Metamorfosis de una ciudad insegura


Ariel Alberto Hurtado Paz*HURTADOEl principal derecho que tenemos todos los seres humanos es el de la vida. Sin embargo, ese primordial derecho es totalmente vulnerado por la delincuencia que se ha apoderado de nuestro país, y sobre todo de Santa Cruz en estos últimos tiempos.Sólo queda en la memoria de nuestros padres y abuelos, aquel tranquilo pueblo cruceño, cuando se podía dormir con las puertas abiertas, y todo el mundo se conocía. Cuando Santa Cruz era una ciudad pacífica, amable, hospitalaria, honrada y confiada.Hoy la situación es totalmente contraria. Nadie puede dejar su casa sin llave, porque los dueños de lo ajeno aparecen y en un santiamén vacían la vivienda. Los jardines con flores y enredaderas de Bibosi en las bardas, han tenido que ser cambiados por muros de concreto y alambres de púas electrificados. Los bellos barrios costumbristas han sido transformados en guetos parecidos a los que construyeron los nazis, donde nadie puede entrar ni salir, y aun así los vándalos se dan modos para irrumpir.Qué bellos días eran esos cuando los enamorados paseaban tranquilos por el parque El Arenal o en la Monseñor Rivero. Ahora no se puede ni andar por la plaza principal 24 de Septiembre, sin en el temor a ser sorprendido por un delincuente.Quién no recuerda que los calurosos fines de semana eran excusa para que la familia se reúna en las riberas del Piraí, para compartir un locro carretero y pasar gratos e inolvidables momentos de camaradería. Hoy por hoy, el ex Jardín Botánico está desolado como la arena ardiente, debido a las bandas de atracadores que se apoderaron del paseo típico y matan a mansalva.¿Qué ha pasado? ¿Dónde quedaron nuestros valores, principios y respeto a la vida ajena? ¿Será que la transformación de pueblo costumbrista a una ciudad metropolitana nos pasó tan cara la factura?A nuestro criterio, el problema ha radicado en que las autoridades no acompañaron el crecimiento desmedido de la ciudad, con políticas sociales de buena convivencia.La falta de seguridad ciudadana ha pasado a ser en los últimos tiempos uno de los temas centrales de preocupación de todos, y, por tanto, una de las cuestiones a resolver por los responsables políticos, que hoy la miran de palco, y sólo aparecen para sacarse una foto cuando agarran a uno u otro malhechor; tal el caso del ministro de Gobierno, Carlos Romero y su viceministro Jorge Pérez, en vez de trabajar en políticas de prevención.El interés de la población que hace referencia a la delincuencia ha aumentado enormemente. La seguridad es una condición necesaria para el funcionamiento de la sociedad y uno de los principales criterios para asegurar la calidad de vida. Todos los días, cada semana o mes, vemos en los medios de comunicación cómo matan sin escrúpulos a nuestros hijos, hermanos o padres, por ‘dos reales’, o a veces por nada como el último que ha conmocionado a toda la ciudadanía, en el caso del universitario Álvaro Escalante.En efecto, la crisis de la seguridad y su correlativa necesidad de reforma han conducido a que, en ocasiones, desde los ámbitos de gobierno se formulen recetas simplistas para actuar sobre los síntomas y no sobre las causas, conocidas como la búsqueda de la bala color de plata, que alude a la leyenda del hombre lobo, que, como la falta de seguridad, amenaza a la sociedad. Sin embargo, la bestia inmortal, tiene un talón de Aquiles, se puede acabar con ella con sólo un disparo con una bala de plata al corazón.Cada vez que sucede un hecho que conmociona a la opinión pública, el Gobierno convoca a las interminables cumbres de seguridad ciudadana, donde asisten nuestras autoridades departamentales (para no quedar mal parados), pero sin soluciones estructurales, todos hablan y vociferan y proponen de todo, pero al final todo queda en meras intensiones y una foto. Recuerdo cuando hirieron al Gobernador Rubén Costas, se convocó a una cumbre de seguridad ciudadana (hemos hechos tantas cumbres, que los Alpes o los Andes son llanuras o estepas razas en comparación), en la cual Juventud Cívica de Santa Cruz, entrego en las propias manos del Gobernador, dos proyectos para atacar la inseguridad en los dos ámbitos donde no se la combate, la prevención y la reinserción social una vez aparecido el delito, el resultado ya todos los saben, una foto un aplauso y los proyectos al basurero. De este modo, por ejemplo, hemos asistido impávidos a la equiparación entre migración, narcotráfico y delincuencia. Es evidente que los problemas ocasionados por la droga ahora golpean a nuestra sociedad.Los carteles narcos de Colombia, Brasil y de muchos otros países se pasean impunemente por nuestras calles. Y éstos han sido los que han importado tanta violencia y sangre. En más de una ocasión el Gobierno del MÁS ha intentado negar esta realidad, que se explica por sí misma en nuestra inseguridad cotidiana. Los ajustes de cuenta y atracos cada vez más violentos están netamente ligados a las narco industrias, que hayan de vez en cuando los de la FELCN, pero que extrañamente nunca aprehenden a los responsables de hacer funcionar estas fábricas de droga y muerte. Sólo dicen en su informe que era tipo colombiana y que fabricaba 400 kilos de cocaína semanal. Pero dónde están los peces gordos y la gran cantidad de sustancia controlada. Nadie lo sabe, o al menos nuestras autoridades dicen que no.Ante ello, ahora nos tenemos que convertir en responsables de satisfacer nuestra necesidad de seguridad. Buscar seguridad no es más que reducir los niveles de vulnerabilidad de las personas frente a las diferentes amenazas y peligros que se pueden identificar; prever la evolución del futuro con el objetivo de evitar de aquello que históricamente nos ha amenazado y puesto en peligro nuestra vida y/o libertad.Las amenazas y peligros sobre las personas – las fuentes de inseguridad – son diversas, pero todos sabemos que el punto de partida está en la droga y el narcotráfico. Allí deben comenzar nuestras autoridades a trabajar.Por más marchas y protestas que hagamos pidiendo seguridad, no vamos a tocar el corazón de la delincuencia, que por sí sola es violenta y sanguinaria. Insisto, hay que atacar el problema de raíz y empezar a erradicar el narcotráfico de verdad. Posteriormente tienen que venir políticas de prevención, y además de recuperación de los jóvenes que han caído en este abismo. Un control de armas serio; y finalmente una policía óptima que lleve a la justicia a los delincuentes, sin que el flagelo de la corrupción dañe los procesos judiciales.Intentando alcanzar estos utópicos puntos, podríamos decir que Santa Cruz puede volver a ser aquel cuento que nos relatan nuestros abuelos.*Abogado