Bienal de Sao Paulo: el arte contemporáneo en su laberinto

Emilio Martínez / Sao Paulo El Pabellón Cecilio Matarazzo, diseñado por el legendario Oscar Niemeyer y ubicado en el Parque Ibirapuera, alberga la trigésima Bienal de Arte de Sao Paulo. Considerada una de las tres bienales más importantes del mundo, este año reúne 3.000 obras de 111 artistas alrededor de la idea de la “Inminencia de las Poéticas”.Este laberinto arquitectónico es toda una metáfora de los meandros del arte contemporáneo y de la multiplicidad de direcciones posibles o imaginables.A grandes rasgos, estas oscilan entre dos polos: el del puro ingenio repleto de aire y colindante con la estafa estética, corriente que ha desatado las iras de Mario Vargas Llosa en un recordable tramo de La civilización del espectáculo; y otro que no confunde la apuesta por la innovación y el giro conceptual con el abandono de la sutileza emocional y reflexiva ni de la habilidad artesanal.Ejemplo del primero, duchampismo del siglo XXI, podría ser la muestra del PPPP (Productos Peruanos para Pensar), “colectivo de un solo hombre”: Alberto Casari, alias el escritor y poeta visual Alfredo Covarrubias, alias el pintor Arturo Kobayashi, alias el místico y crítico de arte Patrick Van Hoste.Más allá del juego de heterónimos -original en tiempos de Kierkegaard o de Pessoa pero no tanto en el 2012- se encuentra una serie de lienzos en blanco titulados “Marinas” y seriados con números romanos, seguidos por la explicación: el artista (alguna de sus tantas personalidades) ha lanzado agua de mar sobre ellos, medio por el cual estampó su obra invisible.Imposible no volver al Nobel de Literatura citado y al capítulo Caca de elefante: “En lo que a mí se refiere, yo advertí que algo andaba podrido en el mundo del arte hace exactamente treinta y siete años, en París, cuando un buen amigo, escultor cubano, harto de que las galerías se negaran a exponer las espléndidas maderas que yo le veía trabajar de sol a sol en su chambre de bonne, decidió que el camino más seguro hacia el éxito en materia de arte era llamar la atención. Y, dicho y hecho, produjo unas `esculturas´ que consistían en pedazos de carne podrida, encerrados en cajas de vidrio, con moscas vivas revoloteando en torno. Unos parlantes aseguraban que el zumbido de las moscas resonara en todo el local como una amenaza terrífica. Triunfó, en efecto, pues hasta una estrella de la Radio-Televisión Francesa, Jean-Marie Drot, le dedicó un programa”.En el otro extremo del arco se podrían ubicar las muestras del colombiano Nicolás París, el griego Athanasios Argianas y el norteamericano David Moreno.París con una “arquitectura para pájaros” que cobija en sus ramas varios ensayos creativos, aves mínimas nacidas del cruce entre la razón geométrica y una tenue ironía.Argianas con sus máquinas ambiguas y pobladas de sombras, escombros del mundo de Arquímedes diseccionados por el bisturí de la polisemia.Moreno con su diálogo entre los sentidos, máscaras mortuorias parlantes, juego sinestésico de imágenes y sonidos.Todos ellos demuestran que no todo está perdido en el arte contemporáneo y hacen honor a la definición de la inminencia esbozada por el curador de la Bienal, Luis Pérez-Oramas: “lo que está a punto de suceder, la palabra en la punta de la lengua, el inesperado silencio que precede a la decisión de hablar o no hablar, el arte como estrategia discursiva y poética…”.