Negociación nuclear en Ginebra: ¿quién da el primer paso?

Las conversaciones se reanudan hoy



La jefa de la diplomacia de la UE y su homólogo iraní, en Ginebra, en octubre. / AFP



Las negociaciones sobre el programa nuclear de Irán se reanudan hoy en Ginebra en medio de grandes expectativas. Después de ocho años de dar vueltas en círculo, la llegada de Hasan Rohaní a la presidencia de ese país se ha traducido en un cambio de actitud política que ha relanzado el moribundo diálogo entre Teherán y las seis grandes potencias. Aunque todavía quedan muchos escollos, tanto los iraníes como sus interlocutores confían en que salgan avances concretos de esta segunda reunión en menos de un mes. Ambos esperan sin embargo que el otro haga un primer gesto para reducir las diferencias que les separan.

“Hay motivos para un cauto optimismo. Tanto Irán como Estados Unidos y los otros miembros del 5+1, están interesados en un arreglo”, asegura a EL PAÍS en un email Alireza Nader, analista político de la Rand Corporation. El 5+1 son los cinco miembros permanentes del Consejo de Seguridad (EEUU, Rusia, China, Reino Unido y Francia) más Alemania, que encabezados por la jefa de la diplomacia europea, Catherine Ashton, negocian con Teherán para asegurarse de que su programa nuclear no tiene objetivos militares.

“Irán, en particular, está deseoso de que se levanten las sanciones para mejorar su economía. Parece dispuesto a poner límites a su programa nuclear. Tendremos que esperar y ver qué ofrece y qué le ofrecen a su vez Estados Unidos y el resto del grupo”, añade Nader.

Según un funcionario estadounidense que hoy cita The New York Times, Estados Unidos está preparado para ofrecer a Irán “un levantamiento parcial de las sanciones económicas” si acepta parar temporalmente el programa nuclear y cancelar una parte del mismo. Sin embargo desde el lado iraní, el ex negociador nuclear Hossein Mousavian advierte de que el éxito depende no solo de que se levanten las sanciones, sino de que “se reconozcan los derechos de Irán bajo el Tratado de No Proliferación”, es decir, su potestad para tener un programa atómico civil.

Incluso en el nuevo clima político iraní resulta imposible que Teherán acepte un acuerdo que no reconozca esa prerrogativa. No es solo empecinamiento de sus gobernantes. Según una encuesta de Gallup, aunque el 85% de los iraníes admite que las sanciones les hacen la vida difícil, dos de cada tres apoyan que su país desarrolle energía nuclear.

“Las exigencias maximalistas de que Irán desmantele completamente su programa nuclear son poco realistas. Se le debería permitir mantener una cierta capacidad nuclear para usos civiles, incluido el enriquecimiento limitado de uranio, mientras sea transparente con sus actividades y permita una mayor inspección de sus instalaciones”, defiende Nadr.

El “cauto optimismo” que expresan los observadores se fundamenta en la actitud del nuevo Gobierno iraní. Su ministro de Exteriores y jefe de la delegación negociadora, Mohamed Javad Zarif, dijo el martes en una entrevista que era “posible alcanzar un acuerdo incluso esta misma semana”. El veterano y popular diplomático no ocultó sin embargo que “queda mucho trabajo por hacer” y que su país desconfía del enfoque de ciertos miembros del 5+1, una referencia sin duda a Estados Unidos con quien Irán no tiene relaciones diplomáticas desde hace 34 años.

De hecho es la desconfianza recíproca lo que ha convertido el programa atómico iraní en centro de una disputa internacional y objeto de las sanciones más severas que se han impuesto a un país. Desde su descubrimiento en el verano de 2002, EE UU y sus aliados han sospechado que se mantenía secreto porque su objetivo último era obtener armas nucleares. Irán siempre lo ha negado e insiste en que solo quiere producir energía nuclear. Sin embargo, durante los ocho años de Gobierno de Mahmud Ahmadineyad, la falta de transparencia y sus declaraciones desafiantes bloquearon cualquier entendimiento.

En el cambio de tono de Irán pesa, además del distinto talante de Rohaní, el innegable efecto de las sanciones con las que EEUU y la ONU han castigado a la República Islámica por su empeño nuclear. Pero también se percibe un cambio al otro lado de la mesa, con un presidente norteamericano que quiere evitar embarcar a su país en una nueva guerra en Oriente Próximo.

Algunos analistas han apuntado que la visita a Teherán del director del Organismo Internacional de la Energía Atómica, Yukiyo Amano, el próximo lunes sería un indicador de que se ha alcanzado un primer avance. Es difícil saber en qué puede consistir ya que ambas partes han acordado mantener las conversaciones confidenciales, y parecen estar consiguiéndolo. Lo único que trascendió de la pasada ronda, el 15 y 16 de octubre, fue la seriedad con que el nuevo equipo negociador iraní había abordado la cita.

Al hilo de los principales puntos de contención del programa nuclear, se ha especulado con que Teherán podría aceptar suspender el enriquecimiento de uranio al 20% (por encima del 5% que se necesita para producir electricidad), frenar la instalación de nuevas centrifugadoras (las máquinas que enriquecen el uranio) y parar la construcción del reactor de agua pesada de Arak (cuya tecnología también despierta recelo porque el material nuclear sobrante puede utilizarse para fabricar una bomba). A cambio, Estados Unidos (y el resto de las potencias) accedería a levantar algunas sanciones y desbloquearía ciertos depósitos en divisas que Irán tiene en bancos extranjeros. Pero Mousavian opina que eso sería insuficiente.

De momento, la Casa Blanca ha pedido al Congreso que frene cualquier nueva sanción hasta finales de año con el deseo de dar un margen para la negociación. La idea sería alcanzar un principio de acuerdo antes de enero para frenar el programa nuclear y a partir de ahí se trabajaría en un arreglo global durante el año que viene.

Fuente: elpais.com