Consultorio antigurú: Silencio, se simula vida social (con novia)

consultorioantigurúFin de las vacaciones de Semana Santa.

Hasta una mirada inocente y antigurú como la de este blog podría detectar cómo nos la gastamos en las redes sociales en los días de libertad y asueto. Tengo amigos que aparecen etiquetados desde Alaska a La Patagonia, otros que cada día se han llenado de orgullo para anunciar que ellos sí están levantando el país mientras media España se consume en el atasco de turno. Los hay que posan morenos, semidesnudos, con sus gin tonics, sus entrecots, sus visitas al Teatro Clásico o al Museo de El Prado, su primer baño de la temporada en el Caribe, su procesión pasada por agua o su curso de esquí en Formigal.

Luego están los que se han esfumado sin dejar rastro. No se ha sabido nada de ellos esta Semana Santa, lo cual se interpreta como un signo inequívoco de hiperactividad social. «Ni tiempo he tenido …». Eso es mucho mejor que actualizar tu estado y que Facebook haga notar que sigues como siempre en Madrid. Así lo ha visto el creador de @postureo:



consultorioantigurú2Hay formas amateurs de simular tener una apretada agenda en las redes sociales. Truquillos de andar por casa que Thought Catalogs ha resumido en este post (en Inglés). Por ejemplo, según sus autores funciona muy bien cuando te invitan a un evento en Facebook, dar largas y contestar que QUIZÁS irás, aunque desde el minuto uno sepas que por supuesto vas. No tienes otro plan.

Los mismos expertos aconsejan:

1. Ser de los primeros en irse de las fiestas (se infiere que tienes algo mejor que hacer)

2. No contestar inmediatamente un mensaje de texto o de Whatsapp

3. Borrar discretamente los post y las fotos que no hayan sido suficientemente comentados o no hayan conseguido más de diez «Me gusta».

¿Qué es triste y patético? Lo es. Pero nada es perfecto. Y nosotros, mucho menos.

Las redes sociales, como apunta la psicoanalista Mariela Michelena «están pensadas para crear lazos, en cambio son un perfecto escaparate de la exclusión. Por ejemplo, a través de Facebook contemplamos quién está con quién, quiénes quedaron a tomar un café sin nosotros, quiénes se fueron de fin de semana sin avisarnos, quiénes se intercambian fotos y comentarios sin nombrarnos. Vemos por un agujero la fiesta del otro, y sufrimos horriblemente, convencidos de que la verdadera felicidad estuvo en esa fiesta a la que nadie nos invitó». (Tomado del libro Me cuesta tanto olvidarte, La Esfera de los Libros)

Así que la defensa es permitida. Si lo que necesitas es una programación profesional y algorítmica para simular tu vida social, tienes a tus pies muchas start up dedicadas a crear falsos amigos que por un precio módico comentarán tus estados y te harán la ola si así lo deseas. Nuestra mente cartesiana, el ingeniero Juan Pablo Puerta, las conoce. Sabe, incluso cómo hacerse con una novia (o) o una ex novia (o) que comente y monte pollos en tu muro, convirtiéndote de una vez en un objeto de deseo. Es sabido que nada te hace ser más atractivo que ir en buena compañía.

Os dejo con quien puede os puede ayudar a montar una vida de cóctel sin moverse del sofá, Juan Pablo Puerta:

«La moneda de cambio social es esa foto nuestra que aparece cuando nos googleamos. Esa imagen de nosotros mismos es lo único que somos en el juego de espejos que son las redes sociales. Es nuestra influencia, la percepción que otros tienen de nosotros.

La odisea para alcanzar el Nirvana tecnológico -ese estado en que nuestra palabra será ley y nuestros seguidores se contarán por miles es tortuosa-, un camino lleno de lágrimas, engaños y callejones sin salida. Se podría decir, como en el poema de Kavafis, que deberíamos disfrutar el camino y dejar que se alargue lo más posible por lo que nos enseña, pero el buen poeta egipcio no tenía ni idea de lo durísimo que es abrir cada mañana el Facebook o el Instagram y ver lo bien que se lo montan nuestros ex-compañeros de Instituto, mientras nosotros seguimos en el mismo sitio.

La falta de prestigio en las redes es especialmente acuciante en aquellos que han llegado tarde a la fiesta, o en los que decidieron que Twitter y compañía eran solo una moda pasajera y no invirtieron tiempo en construir y cultivar un perfil público que acumulara seguidores en un momento en que estos eran más fáciles de seducir, porque nuestra voz no se perdía en la marea humana en que se han convertido casi todas las redes.

Como en las inversiones monetarias, en las redes sociales se debe entrar cuando están baratas y salir, con cautela, cuando se está en lo más alto.

Dice la Biblia: «los últimos serán los primeros», y para ellos, los últimos en llegar a las redes sociales, es muy importante dar apariencia de control, normalidad y, sobre todo, de tener muchos seguidores. De ser alguien que no está empezando de cero.

Como para cada necesidad hay un negocio, en Internet hay multitud de sitios donde se pueden comprar o alquilar seguidores e interacciones sociales. Desde likes y comentarios hasta seguidores de Twitter. También visitas a vídeos caseros y fans para las fotos de Instagram.

Fiverr (un mercado conocido por tener usuarios que harán lo que le pidas por cinco dólares, unos tres euros de nada) tiene un rango de ofertas de seguidores por el precio de un café del Starbucks. Hay paquetes de 1.000, 5.000 y hasta 20.000 seguidores.

Siguiendo el rastro, hay empresas en internet que alquilan “novias” para Facebook: señoras estupendas, perfiles que parecen auténticos, con amigos supuestamente reales que por una cantidad mínima permitirán que cambies, por fin, tu estado sentimental a “Estoy en una relación”. Por un precio más que justo él o ella te aceptarán como pareja o animal de compañía, te escribirán mensajitos públicos en tu idioma (existe la opción de elegir el idioma), y le dará “Me gusta” a todo lo que escribas.

La empresa aclara que su servicio no es prostitución virtual, sino una estrategia para “aumentar la autoestima, dar celos a una ex y aumentar el capital social del usuario.

Las redes sociales imitan y replican la vida, también en lo más triste y patético. Ahí lo dejo».

Fuente: www.elpais.com