Las debilidades de la democracia y la entropía social

H. C. F. Mansilla*

MANSILLA No hay duda de que a nivel mundial se puede constatar desde 1980 una saludable expansión de gobiernos democráticos que no tiene precedente en la historia universal. Este proceso está ligado, como se sabe, a una dilatación casi universal del libre mercado y del flujo irrestricto de bienes, servicios e informaciones y, a escala mucho menor, a una ampliación del Estado de Derecho. Este desarrollo está vinculado a una considerable difusión de doctrinas políticas, culturales y económicas inspiradas por el liberalismo. Tampoco hay duda acerca de los beneficios y aspectos positivos asociados a esta evolución: en América Latina, África y Asia, por ejemplo, se puede observar hoy en día un cierto retroceso del autoritarismo y un fortalecimiento de sistemas democráticos, a pesar que de cuando en cuando surgen erupciones populistas como enfermedades juveniles de gran ardor e intensidad.

La evolución histórica de las últimas décadas ha conllevado, empero, algunos elementos negativos que se han agudizado paralelamente a la mencionada expansión de la democracia, elementos que, sobre todo en el Tercer Mundo, ponen en peligro la democracia. En las prósperas naciones de Europa y Norteamérica el riesgo mayor debe ser visto en el socavamiento de la democracia desde adentro, el cual se expresa en el sentimiento general de pérdida de sentido, el relativismo de valores y la despolitización del conjunto social. La complejidad creciente de la vida social entorpece respuestas creíbles a los dilemas que surgen cuando la gente se pregunta acerca del sentido de todos los esfuerzos cotidianos.



En otras palabras: ahora se vislumbran inexorablemente las fronteras e insuficiencias de la obra político-institucional más notable del ser humano, que es la modernidad liberal-democrática, aunque críticas clarividentes surgieron desde los comienzos del romanticismo. Hoy se puede notar algo mucho más alarmante a nivel mundial: un incremento exponencial del crecimiento demográfico a partir de 1945 y un aumento concomitante de la destrucción ambiental a ritmo exponencial. Sin los adelantos técnicos y sin una ampliación considerable de los servicios de salud ─ por más modestos que sean ─, esta evolución hubiera sido imposible. En las nuevas democracias del Tercer Mundo y en regímenes autoritarios se detecta una expansión de demandas múltiples (mejor nivel de vida, mayores oportunidades de consumo masivo, mejor educación) que también pueden ser consideradas como únicas en la historia universal. Es superfluo añadir que en numerosos países falta la base material para satisfacer esas demandas, por más legítimas que sean.

La reflexión en ciencias sociales y políticas que se practica en el Tercer Mundo y particularmente en América Latina exhibe un marcado desinterés por este tipo de cuestiones y se concentra en asuntos de factibilidad económica e ingeniería institucional. Algunos problemas mencionados aquí han entrado tardíamente al debate (como conservar el medio ambiente y reducir fricciones emergentes de la presión demográfica), pero a regañadientes y a la zaga de temáticas impuestas por la discusión internacional.

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La conclusión de este breve texto es la siguiente. El actual proceso de democratización ha sido bastante exitoso, pero precisamente ese éxito a escala casi mundial pone en peligro el modelo de la democracia pluralista. La variante de la democracia de masas promueve una cultura popular del consumismo apolítico y fomenta un incremento irracional de la demanda universal por un mejor nivel de vida. Todo esto genera una irreversible entropía social, que se manifiesta en la disipación continua de toda energía, en la desintegración de las instituciones que garantizan el orden, en el incremento de una descomposición de normativas estructurantes, en la declinación cualitativa de las actividades científicas, artísticas y literarias, en formas exorbitantes de consumo masivo (insostenibles a largo plazo) y finalmente en tendencias autodestructivas a nivel mundial (por ejemplo el incremento de la criminalidad y la inseguridad, la aparición de dilatadas guerras civiles sin metas claras y, con respecto a nuestra base misma de la vida, la destrucción incesante del medio ambiente). La democracia de masas convive muy bien con la manipulación que emana de los medios de comunicación y con desarreglos ecológicos a escala global.

La moderna cultura populista agrava estas características mencionadas. Los parlamentos pueden terminar como meras instancias de aclamación de las decisiones tomadas por la alta burocracia del Poder Ejecutivo. Se acaban las grandes concepciones y la política se convierte en una actividad ligera y desechable, como una moda efímera y cambiante. Se diluyen las comunidades solidarias. La autonomía individual se reduce a la elección libre de objetos de consumo.

Desde la Antigüedad clásica se sabe que, bajo ciertas circunstancias, los regímenes democráticos pueden degenerar y convertirse en sistemas autoritarios. En cambio una genuina democracia está basada en factores argumentativos y deliberativos, y estos últimos no son el fuerte del actual modelo civilizatorio. Es nuestro deber el fortalecer esos aspectos críticos, porque en última instancia la supervivencia del género humano depende de ello.

*Filósofo y escritor