Las causas del fracaso de la negociación con Chile de 1975

Marcelo Ostria Trigo

MarceloOstriaTrigo_thumb1 El 23 de marzo se recuerda la primera batalla de la Guerra del Pacífico -luego de la ocupación chilena de Antofagasta- librada en la población de Calama.

Acabada la guerra, se sucederían, hasta ahora, los ofrecimientos de distintos gobiernos chilenos de negociar con Bolivia una solución a la mediterraneidad, algunas veces con una salida soberana al mar, pero siempre en el marco bilateral y resguardando la vigencia del Tratado de 1904.



Estaba claro que Chile no aceptaría la participación de terceros países, ni luego la intervención de organismos internacionales.

Con estos antecedentes, el 8 de febrero de 1975 se inició formalmente la primera negociación directa con Chile (la de 1950 no llegó a comenzar), “para buscar fórmulas de solución en asuntos vitales que ambos países confrontan, como el relativo a la mediterraneidad de Bolivia”. (Punto 4 de la Declaración presidencial de Charaña).

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¿Por qué esta negociación, la más seria hasta ahora intentada, no prosperó?

Desde el inicio -como en 1950- aún antes de la reanudación efectiva de las relaciones entre Bolivia y Chile, hubo sectores en el país que se opusieron a este proyecto de solución, es decir el de la cesión a Bolivia de una franja territorial al norte de Arica, con soberanía. Inclusive, al día siguiente del encuentro de presidentes en Charaña, cuando nada se había convenido aún, un diario afirmaba -sin ningún argumento– que, con el restablecimiento de las relaciones, “Chile tiene mucho por ganar y Bolivia mucho por perder”.

Posiblemente, la prolongada frustración en este tema contribuyó a que lo iniciado en Charaña fuera impopular, puesto que, como en 1950, no se comprendió desde el comienzo que se trataba de obtener una solución realista, práctica y posible, frente una utópica, ideal, poco probable de éxito y apasionada o, simplemente, demagógica: la recuperación de todo el Litoral perdido.

La negociación de 1975 fue abierta. Nada quedó en secreto. Quizá por ello estuvo expuesta a críticas prematuras, como las que arreciaron contra la proposición chilena de sujetar la cesión del corredor a un canje territorial. Un diplomático boliviano, que no estaba en funciones, llegó a decir entonces que “prefería una Bolivia enclaustrada a una Bolivia mutilada” sin considerar, pese a saberlo, que en un canje los dos países conservarían su extensión territorial.

Es más: hubo una concertación política para impedir una eventual solución, puesto que, si esta se daba, el entonces Gobierno de facto que llevaba adelante la negociación podía reforzarse y seguir en el poder.

Mientras tanto, algunos ciudadanos, como los de un comité pro mar, trabajaban activamente para desacreditar las tratativas con Chile, llegando a coordinar acciones con el embajador del peruano en Bolivia; se alentaba desde nuestro país a que el Perú se oponga a la cesión de un territorio que antes fue peruano.

El factor final y decisivo para el fracaso fue la respuesta peruana a la consulta de Chile. Con admirable imaginación, Torre Tagle pretendió mostrar que su respuesta fue positiva, y no un “no”. En realidad no hubo respuesta. Era una propuesta distinta a lo que fue consultado, y distinta a lo que, en principio, habían acordado Bolivia y Chile.

El Gobierno chileno sintió, entonces, que encontraba un motivo para dar por terminada una negociación que merecía un mejor destino.

Página Siete – La Paz