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Ignacio Oliete
Estos son los testimonios que hemos recogido de los españoles expatriados en Brasil que han enviado un correo electrónico a la dirección [email protected].
Gabriel Bayarri Toscano
Estudiante e investigador para el NUFEP-InEAC / CNJ en Río de Janeiro
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El 12 de Octubre de 2013 se celebró el día del niño en Brasil, tierra joven en crecimiento. Los niños soltaban sus pipas, cometas de papel, en las que se leían poesías de alegría, pues a pesar de ser favelados, agradecían, de Cristo a Iemanjá, por ser los niños más afortunados de la Tierra. Lo hacían con ceras y en sonetos, y se leían rimas de colores por el cielo. Me sentí parte de esa macedonia cultural que es la cidade maravilhosa, el Río de Janeiro.
Tampoco llegué a sentir de cerca la crisis de España. Llegué por arrebato al corazón y una beca de intercambio en agosto de 2011 a Salvador de Bahía, Capital da alegria. La oportunidad surgió unos meses antes, terminando mi Erasmus en Portugal.
Varios sentimientos dulces para o coração y una imagen onírica de lo que podría ser la experiencia me hicieron perder miedo a la burocracia brasileira. Riiiinn riiiing, corre que corre, antecedentes penales en el Ministerio de Justicia en Jacinto Benavente, seguro médico canadiense con mínima cobertura, notario con los papás para garantizar recursos económicos si tengo que ser repatriado, carta de la universidad, convenio académico, mareo absoluto y caracolas en los ojos. Consulado de Brasil, me tiemblan las manos, siete meses de permiso de estudiante.
Esa fue mi primera experiencia con la burocracia brasileña, y como burócrata con varios sellos en el pasaporte no atravesé la frontera ni en patera ni en jangada. El desconocimiento absoluto me hizo más fuerte ante la bella y criminalizada Bahía, de donde podría escribir mil y una historias. Mi percepción de la realidad brasileña atravesó en cuestión de horas los límites de mi guía trotamundos, su costa morena y su olor a acarajé. En contrapunto a los pájaros cantarines y a los monos prego de mi universidad encontré un país tremendamente proteccionista, en el que los extranjeros encuentran un largo y complejo camino, arrugado en cada esquina. Y es de esas arrugas de las que quiero hablar.
Mirando hacia atrás, me sorprendo de la energía aventurera con la que todos salimos. La ambición con la que miramos el mapa, calculamos la distancia en dedos, y no en quilómetros. Mirando hacia atrás recuerdo llegar a un Salvador caluroso, húmedo, con sólo una maleta, sin ninguna dirección, mapa o referencia. La ingenuidad primera es natural y necesaria para todo viajero virgen; se traduce en valor y osadía para hacer las cosas que conocidas de antemano pensarías varias docenas de veces. Y se convierte en pólvora en época de crisis, cuando no existen caminos trazados ni opciones satisfactorias. Y la imaginación y la fantasía cobran un plano principal, la ley de la selva, sálvese quien pueda, para bien o para mal, la crisis permitirá que muchos vivamos experiencias que no habríamos tenido, que habrían sido injustificables en un país con perfecta armonía.
Es verdad que el puzzle brasileiro está todavía incompleto, con grandes vacíos, en el centro y hasta en el propio marco. A diferencia de España, donde necesitamos redefinir y rehacer, Brasil vive en el limbo de las primeras definiciones estructurales. La industria está tomando posiciones, las políticas se están creando, la tecnología se está importando, y hay espacio para nuestra fuga de cerebros y de no cerebros. Se necesitan muchas manos cualificadas.
Sin embargo, siempre encontré una contradicción en la política migratoria. Desde mi entrada en Salvador las oportunidades llegaron en torbellino: acabé la carrera de Comunicación Audiovisual en Río de Janeiro, donde hice prácticas con una empresa multinacional belga; me aceptaron en una especialización de las Naciones Unidas, trabajé con las Naciones Unidas, me aceptaron en un programa de maestría de una universidad federal, y actualmente trabajo en un proyecto de investigación para el Consejo Nacional de Justicia brasileiro.
No obstante, vale la pena contrastar los esfuerzos para poder alcanzar esas oportunidades. Tuve que viajar a Uruguay cuando concluyó mi visado de estudiante y entrar en Brasil como turista. Aquel fin de semana una viejita brasileira fue retenida en el Aeropuerto de Barajas, y denunció ante el periódico O Globo las condiciones precarias en las que fue tratada. Esta entrevista de portada resultó en la aceleración de la llamada “política de reciprocidad”, que obligó a extremar las precauciones en la entrada para Brasil. La Policía Federal fue la responsable de aplicar dicha política: contactos de amigos, reservas de hotel, salida prevista del país, presupuesto mínimo diario durante la estancia… todo puede ser solicitado en la frontera.
