¿Existe la democracia sin pactos?

Manfredo Kempff Suárez

Todos los males que sufre el país en la actualidad se deben, especialmente, a que ya en el 2005, antes de las elecciones generales, se impuso en el electorado boliviano el eslogan de que había que terminar con la “democracia pactada”. Esa estupidez antidemocrática, era el caballito de batalla del MAS porque servía como anillo al dedo a sus propósitos, aunque algunos despistados que todavía no despiertan de su letargo siguen repitiéndolo hoy como si fuera santa palabra. Prestar oídos a que la democracia tenía que ser “participativa” ha sido el factor decisivo para que se desordenara la institucionalidad y que ahora transitemos por un estado de cosas donde participan unos pocos y aplauden millones, pero donde reina el autoritarismo muy próximo a una dictadura civil.

Es cierto que, desde 1982, ninguno de los gobiernos anteriores al actual llegó – unos menos que otros – a satisfacer todo lo que el pueblo esperaba de la democracia, que la veía como la salvación de sus males. Es verdad también que ninguno fue tan malo como éste, incluyendo a la inexperta UDP, que nos parecía el sumun del desgobierno, por su debilidad ante las demandas sociales consecuencia de un izquierdismo obsoleto, que, por eso mismo, estaba en franco retroceso en todo el mundo.



Si en democracia no se hacen pactos, si no se construyen mayorías parlamentarias, quiere decir o que existe un partido único o uno desproporcionadamente mayor que el resto, que es lo que sucede en Bolivia. No es culpa del MAS ser desproporcionadamente mayor, pero hay que cuidar que no cumpla con su anhelo de volatilizar a la oposición. Todo partido en el poder, fuera de cuentos, quiere ver a sus adversarios reducidos a su mínima expresión o tanto mejor, enterrados. Así que no hay que prestar oídos a los cantos de sirena de los dirigentes masistas que parecen ofenderse si se les reclama que están estrangulando con malas artes a los opositores, por escasos y débiles que sean. Hay que convencerse que el MAS recurrirá a todo lo que esté a su alcance – dinero, justicia, propaganda, extorsión, fuerza bruta – para reinar de manera absoluta en el Congreso, las gobernaciones y los municipios. Ya hemos visto que allí donde no puede ganar mediante votos arrebata el poder por medio de triquiñuelas legales o tomándolo por asalto.

Con una estructura política como la del MAS – que es la de un verdadero partido – no cabe la menor duda de que S.E. se presentará a la re-reelección. Por el momento dirá que obedecerá al pueblo y a las bases para ser candidato pero luego promoverá concentraciones de movimientos sociales y campesinos cocaleros que lo aclamen y le rueguen, ignorando la Constitución. Aceptará como un sacrificio más para servir al pueblo y ya conocemos de esos sacrificios. Con un piso electoral que está en torno al 30%, más su abundante dinero, el MAS creará un aparato propagandístico inmenso, donde, además de los medios del Estado, que son del gobierno, pagará los servicios de los medios privados. Pero, además, tendrá el control del Órgano Electoral, es decir que utilizará el fraude si le parece necesario.

El panorama es grave, pero no todo está perdido. Los políticos de oposición tienen que convencerse de que si se hubieran producido pactos electorales oportunamente, el MAS habría sido gobierno aunque no tendría la abrumadora mayoría congresal que le permite con dos tercios hacer lo que quiere. La nación no estaría gobernada como ahora, con las patas, si el MAS no reinara absolutamente en la Asamblea Legislativa. Si la oposición no hubiera cometido errores colosales, muchas leyes que sólo le sirven al oficialismo no se habrían aprobado. Y los ministros habrían tenido que rendir cuenta de sus malos manejos o de su ignorancia ante una oposición que censuraría los errores crasos que vemos diariamente. Ya no sería S.E. el que diría, te vas o te quedas porque me da la gana, sino una asamblea soberana.

Así que los complejos de que la “democracia pactada” debe permanecer en el infierno ya están de buen tamaño y hay que comenzar a pactar. Se pierda o se gane hay que pactar porque Bolivia se está haciendo pedazos en manos del MAS. Es inaguantable que mentes estrechas estén en el poder como una suerte de recompensa por años o siglos anteriores que, dicen, la pasaron muy mal. El interés nacional está por encima de remuneraciones graciosas a gobernantes iletrados. Estamos jugando con fuego hasta el extremo de que los errores en el ámbito internacional ya se hacen sentir con mucho rigor porque estamos perdiendo inexorablemente la confianza y la amistad de nuestros propios vecinos. Todo por ignorancia, por prepotencia, por no recordar ni menos conocer la Historia.

Los denuestos contra la “democracia pactada” que sigan en boca de los interesados. Pero eso no es aceptable en la gente que piensa y que teme por la suerte del país. Es necesario un equilibrio de fuerzas políticas en Bolivia. Hay que pactar para detener el descalabro.