Rebelión de la clase media

Henry Oporto

foto henry La encendida protesta social que se vive estos días en Bolivia, tiene como protagonista estelar a la clase media, de la que son parte o con la cual están ligados los profesionales de la salud y los estudiantes de las universidades públicas, que sostienen un duro enfrentamiento con el régimen de Evo Morales, que ya lleva varias semanas, a raíz de la promulgación de un decreto que extiende la jornada laboral en la sanidad pública sin ninguna compensación económica para sus funcionarios.

Sin embargo, este conflicto es apenas la cabeza del iceberg que parece haberse formado alrededor de un malestar profundo que se percibe en muchos sectores de la sociedad, y particularmente en las capas medias urbanas. Un malestar que ha ido incubándose, al principio de manera silenciosa y cada vez más de forma ostensible y beligerante.



Para entender la dimensión de este fenómeno es necesario poner en perspectiva los acontecimientos actuales.

Hace una década atrás, la clase media boliviana resintió los efectos de la crisis política que golpeara al país. El derrumbe del sistema de partidos -que condujo el proceso democrático por más de dos décadas- de alguna manera arrastró en su caída a la clase media. Recuérdese que este sector integró la base social del bloque en el poder y de sus políticas modernizadoras, institucionalistas y de apertura económica.

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La irrupción de los movimientos anti-sistémicos y populistas, el auge de las corrientes indigenistas, nacionalistas y de izquierda, y por cierto el vigoroso ascenso de una fuerza política de las características del MAS, significó para la clase media no solamente la pérdida de su influencia en la dirección de los acontecimientos nacionales sino, también, que se le removiera el piso de muchos de sus valores y creencias, sobreviniendo en su seno la confusión y el desconcierto.

Claro que las capas medias no eran ajenas a los síntomas de fatiga y repulsa hacia un sistema político en descomposición. Tampoco lo fueron al influjo de seducción del discurso nacionalista sobre los recursos naturales, en un momento de crisis económica y de alza de las expectativas rentistas. Quizá con menos entusiasmo que otros sectores, la clase media participó de la ilusión de un cambio político profundo. En alguna medida, ella misma compró la idea de una refundación del país -a manos de una nueva clase política surgida desde la base popular de la estructura social- que vendría del cambio total de la Constitución y como resultado de un nuevo contrato fundacional entre los bolivianos que consagraría el reconocimiento de la mayoría social en mayoría política, como decían entonces algunos de los intelectuales más optimistas.

Probablemente con resignación ante el cambio “inevitable”, la clase media dio un paso al costado, dejando disponible el espacio para que otros tomaran su lugar. Todo ello a cambio de la promesa de la estabilidad; ese bien político tan apreciado por los sectores medios, especialmente después de escarmentar los rigores de un tiempo de inusitada inestabilidad e incertidumbre, como fueron los primeros años del siglo XXI. Tal vez con más sentimiento que razonamiento, la clase media creyó que únicamente un gobierno presidido por Evo Morales sería capaz de devolverle al país la estabilidad interna y la paz social perdidas.

Fue así que importantes fracciones de la clase media (principalmente del occidente del país) votaron a Evo en 2005; lo hicieron también en la elección de representantes para la Asamblea Constituyente, lo mismo que en el referendo revocatorio de 2008, en la aprobación de la nueva Constitución en enero de 2009 y finalmente en los comicios de ese mismo año que reeligió a Evo y le dio dos tercios de votos en el Parlamento.

Fin del romance

Pero el romance entre Evo y la clase media duró lo que podía durar, y ahora es ya una historia pasada. En Santa Cruz y en otros lugares del oriente y el sur, la ruptura ha sido un proceso más o menos acelerado y consistente. En cambio, en el occidente ha transcurrido lentamente y con idas y venidas. Hay que recordar el violento enfrentamiento en las calles de Cochabamba, el 11 de enero de 2008, que protagonizaron jóvenes de la clase media del valle con campesinos y cocaleros que incendiaron la Prefectura e intentaron echar de su cargo al entonces prefecto Manfred Reyes Villa. Ese hecho abriría una herida honda en la sociedad cochabambina -cuya estela aún perdura-, pero no impediría que segmentos de la clase media popular siguieran votando a Evo y a su partido.

Ha sido en las ciudades del altiplano donde se dio una mayor adhesión de parte de los estratos medios al régimen gobernante. En El Alto, ese respaldo continua, aunque con tendencia a caer. En las otras ciudades del occidente, incluida la sede de gobierno, la clase media ha terminado dándole la espalda al régimen. Algunos hitos en ese paulatino divorcio han sido: i) la elección municipal del 2010, que conllevó la derrota del MAS en las ciudades de La Paz, Oruro y Potosí; ii) el masivo y entusiasta respaldo urbano, y especialmente de los jóvenes, a la marcha de los indígenas en defensa del TIPNIS; iii) la elección judicial de octubre de 2011, en la cual se impuso el voto de rechazo a los candidatos oficialistas.