Así, trabajé informalmente con visado de turista varios meses, tuve que volver a España para tramitar nuevamente un visado de estudiante (el gobierno brasileño sólo concede visados de un año), y cuando entré nuevamente en Río de Janeiro la Policía Federal atravesaba una huelga que afectó en las fronteras de todo el país. Los extranjeros no pudimos registrar en el plazo previsto de un mes nuestra entrada, por lo que muchos fuimos multados. Yo tuve que recurrir al asesoramiento de una amiga abogada, finalmente ganamos el caso.
Hoy en día tengo el visado pendiente de una prórroga de un año, pues la Policía Federal está fusionando funciones con el Ministerio de Justicia, y todavía no está claro el tejado en el que cae esa responsabilidad. Las altas tasas son un filtro de entrada al país, ahogando a muchos, que desisten en su intención de trabajar en esta tierra de presente y de futuro.
Alfombra roja para europeos cualificados, cerramos las puertas para los haitianos, así rezaba el titular de O Globo un día cualquiera de febrero en 2012.
Esta política contradictoria, en la que se ofrece pero no se facilita, forma parte, quizás, de ese puzzle que todavía se tiene que construir. La venta ambulante y el trabajo irregular está normalizado. Sonriendo, el anciano quiosquero prepara cachorros quentes, churros y pipocas en cualquier esquina.
Y así, en esta intensa tierra de contrastes, de penas y alegrías, por la noche se puede mirar hacia un cielo en el que todo está dado la vuelta, en el que las estrellas apuntan en la dirección contraria, formando las constelaciones del revés. Se trata de una pequeña diferencia que a los que vengáis a este hemisferio os recordará siempre que las direcciones no son fijas, y que Brasil será seguro un rumbo en el que apostar.
Juan Campanya
Me encuentro en Salvador de Bahía, habría que empezar la historia a principios de agosto, en este mes me quedo sin curro ni ilusión de volver a trabajar; había gastado todos mis cartuchos en estos 3 últimos años.
A mediados de Septiembre recibo el mensaje de un antiguo compañero, con la posibilidad de una incorporación como técnico de fachadas singulares, en una empresa que se está abriendo camino en Brasil con grandes proyectos (campos de fútbol, aeropuertos, hospitales…etc.)
A partir de esa fecha todo ha ido más rápido de lo que me esperaba y me podía imaginar… mandé mi Currículo, pasé las primeras entrevistas… todo ello por Skype.
Hasta llegar a mi última entrevista… con el coordinador de la oficina técnica de Brasil…. (por supuesto ya me habían comentado que la oferta era de allí)
Esta última entrevista se quedó a falta de la confirmación, un jueves… el viernes recibía la noticia de que había sido elegido en este proyecto… ese fin de semana las lágrimas recorrieron todos los rincones de nuestra familia… y digo nuestra, porque todo esto tiene un pilar, un apoyo que es mi pareja.
Ella más que nadie fue el apoyo para que tomara este decisión, era una oportunidad de crecer profesionalmente, sin abandonar el trabajo que más me gusta… no tenía nada que perder… porque ya sabemos como se encuentra nuestro país… Ese fin de semana más que nunca sentía que mi país me había echado, yo no era el que me iba…
Una vez pasado el fin de semana y gracias a la ayuda de mi pareja, empecé con todos los preparativos… nunca pensé en todo lo que te hacía falta… aunque realmente uno lo desconoce hasta que no le pasa.
Todo fue rápido y como comentaba anteriormente, una vez pasada la selección, el siguiente jueves marchaba para Salvador de Bahía.
Jueves 14:10; entro en el embarque,me despido de la gente que me ha acompañado… (¡qué duro, estas sensaciones son desconocidas, sólo te alimenta la ilusión que te hace embarcarte en esta andadura… pero qué duro ver a los tuyos, rotos de tristeza… ver a tu pareja abrazarte fuerte sin querer soltarte…!)
Después de casi 10 horas de vuelo… aterrizas en Salvador… te sientes una hormiguita en un aeropuerto, en el que buscas consuelo en la persona que te viene a recoger… Subes con él en su coche… y empiezas a tranquilizarte.
Durante estas dos semanas voy descubriendo la ciudad de Salvador de Bahía, lentamente a un ritmo «Baiano» como se les conoce aquí.
La ciudad es una de las últimas colonias de esclavos negros, de ahí sus origenes africanos. Es una ciudad pegada al mar, pueve verse la puesta de sol y el amanecer, su mayor ocio es la playa. Sus edificaciones viejas, de casco antiguo contrastado con grandes edificios y condominios privados de grandes urbanizaciones. Los contrastes son enormes; un gran edificio rodeado de una favela.
«Favela» una palabra que no gusta mucho por aquí, pero que conforma un 75% de la ciudad. La gente es amable y generosa, el trato con un baiano es amable y son risueños. Les gusta el fútbol y la música, pero eso ya lo sabíamos. Es una ciudad brasileña para lo bueno y lo malo… y lo malo es que no es lo más segura que nos gustaría que fuese, pero todo con precaución y yendo acompañado a ciertas horas de la tarde y noche, se puede llevar lo mejor posible.
