El rol de los intelectuales

Carlos Herrera*

HERRERA OK En un sentido general, en toda sociedad hay dos tipos de intelectuales: los adulones y los pensantes. Los de más éxito son los primeros. El nombre les viene de la habilidad que tienen para fomentar las creencias de moda, sin que importe si son o no verdaderas; la cosa es adular a las masas para no perder su favor político. Tienen la innata habilidad de decir nada, pero con la apariencia de haber dicho mucho. Es la cofradía que más opina, la que más entrevistan los medios, la que más escribe y, al mismo tiempo, irónicamente, la que menos hace por traer la luz a la cabeza de la gente. Hay de todo en el sector de la intelectualidad adulona: socialistas, políticos, indigenistas, sociólogos, abogados, politólogos, antropólogos, periodistas y en fin, toda una fauna variopinta.

Todos bebieron de las ubres del marxismo en sus años mozos y todos tienen todavía, en pleno siglo XXI, la idea que los males de los países pobres devienen de la maldad y el cálculo negro de los países desarrollados, o de los “dueños de los medios de producción”, los odiados empresarios explotadores. La síntesis de todo esto, es decir, la estrella más refulgente de su cielo ideológico, es la de la conspiración de los ricos contra los pobres.



Tienen también alma de propagandistas, porque son los mayores creadores de clichés. No hay verdad profunda que no puedan destruir con un cliché, como tampoco hay mentira que no puedan presentar como la verdad más honda y permanente, gracias precisamente a este innato don de propagandistas.

Pero es por su talento de adulones por el que brillan más. Si alguien ha contribuido a que los pueblos pobres del mundo permanezcan como tales, han sido sus intelectuales. Porque en vez de abrir su inteligencia al entendimiento de las verdaderas transformaciones del mundo; en vez de digerir con criterio los errores y las inexactitudes del pasado, formaron un formidable ejército para hacerle la guerra al sentido común, envueltos en un rosario clichés y de dogmas rumiados hasta la náusea.

¿Qué fue lo que no pudieron advertir estos intelectuales adulones? Pues que el sistema Capitalista (por ejemplo) es la razón última de la vida pacífica y civilizada vigente en gran parte del mundo moderno, y de que millones de personas (incluidos ellos, que tanto gustan del lujo y la comodidad) disfruten de un nivel de vida y de educación infinitamente más adelantado que las personas de los siglos anteriores.

Recordemos que antes del mismo (hasta hace algunos siglos atrás) la prosperidad de los pueblos se basaba en la conquista, o simplemente en el asalto a los vecinos, no en el intercambio pacífico de productos, característica esencial del capitalismo. Y que por tanto la prosperidad actual es el fruto del ejercicio de la libertad y el trabajo asociado, el caldo propicio para el mejoramiento de las condiciones generales de la vida humana.

Un nazi de la segunda guerra mundial, famoso propagandista, puso de moda la idea que para que una mentira fuera tomada por verdad, sólo era necesario repetirla incansable y sistemáticamente. Y esto es lo que hacen los intelectuales adulones. Repetir como loros dogmas y postulados que claramente fueron un fracaso y que no le han traído ningún beneficio a las sociedades que los han aplicado: uno de los cuales es que el sistema capitalista es un orden que basa su éxito en la explotación de las masas. Niegan irracionalmente que millones de personas encuentran en los trabajos que el capitalismo genera, una forma digna de ganarse la vida y de educar a sus familias.

Otra afirmación inexacta: que los Estados (léase gobiernos) son la herramienta de liberación y prosperidad más poderosa que la Historia ha creado, cuando son todo lo contrario, como muestra la experiencia de decenas de pueblos sometidos al capricho de Mesías revolucionarios que no han podido traer la prosperidad ni la felicidad que ofrecieron, sino muerte y miseria. Lo mismo que el desenfadado intervencionismo de los Estados en la economía, que no ha traído crecimiento sino estancamiento y crisis, como puede verse en la lección europea.

Pues bien, todos esos dogmas han sido refutados por la historia (incluido el vaticinio de la muerte del capitalismo) y el Capitalismo, que por supuesto no deja de tener sus problemas, no sólo no ha muerto -como lo auguraban sus detractores- sino que ha contribuido a elevar el nivel de vida de miles de personas en el mundo. En honor a la verdad, lo que conocemos con el nombre de clase media es fruto directo del éxito del mismo. Al Capitalismo le debemos, además, que la oferta de bienes y servicios se haya incrementado exponencialmente, y que cada vez más gente tenga acceso a un número mayor de ellos. Ejemplo, antes viajar en avión era un lujo, hoy ya no tanto, viajan millones. Antes tener TV era también asunto de pocos, hoy ya no tanto. Antes tener auto era cosa de ricos, hoy ya no tanto.

Hay que destacar esto último, es gracias a la división del trabajo (un fenómeno netamente capitalista, que hace posible la producción a escala y la oferta de productos a bajo costo) que el capitalismo ha logrado que los precios sean accesibles para millones de personas. Es decir, ha logrado mejorar el consumo de millones de personas en el mundo y por lo tanto reducir la pobreza enormemente.

Por eso si los intelectuales adulones (por ceguera o por pura estupidez natural) inducen a la gente al mal entendimiento de las cosas, pregonando cosas que no son ciertas o son inexactas, no le hacen ningún bien a sus sociedades. Más bien las confunden y no les permiten adelantar, porque las mentiras que divulgan, aunque se presentan bajo esa apariencia de preocupación por los intereses nacionales, son en realidad ideas que traban el desarrollo del trabajo y la productividad.

La verdadera responsabilidad de un intelectual consiste en hablar con honradez sobre todos los temas. Lo único que debiera importarle a un intelectual es el conocimiento verdadero, es decir, la realidad de las cosas. Pero acercarse a la realidad supone un esfuerzo serio, porque el conocimiento certero es fruto del estudio y la reflexión ponderada, más que de la pura fe en la dogmática ideológica.

Cuidado entonces con los sofismas de los intelectuales populistas, porque aunque suenan bien, no son más que sofismas. Ejemplo, quien diga que los procesos de integración económica traen pobreza y ruina para la economía de los pueblos, porque se somete a la industria nacional (más pequeña y menos sofisticada) a una competencia desleal con las grandes fábricas, está claramente diciendo algo que no es cierto, porque miles de fábricas pequeñas en el mundo moderno se han acomodado a la competencia y más bien han progresado. Una prueba de ello es el crecimiento de los países asiáticos, que para introducir sus productos en el mercado mundial inicialmente tuvieron que competir con las fábricas punteras en tecnología.

Entonces, recitar las inexactitudes que son del agrado de las masas sin pensar en las verdaderas consecuencias de tal conducta, es una claudicación que puede arrastrar a un pueblo al caos y a la ruina, porque la mentira y la subjetividad nunca han podido construir nada trascendente ni estable. Nosotros (Bolivia) somos un ejemplo vívido de eso.

*Abogado