Esos y otros hechos de los últimos dos años, han puesto de manifiesto la fractura entre la clase media urbana y el régimen que encabeza Evo Morales, cuyo sustento social se ha reducido fundamentalmente al electorado campesino y rural y de sectores populares empobrecidos en las zonas urbanas.

Los médicos le plantan cara a Evo

Pero el alejamiento de la clase media cobra estos días una dimensión nueva, con la protesta de los profesionales y trabajadores de la salud; un sector bastante bien organizado y con tradición de reivindicaciones gremiales. Para sorpresa de propios y extraños, los atildados médicos han hecho una demostración de garra y coraje, volcándose masivamente a las calles, formando piquetes de huelga de hambre, sosteniendo la paralización de las actividades sanitarias por varias semanas y resistiendo la fuerte presión gubernamental e, incluso, de la opinión pública que inicialmente pareció manifestarse críticamente hacia el paro médico.

La victoria moral de los médicos es que, no sin dificultades, han conseguido, al menos en parte, volcar la atención de los ciudadanos y los medios de comunicación hacia los graves males que padece la salud pública en Bolivia, y frente a los cuales se ha desnudado la carencia de política gubernamental así como la absoluta inoperancia de sus autoridades que no dan pie con bola. Como resultado, la resistencia al impugnado decreto gubernamental, se ha transformado en un movimiento social de mayor envergadura, involucrando a toda la comunidad universitaria, que, además de solidarizarse con la protesta de los salubristas, esgrime ahora varias demandas de mejoramiento salarial para los docentes, de prácticas asistenciales en los hospitales y otras cuestiones.

La legitimidad de la lucha de los médicos y trabajadores de salud es reconocida por la misma Central Obrera Boliviana, que ha recogido sus demandas en el pliego petitorio sindical. Pero no solo eso. De hecho, el conflicto salarial que sostiene la COB con el gobierno, se monta en alguna medida en la movilización de los sanitarios, compensando en parte la disminuida capacidad de presión del movimiento obrero.

Son muchos años en que no se veía a los universitarios –ahora mayoritariamente provenientes de familias de clase media popular y baja- protestando en las callas. ¿Significa esto que el estudiantado del país resurge como un actor de las luchas sociales? Es prematuro para saberlo, pero es sugerente que los jóvenes enarbolen problemas vinculados con su preparación académica y su futuro profesional. Lo cual es también indicativo de la incertidumbre que hoy en día hace presa de los jóvenes de la clase media, porque no encuentran respuestas a sus expectativas de formación profesional y de un trabajo seguro y bien remunerado en el limitado mercado laboral boliviano.

Postergación social y un futuro incierto

El malestar social que atraviesa el territorio nacional, pero que se percibe especialmente intenso y extendido en las capas medias urbanas, es en realidad producto de una acumulación de causas económicas, sociales, políticas y culturales. A pesar del crecimiento en el último sexenio de la actividad económica y del aumento de ingresos que ello ha reportado a varios sectores sociales, los asalariados públicos y privados han visto descender año tras año sus ingresos reales y decaer su calidad de vida. Estos y otros grupos medios resienten de una postergación en su posición social. Los jóvenes, muchos de ellos con estudios superiores pero generalmente defectuosos, perciben que la brecha se ahonda entre sus expectativas y las posibilidades materiales muy limitadas en que se desenvuelven. Unos y otros son más sensibles a los abusos de poder, a las demostraciones de intolerancia política y a las tendencias autoritarias que recortan los espacios de libertad, iniciativa y creación personal y colectiva, tanto en el ámbito público como en el ámbito privado.

En este contexto, la gota que puede colmar el vaso es la percepción de que el país discurre irremediablemente hacia el caos social y la pérdida de horizontes definidos; es decir, la sensación de un gran vacío. Un escenario, paradójicamente, al que los propios sectores de la clase media podrían estar contribuyendo, con sus expresiones de rebelión y desafío al poder establecido.

No obstante, cabe también la posibilidad de que una insurgencia de la clase media, sobre todo de sus segmentos más educados y preparados intelectualmente, tomen un puesto de vanguardia en la transformación del escenario nacional, abriendo otros causes para que el potencial de conflictividad, aparentemente sin salida, se canalice hacia la reconstrucción de un renovado orden democrático y de libertades, en cuyo marco sea posible replantear las opciones de desarrollo de la sociedad boliviana y, consiguientemente, reencontrar las oportunidades de progreso que hoy en día parecen desvanecerse, y no solo para la clase media.