El “arte degenerado”

Manfredo Kempff Suárez

manfredokempff21_thumb Hace un par de años leí espeluznado un interesante libro, cuyo título ni autor recuerdo (ni de quién me lo prestó tampoco), que contaba sobre las expropiaciones y robos de obras de arte que concienzudamente cometieron los nazis durante la ocupación de Francia a partir de 1940. Las incautaciones se realizaron principalmente en París, y las víctimas más afectadas, como no podía ser de otro modo, fueron los ricos judíos dueños de anticuarios, de salas de exposiciones, o simples coleccionistas particulares. El tema ha vuelto a ponerse en primera plana en los últimos días.

Las secuelas de la Segunda Guerra Mundial no terminan nunca de sorprendernos como se puede ver. Siguen apareciendo, ocultos en algún altillo, longevos veteranos de las SS que participaron del genocidio en los campos de exterminio; se disipan dudas sobre los fusilamientos de alrededor de 22 mil oficiales y civiles polacos que cometieron los rusos en Katyn y culparon a los alemanes; aparecen nuevos testimonios sobre el atentado fallido de von Stauffenberg en la “Operación Valkiria” o sobre los últimos días de Hitler en su bunker berlinés; se escribe sobre la ejecución de jefes y soldados soviéticos que defraudaron al frío y poco paciente Stalin porque no se hacían matar con mayor fervor frente a los tanques de Guderian y cosas por el estilo.



¿Pero y el arte? ¿Cómo es posible que el nazismo, que la guerra, hubiera tenido que ver tanto con el arte? ¿Tanto como que 70 años después continúe siendo noticia? Claro, la noticia no tiene nada que ver con el elogio y la admiración por el arte sino con el odio desmedido ante un arte que se lo consideraba procaz. El germen de toda esta historia está en los sistemas totalitaristas como es de suponer. Se trata de la mayor intolerancia cultural acaecida durante el siglo pasado. De manera principal en el nazismo que fue ciego y cruel. Tanto como el comunismo purgador y asesino de Stalin, con la diferencia de que los primeros fueron colgados por perder la guerra y los segundos pudieron disimular sus fechorías.

Ahora nos encontramos con que en un sucio piso muniqués donde vivía un apacible ochentón que pasaba desapercibido, de nombre Cornelius Gurlitt, han aparecido más de 1.400 pinturas en muy buen estado luego de siete décadas de concluida la conflagración y más años aún desde que fueron incautados por la Gestapo, cuyo valor se estima en alrededor de 1.300 millones de dólares. Los lienzos, de extraordinario valor artístico, pertenecen a maestros como Picasso, Matisse, Chagal y existen grabados hasta de Toulouse-Lautrec y Renoir, por citar a algunos.

De acuerdo a lo que dice la revista alemana Focus, todo este tesoro pictórico se descubrió porque el ochentón Cornelius Gurlitt vendía de vez en cuando alguno de los cuadros para subsistir en su vida gris y anodina. Guardaba el equivalente a 1.300 millones de dólares, en arte, que los había conservado en un desván oscuro desde la muerte de su padre Hildebrandt Gurlitt, quien quedó como depositario de las pinturas confiscadas allá por los años 30 y 40, al ser considerados por la ideología nazi como un intolerable “arte degenerado”. Cornelius no opuso la menor resistencia cuando hace pocos días las autoridades bávaras se llevaron su tesoro.

En 1937 – según informa la prensa – Goebbels promovió una exposición del “arte degenerado” que fue inaugurada por el mismísimo Fhürer y que estaba destinada a mostrar al engañado pueblo alemán de las presuntas aberraciones culturales de sujetos alejados de la política imperante por entonces y del ideal de belleza ario. Expresionismo, impresionismo, surrealismo o las manifestaciones abstractas quedaron proscriptas por el fanatismo nazi, y pintores como Picasso, Matisse o Chagal, ahora tan admirados, se consideraron poco menos que satánicos.

Según se puede leer, el gobierno alemán ha manejado con el mayor cuidado esta información, porque es algo que le quema las manos. Por el hecho de que los lienzos pueden pertenecer a diversos museos, pero, sobre todo, a coleccionistas privados y galeristas, el peliagudo asunto no es de fácil solución porque quienes reclamen un cuadro tendrán que probar su propiedad y eso traería “graves implicaciones políticas” al decir de Focus. Con seguridad renovaría recuerdos trágicos que más vale olvidar.

Estremece saber que el bandidaje hubiera podido llegar a niveles tan graves. Los nazis tenían en París una oficina dedicada exclusivamente a la catalogación y custodia de las obras de arte arrebatadas a los judíos. Esto funcionaba nada menos que en la Galería Nacional del Juego de la Palma, un museo de arte contemporáneo próximo a las Tullerías, donde se apilaban las propiedades culturales de los ricos judíos que tenían que abrir las puertas de sus galerías y residencias al invasor. Personajes como Goering, por ejemplo, elegían en aquel lugar la obra que les gustaba para sumarlo a su patrimonio. El tema no se ha agotado. Aparte de lo encontrado en casa de Cornelius Gurlitt, hay miles y miles de maravillas artísticas desaparecidas como consecuencia de la rapiña.