Para terminar habría que contar que no todo es aventura, que hay momentos duros…y cómo no, el idioma, como buenos españoles, nos pasa mala factura… te complica la integración y tu productividad en el trabajo… aunque es una cosa con la que contaba pues no tenía ni idea de portugues. Por supuesto, el emigrante soy yo, no ellos.
Aunque como bien empezaba el texto, escribo desde mi apartamento, porque me gustaría que se guardara estas emociones y sentimientos de los comienzos en Salvador… y que al día de hoy no me arrepiento de esta decisión que tomé.
Ignacio Oliete
Vivo en Manaus desde hace 12 años, me vine en pleno boom económico español, a contracorriente de la inmigración, cuando eran los brasileños los que iban a España.
La verdad es que para un extranjero, venir a Brasil sin propuestas concretas de trabajo ya combinadas previamente es arriesgarse, eso ya es sabido y está publicado. Además, venir sin formación superior es peligroso, pues los trabajos medios están muy mal pagados. Claro que se puede intentar cubrir la falta de títulos con iniciativas (abriendo una empresa, por ejemplo), pero el riesgo es alto. Hay que añadirle la falta de contactos y relaciones de confianza que son necesarios para abrirla, además de la falta de inversionistas y los altos costes tributarios.
Por otro lado, una vez estabilizado y con formación superior, el país ofrece un gran abanico de posibilidades donde la ‘propia empresa’ es una de las más interesantes. Hay todo un mundo de oportunidades para el emprendedor preparado. En el ramo de servicios a empresas las opciones son numerosas y más en la región norte y nordeste. Desde técnicas de gestión y administración, formación humana de equipos de trabajo, captación de recursos, etc….
Yo, por ejemplo, trabajo en una ONG socioambiental de conservación del Amazonas. Soy agrónomo, pero he desarrollado competencias en muchas otras áreas por la necesidades de cubrir carencias de profesionales específicas.
El tema de la vivienda también es complejo, hay que estar atento al caos de planificación urbana para no acabar viviendo en lugares muy remotos, o peligrosos, o sin acceso a servicios ni saneamiento… Por otro lado, aquí también se vive un boom inmobiliario por lo que los costes de vida son caros y los alquileres también. En el fondo supongo que no se diferencia mucho de España en este sentido. Tal vez sea más grande la diferencia entre el precio y la calidad de los automóviles, pues aquí son mucho más caros y ‘peores en calidad’, pero más necesarios debido a la falta de transporte público y a las enormes distancias derivadas de la falta de planificación urbana.
Isabel
Lo unico que puedo decir, es que busquéis otros lugares. Si el infierno existe, tiene que ser mejor que esto. No es mi intención que os hagáis una idea negativa de este país. Sólo te puedo decir que si no tienes amor a la vida este es el lugar ideal. En toda mi familia no hay una persona que no haya sido robada, asaltada, incluso secuestrada. Personalmente, ya me han robado dos coches, me han puesto dos veces un revólver en la cabeza, han entrado en mi casa sobre las 4 de la tarde y se han llevado lo que han querido; con un detalle: pagamos a una persona para que tome cuenta, etc. etc. etc. Cuando sales nunca sabes si vas a volver con vida y vivo en la mejor ciudad del país, São Paulo, en un barrio bueno. En cuanto a trabajo, pagas impuestos, no tienes ningún beneficio y siempre tienes que pagar «por fuera» si quieres continuar en el mercado.
Paloma de Haro
Alicantina, Ingeniera, 32 años y actualmente vivo en São Paulo. Como la mayoría de los expatriados, tomé la decisión de venir a Sudamérica debido a la bajada de las obras civiles. Era autónoma y preparaba la documentación técnica para constructoras que se presentaban a concursos públicos. En mi caso elegí Brasil porque soy bilingüe y sabía que aquí estaban buscando técnicos con mi perfil. Desde España me apunte a todos los portales de búsqueda de empleo en Brasil pero enseguida vi que así nunca iban a llamarme, así que tome la decisión de buscar el trabajo dentro del mismo país, «legalice» mi título en el Ministerio de Asuntos Exteriores, en el Ministerio de Educación y por último me lo sellaron en el consulado de Brasil en España. Eso es muy importante antes de venir aquí, puesto porque en Brasil tienen muy arraigada la titulutis. Llevando dos meses aquí me llamaron para el primer trabajo en mi campo como cost controller de una multinacional estadounidense, en este caso requerían un ingeniero con portugués e inglés. Un ingeniero medio cobra en Brasil 7.000-10.000 reales netos, que al cambio son más o menos 2.300-3.300 euros.
Fue después cuando me llamaron de una empresa española de energía solar que estaba haciendo su expansión en Japón e Inglaterra y querían entrar en Brasil debido a las buenas expectativas que tienen las energías renovables aquí. Ya hace 4 años entraron muchas empresas españolas en la primera subasta de energía para fuentes eólicas y para final de este año saldrá la primera para energía solar.
Culturalmente Brasil es un país de contrastes, con muchas oportunidades si tienes ganas y paciencia. Es un pueblo amable, que a pesar de la burocracia terrible. Te ayudan siempre en todo lo que pueden.
Fuente: elpais.com