacional se han ido estableciendo hitos relevantes en la conquista de los derechos de las mujeres, como la Convención Interamericana sobre la Concesión de Derechos Políticos de la Mujer en 1949; las progresivas conquistas del voto, la igualdad de oportunidades, así como disposiciones normativas contra la discriminación. De manera paralela se produce un proceso social y político organizativo y reivindicativo que ya no se detiene.
En Bolivia, la conquista de los derechos de las mujeres ha sido compleja y tardía, pues si bien la presencia y acción política de las mujeres fue crucial en la historia, transcurrió mimetizada en las luchas sociales junto a los varones, de manera que las demandas específicas relacionadas con los derechos de género se mantuvieron al margen de la dinámica político-institucional. Durante la Guerra del Chaco lograron excepcionalmente asumir ciertas posiciones de poder -ante la ausencia de los varones-, pero luego cedieron nuevamente sus espacios. En la Convención de 1945 por primera vez se incorporó el derecho político para las mujeres letradas de elegir y ser elegidas, circunscrita a espacios municipales.
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Después de la consolidación del voto universal, algunas mujeres lograron acceder al Parlamento, como Lidia Gueiler y Rosa Lema en las elecciones de 1956, pero su rol político fue marginal y su presencia en el ámbito político continuaría segregada por varias décadas a roles domésticos o tareas operativas en las organizaciones sociales y políticas. Recién en los 90 se van afianzando una serie de conquistas legales de discriminación positiva, que no siempre tienen un correlato en la realidad.
La nueva Constitución establece en varios lugares los derechos de las mujeres en condiciones de equidad (art. 11 y art. 26), abandona el lenguaje sexista, garantiza su participación tanto en la Asamblea Legislativa (art. 147) como en el Ejecutivo (art. 172 inc. 22), así como criterios de paridad y alternancia para cargos de elección nacional y subnacional.
No obstante, estos importantes avances normativos son atropellados sistemáticamente por el claro predominio de una cultura política exacerbadamente machista en la mente colectiva de bolivianos y bolivianas.
Página Siete – La Paz